Tener un amigo es tener un tesoro. Eso es así y todos lo sabemos. Pero ¿cómo podemos distinguir a los verdaderos amigos? Y más difícil todavía ¿cuándo podemos saber si para nosotros uno a quien llamamos amigo lo es realmente y apreciamos de verdad su trato y amistad?
Cualquiera de las dos cosas es difícil. A veces, el que creíamos más amigo hace o dice algo que no comprendemos, que no somos capaces de calibrar. Y otras, cuando perdemos un amigo tenemos sentimientos contradictorios: ¿es dolor por la pérdida? ¿es rabia por el abandono? ¿es un ataque de orgullo por la dignidad pisoteada? ¡Qué difícil es distinguir ese barullo de sentimientos que nacen en nuestro interior cuando algo está fallando en una relación de amistad!
Y por otra parte ¿qué hacemos? ¿cómo actuamos? ¿se lo decimos claramente? ¿no decimos nada pero vamos dándole de lado? ¿intentamos entender qué ha pasado y darle una segunda oportunidad? ¿es realmente una segunda oportunidad o habremos fallado nosotros sin ser conscientes de ello y la respuesta del otro es la lógica o al menos la normal?
He titulado esta entrada “Dos Cartas” porque ante un trato que entendemos injusto e incoherente podemos reaccionar de dos maneras. Y estas serían las muestras:
“Primera carta:
Teófilo:
No entiendo la causa de lo que pasó ayer. He esperado inútilmente una explicación por tu parte. Lo que sí tengo claro son los hechos:
- Habíamos quedado en que nos veríamos ayer y que me enviarías por email el domicilio donde nos íbamos a encontrar. Dijiste a los diez. Yo te contesté que a las once.
- Tu email no llegó nunca.
- La noche antes de nuestro encuentro me enviaste un mensaje al móvil, cuyo sonido siempre tengo apagado pues no suelo recibir mensajes, diciendo que no te había llamado y que no sabías si tendrías visita. ¿La visita éramos nosotros o era otra que te impedía vernos?
- Te llamé esa misma mañana antes de desplazarme los 70 kilómetros que nos separan. Tu asistenta contestó al teléfono, pregunté por ti, me dijo que sí estabas, me preguntó quién era. Se lo dije. Lo repitió en voz alta. Y entonces añadió: “Es que he oído la puerta”. Pensando que no querías dar explicaciones, le dije que no pasaba nada, que te llamaría al móvil.
- Emprendimos el viaje y te llamé al móvil. Siempre salió la voz que anuncia que el móvil está apagado o fuera de cobertura. Te dejé varios mensajes de voz pidiéndote que me llamaras, que estábamos de camino o que ya habíamos llegado. Cuando colgué la primera vez vi tu mensaje de anoche pero no le di importancia; ya hablaríamos cuando nos viéramos, aunque te fuera imposible venir a comer.
- Llamé a tu casa, al fijo. El teléfono sonó seis o siete veces y me colgaron la llamada. Podía ser un corte de línea. Lo volví a intentar pero esta vez me colgaron al primer timbrazo. No había duda. No era la línea.
- Llegamos a tu ciudad, hicimos un recado, comimos en un restaurante y nos volvimos a casa. Como es lógico comentamos todo lo sucedido y ninguno de los dos supimos encontrarle una explicación lógica.
- Hasta ahora no he sabido nada de ti. ¿No has puesto en móvil en marcha todavía?
Hasta aquí los hechos. Ahora vienen las peticiones: Ya que has demostrado un desprecio patente por nuestro tiempo –dos personas perdimos todo el día para poder verte y comer contigo, como habíamos planeado- y nuestra compañía, no insultes además mi inteligencia dándome cualquier excusa tonta. Si no tienes una buena razón que explique lo que pasó, cállate, por favor.
Segunda Carta:
Querido Teófilo:
No sé qué pasó ayer que, al final, no nos vimos. Quizá tuviste algo que hacer, quizá no querías vernos, quizá tuviste un mal día... Lo ignoro.
Solo quiero decirte que estoy triste por tu actitud, porque ella me indica que no te encuentras bien, que te escondes de mí y creo no haberte perjudicado en nada, que no tienes confianza para contarme lo que te pasa o pedirme ayuda... Y eso sí que me duele en el alma. Quizá tienes motivos para estar de bajón... o no... lo ignoro porque no me lo has contado.
Necesito decirte que te aprecio mucho y que estoy dispuesto a hablar contigo cuando quieras llamarme haciendo como que no pasó lo de ayer, como si el día de ayer no hubiera existido..., que estoy dispuesto a escucharte si tienes algo que contar, que estoy dispuesto a ayudarte si lo necesitas, que estoy dispuesto a olvidar lo que sea... pero para todo ello también necesito que tomes la iniciativa porque nada más lejos de mi intención que ser un pesado imponiéndote una presencia que, quizá a veces te incomoda.
Cuando resuelvas lo que quieres, me lo dices. Yo sabré esperar.”
Son dos modelos de reacción hacia el mismo hecho. ¿Cuál escoger? Es difícil porque no es de sabios callar cuando la prudencia obliga a hablar, así que si no decimos lo que sentimos no podemos quejarnos si el otro no lo sabe pero si no le dejamos claro que nuestra puerta sigue abierta, quizá, después de lo pasado, le dé apuro llamar a la aldaba. A lo mejor sería bueno que escuchara las dos. Porque las dos dicen verdades.
Vds. juzgan.
Deja pasar unos dias y si no hay ninguna explicacion manda la primera.es lo que le aconsejaria a toda persona que quiera.O
ResponderEliminarEs un caso hipotético. No tengo que mandar nada.
ResponderEliminarArnau