Hoy he ido de viaje. A comer con la familia, como es lo normal en Navidad. La carretera, a mediodía, se encontraba bastante transitada. He salido de la ciudad sin pensar, acomodando mi velocidad a la que circulaban mis compañeros de viaje pero pronto me he percatado que estaba excediendo el límite impuesto en el tramo que atravesaba. He frenado suavemente, me he apartado a la derecha de la vía y he fijado el automático del coche en el tope de la velocidad autorizada. A partir de ese momento, he ido tratando de respetar escrupulosamente los límites que iban apareciendo a la derecha del camino. Y también, a partir de ese momento, los coches circulaban por mi izquierda a una velocidad muy superior a la mía. La conclusión que he venido a obtener es que, en ese preciso instante, era yo el conductor más peligroso que andaba por allí pues los coches que me alcanzaban, al ver de sopetón que no rebasaba los 80 Km/hora en una autovía -en obras-, frenaban bruscamente o cambiaban de carril de forma violenta cortando el paso al que venía, a toda marcha por el carril izquierdo, no sin antes obsequiarme con un sonoro pitido.
¿Era mi velocidad adecuada? ¿Eran mis compañeros los que vulneraban la ley? ¿Era esa ley de límites justa, es decir, existían razones más poderosas que el derecho de mi libertad personal para que me la coartaran en aras de una hipotética seguridad pública?
No puedo ocultar que me gusta conducir. Sobre todo con un coche potente y por carretera de montaña con mucha curva. Frenar antes de entrar a la curva y justo en su centro comenzar a acelerar para salir zumbando de la misma, frenar antes de llegar a la otra y así sucesivamente. Como pueden suponer no me gusta la autovía ni la autopista por aburrida y el único aspecto que la puede hacer más atractiva es la velocidad.
Coartan mi libertad y me prohiben conducir a partir de una determinada velocidad. En autopista o autovía, 120 Km/hora, hasta llegar a ciudad en la que no puedo pasar de 50 en el mejor de los casos.
Y no es que lo encuentre mal porque a mí me guste conducir rápido. Lo encuentro mal porque los límites de la velocidad tienen los siguientes problemas:
La limitación se impuso en los años 70 para reducir el consumo de combustible, no para salvar vidas.
En algún país europeo estos límites no existen y tienen menos muertos por accidente de tráfico que nosotros.
Quien fija estos límites -con excepción de velocidades máximas- es la empresa que hace o termina la obra. Es decir, aquí hay un completo fallo en la potestad legislativa. Es una norma limitativa de derechos que no es decidida por el Parlamento y ni siquiera es publicada en un boletín oficial. Sin embargo nos pueden sancionar si lo incumplimos. Falla totalmente el principio de legalidad. ¿Se han fijado Vds. que los tramos en obras, en ocasiones, stán tan mal señalizados que es imposible hacer caso de los mismos?
El límite de velocidad -y cualquiera que conduzca lo sabe- no depende solo del estado de la carretera, sino de la potencia del coche, y de las aptitudes y estado del conductor. Y estas dos últimas variables jamás podrán ser evaluadas por una señal de tráfico. Hay calles de las ciudades en las que circular a menos de 50 Km/hora es ridículo y hay calles en las que, por prudencia -y aunque no esté fijado así- deberíamos circular al paso de un hombre pues por la estrechez de la vía y por haber aparcado coches a los lados es peligroso cruzar la calle más rápido ya que de entre los coches y sin poder atisbarlos hasta que los tenemos encima pueden salir peatones despistados, niños o animales.
Todo esto me hace pensar en que quizá en nuestro país estamos apoyándolo todo en una legislación restrictiva y no en una educación en valores y en sentido común. Las autoescuelas no enseñan a conducir, solo enseñan a llevar un coche, que no es lo mismo ni se parece. Llevar un coche es tener la responsabilidad suficiente para saber que tenemos un arma mortal en nuestras manos y esté o no esté limitada la velocidad tenemos que adecuarla a las circunstancias ambientales. En las autoescuelas nos enseñan todas las normas teóricas y luego, en las prácticas, a aparcar, a circular sin demasiado riesgo, a maniobrar... pero echo de menos que a los aprendices de conductor no se les apele a su sentido de la responsabilidad y a la concienciación de que sus acciones pueden tener nefastas consecuencias.
Pero, claro, no es un asunto privado de educación vial sino de la educación en general. Tenemos tan interiorizado que todo lo no prohibido está permitido que, a veces, abusamos de la ley o la aplicamos fraudulentamente cumpliendo su letra mientras
¿Por qué se limita la velocidad máxima con la excusa de salvar vida cuando estamos comprobando que los quitamiedos de las nuevas carreteras que se construyen siguen apoyándose en postes que cuando son colisionados por un motorista lo parten en dos? ¿Es que el gobierno no se da cuenta que eso también salvaría vidas? Comprendo que el gasto en el cambio de los mismos de todas las carreteras en las que ya están instalados sea inmenso -no entro en el asunto del contraste entre el valor del dinero y el de las vidas humanas que eso ya sería objeto de otra entrada- pero no comprendo que se sigan poniendo en las nuevas. ¿Se hace por ignorancia de sus consecuencias? No lo creo. ¿Cobra algún funcionario o político por dejar que las empresas que los fabrican amorticen sus máquinas al coste en vidas que sea? Pues podría ser ya que cuando se impuso la obligación de llevar casco en las motos se demoró su aplicación hasta septiembre de aquel año porque los fabricantes de motos pidieron al gobierno ese retraso ya que, según su justificación, ello podría ralentizar mucho las ventas en verano que era la mejor temporada. ¿Es moralmente reprobable esa actitud o la ganancia de unos pocos justifica que haya veinte o treinta muertos más en un verano?
Creo que la velocidad es un asunto grave y no me quejo personalmente de la prohibición de rebasar las máximas fijadas e incluso procuro cumplir pero los accidentes nunca son por alta velocidad sino por que ésta es inadecuada, sea ésta legal o ilegal.
Quizá tengan razón los que afirman que lo único que mueve a los gobiernos es el afán recaudatorio ya que se podría intentar muchas otras acciones y no se hacen. Y una de las principales es la educación, que no consiste en enseñar lo que dice la ley -y a veces como burlarla- sino en lo que persigue la norma, su justificación y su conveniencia, haciendo partícipe al educando del fin común que se intenta conseguir. Mientras una persona no interioriza la necesidad de actuar de una determinada forma, ese comportamiento será forzado por la sanción pero dejará de realizarse en cuanto se tenga la firme convicción de que dicha sanción no se producirá.
Dicen que lo único que diferencia al hombre del animal es su sentido del deber. No en todos los individuos -porque hay quien no lo conoce- pero sí en la especie. Y es apelando a ese sentido del deber y de la responsabilidad como conseguiremos cambiar las conductas indeseables y crear ciudadanos útiles a la sociedad de todos.
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