miércoles, 29 de septiembre de 2010

Huelga a la española

En el artículo 28.2 de nuestra Constitución se reconoce el derecho de huelga a los trabajadores para la defensa de sus intereses y después remite a la ley para que ésta fije las condiciones del ejercicio de ese derecho. No voy a entrar en si el Real Decreto-Ley 17/77 regula el derecho a la huelga de forma adecuada. Es la ley que tenemos y, mientras no se cambie, hay que respetarla. Uno puede no estar de acuerdo con ella pero tiene el deber de respetarla.
Mi reconocimiento a todos los trabajadores que, en el día de hoy, han decidido hacer huelga para la defensa de sus intereses, es decir, para que el Gobierno retroceda en la nueva regulación laboral que ha realizado.
Ahora bien, no estoy nada de acuerdo en algunas cosas:
·         La fecha de la ejecución de la huelga: ¿Por qué no se convocó la huelga cuando nuestros parlamentarias estaban discutiendo el texto de la nueva regulación laboral? ¿Será porque la huelga general estaba pactada de antemano con el Gobierno para que éste pudiera sacar adelante la restricción de derechos que pretendía y los Sindicatos quedaran bien ante la opinión pública? Porque no es lógico que la huelga se haga cuando ya está muerto el cerdo. Ahora ya no va a revivir. El Gobierno no puede dar marcha atrás en una decisión que ha tomado –que a mí personalmente no me gusta nada porque no va a ser efectiva- so riesgo de que les tomen a todos por un grupo de paranoicos desnortados. Como no lo son, no pueden desdecirse de lo que propusieron al Parlamento y éste aprobó. Si una huelga debe anunciarse con cinco o diez días de antelación –según se trate de una empresa privada o un servicio público- ¿por qué la tardanza que comento? Según mi opinión es una huelga a destiempo, solo para lavar la cara de los Sindicatos que no supieron o no quisieron oponerse, de forma contundente, a la reforma laboral. Lo que, por otra parte, es lo más lógico del mundo, dado que es el Estado quien paga mayoritariamente sus salarios.
·         La forma de realizarse: El art. 6.4 del Real Decreto-Ley citado establece que “Se respetará la libertad de trabajo de aquellos trabajadores que no quisieran sumarse a la huelga” y el art. 6.6 de la misma norma que “Los trabajadores en huelga podrán efectuar publicidad de la misma, en forma pacífica, y llevar a efecto recogida de fondos sin coacción alguna”. Sin embargo, estoy oyendo las noticias y la huelga, pese a los mensajes de tranquilidad que nos lanzan miembros del gobierno interesados en minimizar los altercados, ha producido ya detenidos, cargas policiales, cortes de carretera, barricadas, rotura de lunas de autobuses, y diversas amenazas y acciones violentas contra aquellas empresas y trabajadores que han decidido no seguirla. No hay cosa que demuestra más que una convocatoria de huelga no ha tenido éxito que la necesidad de imponer su ejercicio a la fuerza. En la huelga de usuarios de tranvías de Barcelona, en plena dictadura, nadie fue obligado a realizarla, y fue masiva. Tanto lo fue que el Ayuntamiento se vio obligado a bajar el precio del billete.
Esta mañana me ha dado una vuelta por el barrio en el que resido. Un barrio con mucho comercio pero no céntrico, y he podido comprobar que todas las tiendas permanecían abiertas y, aunque había menos público que de costumbre, los usuarios se llegaban a las mismas con toda normalidad. He preguntado sobre piquetes y todos contestaban que habían pasado la voz de alarma de que iban a venir pero que habían pensado que ya cerrarían cuando les obligaran.
En contraste con esto, he preguntado a varios trabajadores si hacían la huelga o estaban trabajando y todos me han dicho que de huelga nada, que iban a trabajar y solo uno me ha comentado que, al preguntar en su empresa, si podía hacer huelga, le contestaron que era su derecho pero que pensara que perdería el salario del día y podrían “echarlo a la calle” –cosa totalmente ilegal- , con lo cual ha decidido ir a trabajar. Es decir, no conozco un solo huelguista.
