He de confesarles que hace cinco largos años que no fumo. ¿Sufro por no poder hacerlo? Pues la verdad es que no. Y si me aprietan las ganas no tengo ningún inconveniente en coger un pitillo y darle dos o tres caladas; pero eso ha sucedido solo dos o tres veces en todo este tiempo y siempre lo he aplastado contra el cenicero mucho antes de que se acabara. Ya no me apetecía.
Sin embargo tengo amigos que lo dejaron hace más de 20 años y siguen teniendo un “mono” considerable. Le dicen al que fuma a su lado: “Échame un poquito de humo, anda”, consolándose con aquel sucedáneo que le depara el destino.
Lo cual me hace pensar que la adicción al tabaco es mucho más psicológica que física pues no creo que en el cuerpo de una persona que hace 20 años que no fuma quede el más mínimo rastro de la nicotina o el alquitrán que aspiró. Y sigue teniendo ganas de fumar.
Por lo tanto, el vicio de fumar se quita con una cosa: voluntad para dejarlo y, en todo caso, tratamiento psicológico pues poco pueden hacer los medicamentos –salvo quitarte la ansiedad que produce el saber que no puedes hacer una cosa que te apetece-. Ello unido a que dichos medicamentos son carísimos y que entre los efectos secundarios está que, raramente se han producido muertes por tomarlos, me hace pensar que los tales medicamentos son un negocio como un templo, destinado a engañar a las personas que no quieren hacer ningún esfuerzo por dejar algo que solo pueden dejar ellas mismas.
Poniendo estas premisas, ahora voy a abordar el tema de la prohibición de fumar en los bares. ¿Es lógica esta prohibición? ¿Está justificada?
Y aquí habría que ver, como siempre, qué bien estamos tratando de proteger para prohibir algo. Y Vds. me dirán: la salud del fumador y de quien está a su lado. Cierto, totalmente cierto. Y eso justifica la prohibición porque aunque todos los presentes en el bar estén de acuerdo en que se fume, los trabajadores, que no pueden renunciar a sus derechos por disposición legal, tienen todo el derecho a que se proteja su salud, aun en contra de ellos mismos. En su tiempo libre que hagan lo que quieran pero en el trabajo, el empresario es responsable de proteger su salud.
Pero, a la vez, me asaltan las siguientes preguntas, y supongo que no soy el único que se las hace:
- Todos sabemos que en los cigarrillos que nos venden, las empresas fabricantes introducen sustancias para que sean mucho más adictivos que el tabaco solo. ¿Por qué no se legisla nada prohibiendo tales adiciones? No, a nadie se le ha ocurrido. ¿Será porque la industria tabaquera es una de las más fuertes del mundo y los políticos, en el fondo, le tienen miedo y solo hacen amagos de cara al público que indiquen que quieren proteger nuestra saludo pero que en verdad les importa un pimiento?
- Cuando una persona enferma de alguna dolencia respiratoria se suele echar la culpa, de entrada, al tabaco: fumador activo o pasivo, da igual. El tabaco tiene la culpa. ¿La ciencia médica es actualmente capaz de discernir si un EPOC o un enfisema de un no fumador proviene de haber sido fumador pasivo o de la simple inhalación del aire que llena nuestras ciudades, repleto de sustancias cancerígenas que lanzan a la atmósfera las industrias y los motores de explosión? ¿Por qué no se prohíben los vehículos a motor? Ah, es que el coche, el camión… es indispensable en el mundo de hoy. ¿Y eso justifica que nos maten envenenándonos lentamente? Bueno, sí, luego se le echa la culpa al tabaco y ya está. La gente se lo acaba creyendo.
- ¿Saben Vds. que nuestra ministro de Sanidad, Leyre Pajín, comentó, como de pasada, que estaban estudiando la posibilidad de incluir los medicamentos que supuestamente curan el tabaquismo entre los subvencionados por la Seguridad Social? ¿Saben lo que pueden llegar a pagar las farmacéuticas en forma de sobornos a los políticos de turno –no digo que lo hagan- porque eso se apruebe?
Supongo que queda clara mi postura: no al tabaco pero no también a todas las demás cosas que pueden perjudicar nuestra salud y el Gobierno ni nombra ni se acuerda de ellas si no es en sospechosas circunstancias. Y, desde luego, dejar la puerta abierta a aquellos que quieran constituirse en Asociaciones de Fumadores siempre y cuando no tengan asalariados y se sirvan ellos mismos.
No me digan que su enfermedad gastará recursos de la Seguridad Social en forma de asistencia que no tenemos por qué pagar los demás. Aunque eso es cierto ¿Por qué pagamos la rehabilitación de drogadictos cuando el comercio de la droga no paga ningún impuesto y sí el del tabaco? ¿Por qué damos pensiones no contributivas a personas mayores cuya hacienda ha sido puesta convenientemente a nombre de los hijos y entonces alegan que no tienen medios de subsistencia? ¿No existe una obligación en el Código Civil de dar alimentos a los familiares? ¿Por qué he de sufragar yo esa pensión si la persona en cuestión sigue disfrutando de los mismos o parecidos ingresos que antes de jubilarse o en el caso de que no sea así lo disfrutan sus hijos que tienen obligación para con ellos? ¿Por qué, en España, una persona quebrada delictualmente puede seguir abriendo empresas a su nombre o siendo Administrador de una Sociedad? Porque incluso en el caso de que esté inhabilitado, como no existe un Registro Oficial de Inhabilitados, no se puede controlar. Y luego, todos esos vendrán a pedir una pensión no contributiva por no tener medios de vida cuando durante la misma se han pulido lo que les ha venido en gana.
Estoy harto del fraude fiscal, de la doble moral, de la corrupción política, del problema estructural de la economía de España, de la tolerancia de la población hacia los desmanes de sus mandamases en cualquier parcela del país.
En definitiva: estoy harto de que el hombre sea tan poco hombre, porque cuando más se aleja del animal que fue, peor es la sociedad que crea.
bIEN TRAÍDO Y BIEN ARGUMENTADO, AUNQUE NO ESTÉ DE ACUERDO EN TODO LO QUE PLANTEA.
ResponderEliminarEN CUANTO AL TABACO, SOY FUMADORA DE DOS CAJETILLAS DIARIAS Y, SIN EMBARGO, ESTARÍA A FAVOR DE QUE SE DEJASEN DE PARCHES Y PROHIBIESEN SU VENTA DE UN PLUMAZO.
Manoly
Es que el problema de prohibir es, por un lado, que no se sabe dónde poner el límite, y por otro, que se crea un mercado negro que enriquece a unos pocos y no paga impuestos.
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