Me estoy mirando en el espejo. De cara, de perfil, de tres cuartos, mi tipo, la ropa que llevo, las piernas con medias finas, el zapato con un pequeño tacón... la verdad es que, a mi edad –que no es que sea mucha, por supuesto- estoy muy bien... y, por eso pienso yo que se enamoran de mí.
Y es que los hombres me miran, se insinúan, me regalan piropos... pero todo de forma fina, elegante, para que yo me entienda pero no lo vean los demás, de forma sibilina.
Ahora mismo vengo del Banco. El empleado que me atendía, a punto de jubilarse, no paraba de mirarme mientras hacía sus papelotes para que yo pudiera cobrar mi pensión, y me he dado cuenta, claro, de que me estaba tirando los tejos de una forma muy discreta, como para que no se percatara nadie: me ha llamado Doña Mar, cuando sabe perfectamente que me llamo Lola. Diáfano que quería llamar mi atención. Pero es lo que yo digo ¿me conviene? porque claro, un bancario tampoco cobrará mucho y aunque el hombre estaba bien y era más joven que yo, hay que fijarse bien en la cuestión crematística. Y no, tengo que decirle que no siga porque si dejo que la bola de nieve ruede hacia abajo se agrandará y el pobre hombre sufrirá un desengaño. No le quiero dar achares; haré como siempre, le enviaré una carta:
“Mi querido amigo: Es Vd. muy amable y muy simpática, además de estar de buen ver. Lo siento mucho porque he comprobado que le intereso. Ya sé que estoy muy bien y que eso atrae a los hombres –a casi todos les gustan un poco gorditas y que sean más bajitas que ellos; esto no se lo voy a poner en la carta pero es cierto- pero no quiero que se haga falsas expectativas conmigo. ¡Esos ojitos que me ponía cuando estábamos haciendo lo de mi pensión de jubilación, que ya hace cinco años que la cobro por ese banco, me dijeron mucho! Aunque más me dijo que me llamar Mar. Mar. Lo entendí enseguida. Me estaba pidiendo una cita para ir al puerto a ver el mar. Y sí, me encantaría, pero no puedo hacerle esta jugarreta; dejarle que se enamore más para luego echarme atrás. Olvídeme, es lo mejor que puede hacer. Y cuando vuelva yo por el Banco haga como que no ha pasado nada entre nosotros. Será mucho menos doloroso.”
Sí, eso haré, le voy a escribir la carta. Voy por mis gafas porque como soy miope, si no las llevo no sé ni dónde está el boli y el papel. Y luego, cuando la tenga redactada, la copiaré ya sin tachones en un papel rosa perfumado, de los que guardo de cuando era casi una niña e iré a llevársela. Me pondré la peluca rubia – la verdad es que es un gozo esto de tener el pelo un poco ralo porque no me preocupo de ir a la peluquería y la peluca como es sintética la puedo meter en la lavadora- que para estas cosas va mejor y le deslizaré en su mesa el sobre con una sonrisa cómplice.
¿O no le digo nada y voy a decirle que sí, que vamos, que lo que él quiera...?
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