Entre los funcionarios y demás trabajadores públicos, aunque las medidas del Gobierno no deben haber sido muy populares, no creo que haya cundido el paro huelguista, mayormente porque si ya les han rebajado el sueldo en una media del 5%, no creo que estén dispuestos a perder el salario de un día entero de trabajo, máxime cuando en ese descuento incluyen la parte proporcional de pagas extraordinarias y vacaciones. Lo que sí habrá habido es gente que ha hecho la huelga mentirosa, es decir, no ir a trabajar con lo cual sus compañeros han pensado que estaban de huelga pero han acudido al médico de cabecera a por un justificante que indique que no se hallan bien de salud para ir a trabajar. Así cobran el sueldo y quedan bien. Pero no son huelguistas ni pueden contarse en las estadísticas.
Si oímos al Gobierno, la huelga casi no tiene seguidores; el Ministro Corbacho  ha dicho que alcanza al 7,48%, lo que es un fracaso en toda regla. Si oímos a la UGT o a CCOO, la huelga ha sido todo un éxito y cifran la participación en un 75%. ¿Cómo se explica uno esta disparidad de datos? Es inexplicable, y contribuye más aun a que el ciudadano de a pie no se fíe ni de unos ni de otros, porque una de las partes miente y, lo más seguro es que mientan las dos. No podremos tener datos fiables de quién ha secundado la huelga de verdad hasta que la Tesorería General de la Seguridad Social pueda haber recibido todas las comunicaciones de las empresas en las que se informe de qué trabajadores han secundado la huelga y cuáles no. Y para ello hay un plazo de seis días. No estaría mal que la Tesorería, una vez conozca todos los datos, dé información al respecto, porque esa sería la única fuente fiable sobre el seguimiento real de la huelga.
Y para acabar me hago una pregunta que seguramente nunca nadie me contestará. Supongo que hoy los sindicatos que hayan alentado a hacer la huelga – como empresarios que son de sus propios trabajadores, éstos pueden elegir entre hacerla o no hacerla- permanecerán cerrados y, al menos una parte de su personal, estará efectivamente de huelga, salvo que los hayan coaccionado para que todo el mundo la haga, o bien también podría arreglarse de otra forma: “hoy cerramos para dar ejemplo pero no os preocupéis que no descontaremos el salario a nadie. Pero hay que hacer el paripé para que nadie nos mire mal”. De verdad que agradecería que los sindicatos que han propugnado la comisión de la huelga enseñaran públicamente, a los periódicos, a la televisión, a las radios, la comunicación de los huelguistas a la Tesorería y después el TC-2 donde conste un día menos de trabajo de los mismos trabajadores que figuraban en aquella relación, aunque tachen los números de DNI y NAF y los nombres, por aquello del respeto a la intimidad.
Y es que, fíjense, no me fío un pelo de nadie…

domingo, 26 de septiembre de 2010

La pederastia en la Iglesia (II)

En la entrada anterior inicié el tema pero no pude acabar de comentarlo todo. Es muy complejo.
En primer lugar, me gustaría abordar el problema en sí mismo: ¿Es cierto que hay muchos pederastas en la Iglesia? Pues yo les diría y no me equivoco, que hay poquísimos, muchos menos que en otros colectivos. Hay y ha habido algún caso muy sonado y, por ser miembro de la Iglesia, el escándalo ha saltado libremente. Y es normal. Porque una institución que se dedica a moralizar a los demás no puede consentir en sus filas este tipo de comportamientos y mucho menos taparlos sin tratar de corregirlos o, al menos, controlarlos.
Lo que en algún caso existe en la Iglesia es la efebofilia; es decir, sacerdotes que se interesan sexualmente por adolescentes, y eso puede constituir o no un delito de estupro dependiendo del consentimiento del menor. Por eso les hice la distinción entre el verdadero pederasta y el efebófilo.
¿Y cuál es la causa de que de los casos de estupro que se destapan en la iglesia, el mayor porcentaje corresponde a relaciones homosexuales, en una proporción casi inversamente proporcional a lo que ocurre en la sociedad civil? ¿Por qué pasa esto? Bueno, pues D. B. Cozzens (The Changing face of the Priesthood, Liturgical Press, Collegeville MN 2000) que ha realizado un estudio muy serio e imparcial, dice que está comprobado que en USA, al menos un 50% de seminaristas y sacerdotes son homosexuales. En Europa, la cosa no debe ir a la zaga pues las noticias que de vez en cuando aparecen en los medios de comunicación así lo indican: los estudios de Pepe Rodríguez sobre “La Vida Sexual del Clero”, un estudio de campo que se comenzó en Roma y no se acabó por presiones del Vaticano, la noticia que publicó El Mundo recogiendo el reportaje de investigación de la revista Panorama sobre “Las noches locas del clero homosexual en Roma”, y otras investigaciones realizadas directamente por mí. Sé que habrá lectores a los que escandalizaré con estos datos pero les aseguro que no hay causa para ello y que los que están “dentro” saben que digo la verdad.
