Hoy quiero hablar a las familias de los mineros atrapados en el fondo de la mina de cobra y oro en el norte de Chile. Les doy la enhorabuena porque los trabajadores están vivos y parece que, salvo algún bajón emocional, en buen estado de salud. He seguido día a día, desde que se produjo el accidente, la evolución de esta catástrofe y no puedo evitar una gran indignación.
Por las noticias que nos llegan a través de la televisión, la prensa y este invento que es internet, he sabido que la mina fue cerrada por falta de medidas de seguridad al haberse producido un accidente del que resultó la muerte de un hombre. Después de un año de inactividad, la mina se reabre y la empresa propietaria declara expresamente que no sabe si podrá abonar los salarios de los trabajadores y que no les hizo un seguro que les protegiera a ellos o a sus familias en casos como el producido; es decir, que se encuentra en bancarrota o, al menos, así quiere aparecer –para evitar pagar las indemnizaciones-, con lo que me es fácil imaginar que tampoco habrán invertido mucho en medidas de seguridad para evitar catástrofes de este tipo. Parece que la mina carecía de salida de emergencia. En todo caso, la mayor prueba de que la mina no contaba con suficientes medidas de seguridad es la producción del accidente que comentamos.
La empresa es responsable civil y penalmente por no haber previsto que podía darse este resultado o, si lo previó, de no haber dispuesto las medidas oportunas para que no se diera: treinta y tres hombres atrapados en un pequeño recinto, en las entrañas de la tierra, a setecientos metros de la corteza terrestre. ¿Habrá bajado alguna vez a esa galería alguno de los dueños para ver en qué condiciones trabajaban sus empleados? Y recemos para que la operación de rescate se realice en el mínimo tiempo posible y con éxito, porque vivir en completa oscuridad, en un recinto pequeño, con miedo a no salir y sin tener suficientes alimentos o aire es una situación que, aunque todo vaya bien a partir de ahora, puede volver loco a cualquiera. A los atrapados y a sus familias.
Si esa mina era peligrosa y el empresario no quiso gastarse el dinero necesario para hacerla más segura ¿por qué las autoridades chilenas autorizaron la apertura? Esa aquiescencia para su reapertura les convierte en cómplices del hecho. Y cómplices necesarios, porque con su negativa y la vigilancia para que ésta se cumpliera también se habría evitado este desastre.
Los trabajadores son la parte más débil de una relación laboral, por lo que la legislación nacional debe protegerlos especialmente: para que estén en igualdad de condiciones con el patrón. El patrón tiene el dinero. El trabajador no tiene más que la fuerza de sus brazos, por lo que para que haya una equiparación de sus posiciones a la hora de negociar un contrato de trabajo, el Estado debe garantizar unos mínimos derechos al trabajador.
Entre los derechos inalienables que posee, está el de que se proteja su salud mientras trabaja. Los sindicatos tienen mucho que hacer en ese campo. Y no he visto nunca una huelga –no digo que no haya tenido lugar, solo que no tengo noticia de la misma- convocada porque en el trabajo no existen suficientes medidas de protección de la salud. Un trabajador sólo no puede hacer gran cosa. La asociación de muchos trabajadores, bien dirigidos, puede forzar la situación hacia la protección de sus intereses.
Aquí no solo debe indemnizarse a los trabajadores por los daños físicos sufridos, sino también por los daños morales de ellos y de sus familiares. Y, si los resultados de la investigación, señalan faltas de medidas de seguridad, además tenían que pagar con la cárcel.
Esos trabajadores necesitaban el trabajo para sobrevivir. Por ello accedieron a trabajar desprotegidos. ¿No es triste que la riqueza de algunos justifique la expoliación de otros?
Es necesario un nuevo orden social y económico en este planeta. No todo puede justificarse por el lucro que se obtiene. Hay cosas que no tienen precio y, sin embargo, valen mucho: el tiempo y las condiciones que esos treinta y tres hombres pasen hasta que sean rescatados, nadie se lo pagará nunca por mucho dinero que les den.
Y lo peor es que me temo que les darán muy poco.
Todo mi apoyo a los trabajadores chilenos. Siento con Vds. su dolor y deseo y espero que todo salga lo menos mal posible. Bien ya no puede salir. Y les animo a exigir del gobierno que promulgue leyes que obliguen a estudiar los riesgos de cualquier trabajo, a prevenirlos y a paliarlos, y que, mediante un buen sistema de Inspección de Trabajo, independiente políticamente, se haga cumplir lo legislado.
Con mis mejores deseos,