jueves, 23 de diciembre de 2010

In memoriam

Tengo en el calendario varias Navidades que recordaré siempre con tristeza. Esta va a ser una de ellas. Y es que Jerry, mi perro, ha decidido irse para siempre.
Eso sí, se fue con las botas puestas porque ya herido de muerte, esperando a que le viera el veterinario, acostado de espaldas sobre mi regazo,. desorientado e indiferente a todo cuanto pasaba a su lado, hizo un postrer esfuerzo para girarse a mirar, a oler, a un perrillo que salía ya de la consulta. De momento, no acerté con la causa de su interés pero oí que su ama la llamó: ¡Lupe, no tires! Era hembra y Jerry, caballero como siempre, aun en su recta final se volvió a mirar/oler a una dama. Aunque fuera a distancia.
Ha dejado nuestra casa vacía. Al levantarme esta mañana he vuelto, sin darme cuenta, a rodear en la oscuridad su cama que ya no estaba. Lo estoy recordando todo el día y, de tanto en tanto, los ojos se me humedecen en una reacción que no soy capaz de controlar.
Jerry nos eligió a nosotros. Fue abandonado aún con su collar en una carretera, y lo encontramos, con más hambre que un maestro de escuela de la postguerra, en medio del campo cuando paseábamos a nuestros perros de entonces. Se vino detrás hasta casa. Caminó a una prudente distancia de todos nosotros, sin atreverse a acercarse pero sin rezagarse. Tendría unos cinco meses y ya sentía un miedo cerval hacia los humanos, pavor que le acompañó toda su vida. Quizá nuestra manada, al ser mixta –dos humanos y dos perros- le pareció menos mala.
Al llegar a casa no le dejamos entrar y se quedó gañendo en la puerta. Como un niño abandonado que no sabe adónde ir. A nosotros nos quedó el corazón encogido y un sentimiento de culpa que no nos merecíamos, pero nos mantuvimos firmes. Al fin y al cabo, a los dos días nos íbamos de vacaciones por una semana y se olvidaría de nosotros; desaparecería y, si no ves el problema, es como si éste no existiera. Así que era cuestión de aguantar los dos días que quedaban cerrándole la puerta en el hocico cada vez que entrábamos o salíamos. Eso sí, le sacamos comida. Al menos que aguantara lo que pudiera.
El día que nos fuimos le compré tres ensaimadas en la pastelería y se las puse en el suelo. Como tiene hambre se pondrá a comer atolondradamente y no se dará cuenta de que nos vamos. ¡Ilusos! Cuando se percató de nuestra marcha, abandonó la comida y comenzó a correr con desesperación detrás del coche a la máxima velocidad que le daban sus cortas patitas –era una especie de foxterrier español- hasta que sus fuerzas fallaron y se quedó mirando cómo nos alejábamos con la decepción marcada en los ojos.
Pasamos la Semana Santa en Córdoba y ni los faroles encendidos del Cristo más bonito de España lo apartaron de mi mente. Lo imaginaba solo, con hambre, sin cobijo… pero trataba de tranquilizarme pensando que, a la vuelta, habría desaparecido. Vano fue mi consuelo. Dejamos el coche en el garaje, unos metros más allá, y al llegar a nuestra puerta, sigilosos por si acaso, respiramos aliviados cuando no le vimos. Cerré la puerta con cuidado de no hacer ruido. Y no habíamos salido aun del recibidor cuando oímos un gañido acompañado de rascones en la puerta. Volvió mi mujer sobre sus pasos; abrió la puerta y allí estaba él, sentado bajo el dintel del portal, expectante, sin mover la cola, esperando… “Pasa -le dijo mi esposa-, te lo has ganado”. Y entendió al instante que había sido admitido en la manada elegida.
Fue un perro serio, nada dado a las demostraciones excesivas de afecto y mucho menos a su petición exagerada. Cuando deseaba una caricia se colocaba a tu lado y miraba intermitentemente tus ojos y tus manos. Le tocabas un poco la cabeza y le decías: “Ale, Jerry, ya está” y se alejaba satisfecho hacia su colchoneta.
Ha sido el último de una saga de diez amigos de cuatro patas: Rufo, Cuca, Charly, Doc, Sony, Negra, Black, Nela, Yaso y Jerry. Pero ya he hablado con el Refugio de Animales Abandonados y, seguramente este domingo, iremos por un perrillo de poco tamaño –ahora vivimos en piso- que sea mayor, de los que no es fácil que nadie adopte. Este nuevo perro no nos hará olvidar a todos los otros, que cada uno se ganó su lugar en nuestro corazón pero volveremos a sentir el cariño más desinteresado que existe: el de un perro a su amo.
En memoria y homenaje de todos ellos escribo esto que, quizá, quien no haya convivido nunca con un perro no sepa comprender.

4 comentarios:

  1. He llorado, se trata de que mi perro COCO, esta, creo yo, enfermo, no he podido llevarlo al veterinario y temo el hacerlo, pues no quiero pensar en que tendré que sacrificarlo. Lo criamos desde bebe, ahora tiene 12 años, es un chucho, pero muy bonito y con porte, en el barrio todos lo quieren, incluso mucho los niños, a pesar de que todo suceda tras una reja, en fin, esa es la situación y temo lo que diga el veterinario, mientras le estoy dando Termagil, pues pienso que siente dolor ¡Pobrecito!

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  2. Aunque sean chuchos se les quiere igual. Cada uno tiene una perronalidad diferente. Cuídalo mucho.

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  3. Querido Arnau: Ayer cuando sali a echar algo para reciclar estaba alli, el contenido de la colchoneta, supongo que tu mujer,puso a lavar la funda,se me encogio el corazon, hoy lloro sin ningun rubor la perdida del querido Jerry, Pocholo a mi lado no dice nada,pero seguro que nota que es por él. Esperemos que vuestro proximo perro sea como Jerry y cuando vayamos al rio a pasear Pocholo se las ligue, pero sea el vuestro quien se las lleve. Jimena de Ruiz

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  4. Arnau: Te felicito por este precioso artículo, no sólo por su alto nivel literario sino porque revela un gran corazón, con unos sentimientos muy nobles. Quien así se expresa demuestra ser una buena y gran persona.
    Os comprendo. Puedo compartir vuestra pena. Os ha dado cariño y se lo habéis dado. Ha tenido momentos felices con vosotros y vosotros con él. Como toda separación, duele. Deja un vacío y su recuerdo perdura en vosotros y en cada rincón de la casa. Sus juguetes, su camita, su comedero y bebedero, su alimento, sus travesuras, sus ladridos, su rabito alegre al recibiros. A mí también también me da mucha pena. Habéis hecho cuanto estaba en vuestra mano por cuidarle, por curarle, porque no sufriera. Descanse en paz en el cielo de los perritos buenos.

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