Uno está por casa haciendo sus cosas y no se fija en lo que va diciendo la televisión. El aparato va vomitando noticias de países lejanos que no sabemos ubicar en el mapa y nos da la cuenta de los muertos y heridos que ha habido en la última catástrofe. Después, la locutora cambia el tono de su voz y se hace más cantarina y entendemos que la noticia que viene a continuación no es de ese estilo. Será que alguien ha ganado una medalla en no sé qué competición deportiva, que a alguien le han dado un premio por algo, o sencillamente una anécdota simpática. Cuando me paro a pensar lo que ha dicho la muchacha, morena y guapa, en la que me he fijado al pasar, no recuerdo gran cosa. Es como todos los días: malas noticias y las que no lo son, intranscendentes. Esa información que no llega a calar nuestra consciencia a fuer de repetírnosla. Todos los días hay varios muertos en nuestras carreteras, una inundación o incendio o terremoto, agresiones entre bandas rivales... abusos de todo tipo. Pero ¿qué más me da a mí? –parece pensar nuestro cerebro por su cuenta- si yo sigo en mi casa tan ricamente y de lo único que me tengo que preocupar es de hacerme la comida con esas navajas frescas que he comprado en la parada del pescado cuando me ha llamado la pescatera porque conoce mis gustos. Y me siento a la mesa después de cocer los berberechos con un poquito de limón, que es el complemento indispensable según decía mi madre, y voy cogiendo las valvas y me cabrea que algunas estén vacías porque me obliga a perder un tiempo precioso en el que uno de mis hijos o mi mujer mete la mano y se lleva otro berberecho que, de no haberme salido fallido éste, habría podido ser para mí. Es inconsciente ese afán por que todo sea para uno mismo pero no podemos negar que lo tenemos aunque lo reprimamos y consigamos neutralizarlo en casi todas las ocasiones. La tele sigue parloteando y nadie le hace caso por la sencilla razón de que todo eso lo hemos oído muchas veces y tenemos un callo en la parte del cerebro que tendría que sacudir nuestro corazón para que nos percatáramos de lo que realmente pasa en el mundo y lo dramático que es vivir en algunos sitios. En vez de ello, nuestro seso, cumpliendo alguna función que se le desarrolló a lo largo de la evolución de nuestra especie para protegernos, nos amortigua el sonido que entra por las orejas y nos acorcha las entendederas para que no nos demos cuenta de lo que está pasando fuera de nuestro pequeño círculo.
Pero hoy ha pasado algo que yo no quería que pasara porque sabía que el día que ocurriera me quitaría la felicidad y tendría que hacer algo porque si me escaqueaba del deber que nadie me imponía me sentiría culpable toda la vida. He oído una noticia que había oído decenas de veces y no me había hecho ninguna mella. Todo lo más un comentario cansino: Hay que ver cómo está el mundo. Es que ya no se puede confiar en nadie. Pero hoy el locutor me ha lanzado un dardo directo al corazón y no he podido pararlo a tiempo. He oído la noticia, que él leía en la máquina esa que les ponen enfrente para que ni siquiera tengan que bajar la cabeza a ver el papel o ejerciten la memoria, y, de golpe y sin pensar, he comprendido en un instante o, mejor dicho, he tenido interés de comprender en ese instante, lo que aquellas palabras encerraban. La televisión tiene la ventaja de que las imágenes que emite no huelen, y en la mayoría de ocasiones les quitan el sonido original. Pero esa noticia, la que a mí me tocó el corazón, no tenía imágenes -¿Cómo iba a tenerlas?- con lo que la huella que dejaba en el televidente era nula. A mí me cogió al través, de sorpresa porque, de haberlo sabido, no me dejo; eso está claro. ¿Por qué tenía que ponerme en la piel de aquella persona que hacía las atrocidades que encerraba las palabras –suaves, eufemísticas- que decía el locutor? ¿Para comprender la atrocidad? ¿Y qué podía hacer para evitarla? Nada. Era mejor que mi consciencia no tomara parte, que no me enterara realmente de lo que decían porque esa ignorancia funcional –sé lo que dice pero no pienso lo que significa ni afecta mi vida de ningún modo- me protege y me evita tener que tomar una decisión.
Se me atragantaron las navajas, no comí más berberechos. Me levanté de la mesa con disimulo. Me metí al despacho y allí, sentado ante el ordenador, simulando ante mi familia que miraba algo por internet, me alcanzó la bomba de lleno. Había sido como una bala-bomba explosiva que primero se introduce en el organismo y luego explota haciendo un daño irreparable.
Cerré los ojos y, sin concurso de mi voluntad, las imágenes atroces de lo que debía haber sido la preparación y la comisión de aquella tropelía, pasaron por mi mente con todo lujo de detalles.
Mi corazón, ansioso, se debatía entre emprender una u otra acción o seguir sin hacer nada. Pero como el sexo que cambia –a mejor o a peor- las relaciones que toca, a mí ese instante de clarividencia involuntaria me había cambiado y sentía el deber inexcusable de hacer lo que estuviera en mi mano.
Solo sé escribir y no lo hago mal. Tenía que contar al mundo lo que era aquello y cómo se hacía. No es lo mismo oír que se ha incendiado una casa con gente dentro que oler el humo, oír sus gritos, ver actuar a los bomberos... Los detalles son lo más importante. Tenía que contar esos detalles por difícil que me resultara hacerlo. La gente tenía que conocer lo que encerraban aquellas noticias que en los últimos años daban tan repetidamente. Hasta la saciedad hemos tenido campaña de concienciación contra el maltrato a las mujeres –cosa que está bien pero que yo cambiaría por el genérico nombre de maltrato familiar y así incluiría a padres, hijos, parejas homosexuales y a todo tipo de relaciones amalgamadas por el afecto- pero no he oído ni una palabra sobre el significado de estos hechos que hoy –y otros días- han sido noticia. ¿La causa? No la sé. Quizá hay intereses ocultos o quizá la Administración no ha pensado que sea necesario.
Yo sí lo considero. Por eso he hecho lo que podía hacer: escribir un libro contándolo todo después de hacer muchas investigaciones al respecto.
Me ha gustado el suspense que consigue mantener hasta el final. Pero no sé si he entendido bien, ¿ cuál es esa noticia que le ha afectado tanto ?
ResponderEliminar¿ Ha escrito un libro sobre el maltrato familiar ? Creía que su novela trataba sobre otros temas, ¿ o se trata de que ha escrito otro ?
O no sé si quiere, simplemente, escribir sobre cómo nuestro cerebro filtra las noticias, haciéndolas casi invisibles...
Jose Luis