Lógicamente, si el porcentaje de homosexuales en las filas de la  Iglesia católica es prácticamente igual al de heterosexuales ¿por qué aparecen, entonces, más casos de efebofilia que de ninfofilia? En buena ley y guardando las proporciones deberían salir los mismos ¿o no?
La causa que se me ocurre es que las razones que llevan a un hombre creyente a ordenarse pueden ser diversas y en ellas debe estar el secreto. Podemos distinguir cuatro grupos:
1.- Los que tienen una personalidad madura y son capaces de entender, en toda su dimensión lo que significa y exige la ordenación sacerdotal. Da igual que sean homo que hetero puesto que saben que tendrán que permanecer castos. Son personas que tratarán de llenar su vida con la entrega a los demás y a Dios. Orarán. Y aceptarán su celibato de una forma libre y sabiendo lo que hacen, ofreciéndola a mayor gloria de Dios. Eso no significa que no puedan enamorarse de alguien y tengan que poner tierra de por medio para evitar apartarse de la senda que han elegido. O que algún día tengan un tropezón que, como un error que es, encontrará su salida en la confesión con el firme propósito de no volver a caer. Aunque luego no se pueda. Son hombres y, por lo tanto, frágiles ante las tentaciones.
Por eso a mí no me gustó nada la Instrucción sobre los criterios del discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al Seminario y a las Órdenes Sagradas, aprobada por el Papa Benedicto XVI en 31-agosto-05. Y no me gusta porque no es justo que a los gays se les niegue el ingreso en un seminario o no se les ordene. Esto es tanto como equiparar a un homosexual con un indeseable. Y no es verdad. Hay sacerdotes homosexuales mucho más dignos y con más vocación de servicio que otros heterosexuales. ¿Por qué pues dejarlos fuera solo por su orientación sexual? Si deben cumplir el celibato ¿qué más da su orientación sexual en la abstención?
Este grupo de jóvenes que se ordena sabiendo lo que hace es el más numeroso pero, como hacer lo que uno debe y portarse bien nunca llama la atención de nadie, no salen en los periódicos a pesar de realizar una buena labor.
2.- Los jóvenes creyentes pero inmaduros que, sin saber exactamente las obligaciones que asumen, se lanzan al sacerdocio. Entre ellos estoy seguro que habrá muchos gays que siendo muy religiosos y queriendo hacer caso a lo que manda el catecismo de la Iglesia Católica (que dice que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados) ven como una solución a su problema el ordenarse de presbíteros ya que no pueden evitar su tendencia y el catecismo les condena a la castidad perpetua. Así hacen de la necesidad virtud y se entregan a Dios. Pero esa entrega es como la de la monja que ingresa en el convento únicamente por un desengaño amoroso; basada en unas premisas erróneas. El ingresar al sacerdocio no les vacuna contra sus tendencias y apetencias y, una vez ordenados (y a veces antes) se dan cuenta de que no pueden cumplir lo que prometieron. Los más valientes reconocen su error y se secularizan. De éstos unos suelen casarse y otros inician o continúan una relación homosexual de pareja. Los demás se quedan en la Iglesia: unos porque ya tienen la vida resuelta y ponerse a buscar trabajo entonces es duro, otros porque no tienen una pareja estable y van picando de flor en flor y eso lo pueden hacer igual dentro que fuera. Suelen ser sacerdotes que invierten poco tiempo en rezar y que no han comprendido el celibato como un instrumento para mejorar su entrega a Dios y a los hermanos; es decir, que en realidad no tienen vocación sacerdotal. Son los que dan algún que otro escándalo porque se les ve por bares de ambiente o discotecas gays o con alguna mujer en una actitud nada equívoca y siempre hay alguien que conocen y a quien se tropiezan. Hay que tener en cuenta que, en esta vida, lo que no se sabe es lo que no se hace.
Quizá en este grupo, hay algunos a los que la presión social y la inmadurez llegan a tal punto que no sabiendo encomendarse a Dios, y sintiendo sus apetitos carnales con toda su fuerza, los canalizan en la efebofilia o la ninfofilia.
Como en este grupo hay muy pocos heterosexuales ya que a ellos no se les niega la posibilidad de practicar sexo de forma normalizada casándose, no existe casi la ninfofilia. De hecho, este problema era más habitual hace muchos años –trataba de ocultarse pero lo había-, cuando los seminarios se llenaban de muchachos de pueblo que estudiaban allí gratuitamente porque sus padres no podían costearles los estudios y acababan ordenados, de buena fe pero sin haber calibrado las obligaciones de su ordenación. Hace años era normal que casi todos los curas tuvieran ama y en algún caso el ama se presentaba como una sobrina viuda, cuyos hijos, sospechosamente, se parecían mucho al cura al que llamaban tío. Es más, mi abuela siempre me contaba que cuando iban a cambiar al cura del pueblo todos pedían que el nuevo trajera ama porque, de lo contrario, perseguía a las mozas casaderas.
Actualmente en este grupo sí hay muchos gays. Y entre ellos los que prefieren mantener relaciones con alguien inferior en edad, en posición social, en cultura… siempre son personas con baja autoestima pero deseosos de ser admirados. Ven difícil que otra persona de su nivel se enamore de ellos o les admire, y lo intentan con alguien a quien creen inferior con el que les parece mucho más fácil brillar con un fulgor que, en realidad, no poseen. ¡Qué fácil es epatar a un muchacho/a jovencito llevándolo a un restaurante de lujo o haciéndole un buen regalo! Y esto nos da la medida de por qué existe más efebofilia.
3.- Los que, conscientemente, entran al seminario como refugio para que no se conozca su homosexualidad iniciando ya su andadura con el firme propósito de no cumplir las normas. Antiguamente en este grupo también había heterosexuales, no para tapar sus tendencias, sino para tener un trabajo seguro, más descansado que hacer de peón agrícola, y con cierto prestigio social. En estos casos, el celibato suelen saltárselo desde el primer día y sin ningún remordimiento. Actualmente son realmente pocos porque la sociedad admite ya con casi total normalidad a los gays y el ser cura está mal pagado y ya no sigue estando tan bien visto como antaño.
4.- Los psicópatas sexuales que se cuelan con el único propósito de tener un buen cazadero disimulado. Son poquísimos casos pero ya sabemos que hace mucho más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.
Entonces ¿quién tiene que hacer la criba? Pues está claro que están fallando los Centros de Orientación Vocacional y los seminarios ya que los chicos pasan allí muchos años y sus superiores y educadores han de distinguir el trigo de la paja y no dejar que se ordenen ninguno sin la suficiente madurez para saber a lo que se compromete con ello. Y eso no tiene nada que ver con su orientación sexual.
Por otra parte, y de forma más mediata, tendríamos que hablar de la forma de educar actualmente, pues la disciplina ha desaparecido de los valores de la enseñanza y los niños, apoyados por sus padres, quieren aprobar el curso sin esfuerzo alguno y no renunciar a ninguno de sus caprichos, aunque no hayan hecho nada para merecerlos. Si educamos así a nuestros hijos y los seminaristas salen del pueblo –no los fabrican adrede para ser curas- ¿cómo queremos que sepan controlar sus apetencias? Es muy difícil exigirles eso cuando son adultos si les hemos consentido y alentado a hacer siempre lo que deseaban sin adquirir ningún compromiso y tener que cumplirlo.
Un lector, en carta privada, me apuntó como causa de los desmanes el hecho de la exigencia del celibato. No lo creo, no creo que la exigencia de castidad obligue a nadie a abusar de otro. Puede llevarle a buscarse un apaño o una relación puntual pero ¿abusar? No, no tiene lógica. Aunque personalmente a mí me parecería mejor que el celibato fuera opcional. Ahora bien, si el Papa toma la decisión de cambiar este precepto y deja que los sacerdotes puedan casarse y seguir con su misión evangélica teniendo mujer e hijos, va a tener un problema más bien pronto que tarde. Y este problema va a ser que los sacerdotes homosexuales exigirán el mismo trato. ¿Por qué nosotros no?
¿No sería hora de que el Vaticano revisara toda su doctrina en materia de homosexualidad? En la Biblia, solo el Antiguo Testamento hace referencia a “no te ayuntarás con hombre como con mujer”, en uno de los libros más antiguos. Y en el Nuevo Testamento, San Pablo declara que no podrán entrar en el reino de los cielos. Pero David llora a la muerte de su amigo Jonatan diciendo que su amor era más caro a sus ojos que el amor de las mujeres, y David fue un ungido de Dios. Y para el que no lo sepa decirle que el pecado de Sodoma no fue el de la homosexualidad, como casi todo el mundo cree, sino la falta de solidaridad con los pobres y necesitados.
Pero a la luz de los nuevos descubrimientos científicos y, demostrado que ser homosexual no es estar enfermo ni ser un vicioso, ¿no podrían admitirse con toda normalidad las relaciones de pareja homosexuales?
Y por último vamos a revisar la actitud de la Iglesia respecto a los casos que tiene. Yo creo que aunque nadie les denuncie a las autoridades civiles, si saben de algún caso con indicios serios de que esté ocurriendo algo, han de llevar a cabo una investigación interna para esclarecer los hechos. ¿Y qué hacer con el infractor? Lo lógico sería suspenderlos a divinis en cualquier caso pero no expulsarlos, primero porque el mandato evangélico nos obliga a perdonar –lo que no quiere decir que se les procure impunidad-, y segundo, porque deben asegurarse de que no vuelva a reincidir. Otra cosa es que el afectado se niegue a estar controlado y abandone voluntariamente la Iglesia; en ese caso, no se puede hacer nada más.
He de avisar que todo lo que he escrito es mi opinión personal y, en ningún caso, quiero pontificar sobre este tema, con cuya exposición espero no haber ofendido a nadie.

sábado, 18 de septiembre de 2010

La pederastia en la Iglesia Católica

A la vista de las noticias que van apareciendo en los medios de comunicación, no me queda otra que hacer un comentario sobre lo que se va destapando. Les juro que no quería meterme en este berenjenal en el que, seguro, voy a salir trasquilado.
Hace ya bastante tiempo que el tema de los abusos sexuales a menores en la Iglesia Católica ha destapado la caja de los truenos. Primero fue la diócesis de Boston y todos pensamos que esas cosas pasan en América pero aquí no. Después se supo que en Austria el rector de un seminario incluso hacía películas de esos abusos. Irlanda pasó a primer término en otra ocasión. Alemania tuvo su parte, que salpicó, incluso, al hermano del Papa Benedicto XVI y a él mismo. Ahora le toca a Bélgica. ¿Cuándo le llegará el turno a España?
He pensado mucho sobre este tema y, aunque es muy difícil llegar a conclusiones fiables, me gustaría compartir con Vds. mis elucubraciones.
En primer lugar hay que plantearse qué es un pederasta: una persona que alcanza el placer relacionándose sexualmente con niños. Si el niño ya es púber y, por lo tanto, comienza a tener formas de adulto, ya no es un pederasta, técnicamente estaríamos hablando de un efebófilo o un ninfófilo, si el objeto de sus deseos fuera un chico o una chica respectivamente.
Y para tener claro, cómo funciona la cosa en nuestro país, haremos la siguiente clasificación:
Un adulto que mantiene relaciones sexuales con:
-         Un niño hasta doce años: es lo que se llama pederastia. La ley lo castiga porque el niño no tiene la capacidad necesaria para consentir relaciones sexuales y el hecho siempre tiene consecuencias para la víctima, aunque éstas pueden ser muy variadas: desde quien le rompen la vida y es capaz de suicidarse para no tener que seguir recordando lo mucho que sufrió hasta quien lo asimila y es capaz de vivir con ello sin demasiados problemas psíquicos –son los menos pero también ocurre. Entre estas dos reacciones hay toda una gama. Lo normal es que el comportamiento y la actitud del niño cambien radicalmente, se produzca una introversión súbita, una bajada en las notas escolares, una tristeza difícil de explicar y reacciones ilógicas ante una manifestación de afecto de cualquier adulto. Los pederastas o pedófilos pueden abusar de niños o niñas o de ambos.
-         Una persona que haya cumplido los trece años. En este supuesto, el agresor suele tener preferencias claras por uno u otro sexo pero no siempre:
n  Relaciones con libre consentimiento: la ley no castiga al adulto. Pero ¿tiene un niño/a de trece años la suficiente madurez para consentir una relación sexual con cabal conocimiento de causa? Desde luego, yo no lo creo así y, si por mí fuese, esa edad subiría hasta los dieciocho años.
n  Relaciones con consentimiento viciado. Es decir, la víctima, independientemente de su edad, consiente la relación pero no lo hace con libertad porque se trata de una personal especialmente vulnerable por su edad o capacidad psíquica y el agresor se ha prevalido de una relación de superioridad o parentesco. Es lo que toda la vida se ha llamado estupro. La ley castiga al agresor. En estos supuestos, las consecuencias para la víctima son similares a las de la pederastia con el agravante de que el abusado sabe que ha consentido pero no conoce que su consentimiento no era válido y eso le hace sentirse corresponsable del hecho.
Todos ellos, los pederastas puros y los estupradores, obtienen los favores sexuales de su víctima bien con amenazas bien con engaños, bien con las dos acciones combinadas. Tanto si se utiliza la violencia como si se usa la infiltración en la familia de la víctima, la seducción afectiva y la culpabilización de la víctima hemos de saber que estamos ante el perfil de un verdadero psicópata, sea religioso o sea buceador o bombero. No crean Vds. que los psicópatas son siempre asesinos en serie como en las películas. La psicopatía tiene muchos grados y los hay desde patéticos a muy peligrosos. Y lo peor es que viven a nuestro lado, en nuestra familia, en la empresa en que trabajamos, en la comunidad de vecinos…
El psicópata suele ser inteligente y pone toda su inteligencia al servicio de sus propósitos. Es manipulador: mientras se sirve de las personas que le rodean, sexualmente o de cualquier otro modo, todo va bien –para él claro, no para la víctima que sufre desmedidamente. Cuando es desenmascarado puede convertirse en una fiera que es capaz de matar. Con el agravante de que sus facultades psíquicas no están menguadas y es conocedor del alcance maligno de sus acciones y sigue adelante. Por último, no siente remordimientos de ningún tipo ni sentimiento de culpa por ninguna de sus fechorías. La culpa de sus acciones siempre la tienen los demás. Sabe que hace daño pero no le importa. Si quieren conocer algo más sobre el tema lean “Cara a cara con el psicópata” de Vicente Garrido Genovés, un librillo ameno e inteligible para quienes no tenemos conocimientos del argot psiquiátrico.
Existen personas así, malas, y hay que aprender a vivir con ellos y a evitar las consecuencias de su trato.
Por último, apuntar que casos de pederastia y estupro ocurren todos los días en nuestro país y probablemente, sin que nos demos cuenta, mucho más cerca de lo que pensamos. Casi todos los abusos son cometidos por personas cercanas a la víctima: padres, hermanos, primos, tíos, maestros, curas, médicos, etc y solo un pequeño porcentaje de los casos salen a la luz.
En la Iglesia el problema no está tanto en que existan estos casos aislados –repugnantes- como en que los superiores que tienen o han tenido noticias del problema lo hayan intentado tapar de todas las formas posibles. Pero la Iglesia, aparte de ser una institución divina para los creyentes, es una corporación humana y actúa como tal. ¿Alguno de Vds. ha intentado alguna vez quejarse a un Colegio Profesional de la actuación impropia, fraudulenta o incluso delictiva de uno de sus colegiados? Si lo han hecho ya saben de qué hablo: Protección y arropamiento del infractor y hasta malas palabras para el que denuncia. Si se ven obligados a imponer una sanción, suele ser ridícula. Recuerdo el caso de un abogado que había engañado a su cliente pues ejerció como abogado en un pleito sin estar colegiado y el Colegio le impuso una sanción de expulsión de ¡una semana! a cumplir en agosto –que es un mes inhábil judicialmente hablando. Es decir, impunidad total. Mientras al que reclamó, que había ganado el juicio, se le anuló por la falta de colegiación del letrado actuante al que ya había pagado la minuta y se declaró insolvente. No digamos los médicos. Vaya Vd. con una queja al Colegio y todos arroparán al profesional y procurarán que los tribunales no puedan actuar contra él. Pues la Iglesia no iba a ser menos: apoya a su colegiado –clérigo- en detrimento del usuario –víctima.
De todos es sabido que los problemas no se arreglan así pero las instituciones actúan de esta manera suponiendo que si un miembro es condenado por algo, la generalización se producirá en la opinión pública y todos ellos pasarán a ser sospechosos de lo mismo.
En la Iglesia se están dando tres tipos de supuestos:
-         El abusador que actúa en solitario. En las filas de la Iglesia Católica puede haberse infiltrado un psicópata sexual que incluso haya alcanzado ciertas cotas de poder –no olvidemos que son tremendamente seductores y manipuladores, y la Iglesia no está inmunizada contra su ingreso. Y, desde su posición privilegiada –todo el mundo suele confiar en un sacerdote, tiene a su alcance niños en la catequesis o como monaguillos…- se dedica a lo que realmente quiere: abusar de sus víctimas.
-         Los abusadores que actúan conjuntamente tapándose unos a otros. A mi parecer esto es mucho más grave por lo que supone de asociación para delinquir. Es lo que ha estado pasando en colegios o seminarios donde varios abusadores se ayudaban unos a otros en su tarea delictiva.
-         Los encubridores, que no habiendo participado en ninguno de los hechos, han tenido conocimiento de los mismos y no han hecho nada efectivo para evitarlos: han callado y han mirado para otro lado o han cambiado al responsable de parroquia o de convento o incluso le han expulsado de sus filas trasladando el problema al ámbito civil.
En todos los casos, la persona o personas que abusaron de los menores eran precisamente aquellos que, por su cargo, deberían haberles protegido y educado e hicieron justo lo contrario de lo que tenían encomendado. Traicionaron su posición de garantes.
Y yo me pregunto ¿por qué las comunidades católicas de base no piden explicaciones y responsabilidades –aunque no sean ellos las víctimas; en estos casos, todos somos víctimas y debemos luchar- en lugar de tratar de justificar los abusos con razones tan peregrinas como que: son mentiras de los ateos, por un caso que hay dicen que son todos, hay cosas malas pero la gente no mira las buenas, hay un contubernio –ahora ya no es judeo-masónico, es socialista- para ahogar a la Iglesia de Cristo, etc, etc? Pues porque para ingresar en la Iglesia no se pide capacidad crítica sino fe. Diría más, se penaliza a los miembros más críticos. Y los fieles confunden su amor a la Iglesia con la pretensión de que sea –o parezca- perfecta.
No creo que ellos amen más a la Iglesia que yo. Pero me doy perfecta cuenta de que no solo es imperfecta, sino que, en ocasiones, en su seno se producen verdaderos monstruos. Y me dirán algunos fieles que no hace falta airearlo porque, de toda la vida, los trapos sucios se lavan en casa. Sí, se lavan en casa cuando los hechos no constituyen delito pero en otro caso, es la jurisdicción ordinaria la que debe llevar el asunto. Aun así, la experiencia me dice que los trapos sucios cuando se trata de lavarlos en casa acaban arrumbados en un rincón donde nadie los vea, pero siguen ahí contaminando su suciedad a quien se les arrima. A veces, las ratas hacen la benéfica acción de roerlos y comérselos pero esa labor de purificación viene acompañada, indefectiblemente, de un reguero de excrementos que huelen mal y son altamente peligrosos porque pueden producir infecciones.
Cuando una herida se cierra por fuera sin haberse acabado de curar por dentro, decimos que se cierra en falso ya que el pus y la inmundicia que produce suele quedarse dentro de la piel y, lo que antes era una herida nauseabunda pero en vías de curación, ahora se convierte en un foco infeccioso que va extendiéndose hacia adentro. ¿Queremos que pase eso con nuestra querida Iglesia? Pues no. Hay que sanear la herida, cortar por lo sano, si es preciso amputar y que el resto del organismo quede indemne. Y, sobre todo, poner los medios necesarios para prevenir cualquier tipo de infección.
Y otra cosa: ¿por qué escandaliza más al público que esto pase en la Iglesia que en una academia de artes marciales? Pues por la hipocresía que este hecho demuestra. Por una parte, la Iglesia prohíbe las relaciones sexuales entre solteros incluso aunque tengan un firme compromiso de matrimonio próximo, no reconoce siquiera el compromiso serio del matrimonio civil entre dos personas si una de ellas está divorciada después de un matrimonio canónico, demoniza las relaciones homosexuales, impone el celibato a sus miembros, no admite los métodos anticonceptivos… y, después quiere tapar los desmanes que se producen dentro de su seno y que contravienen sus propias directrices. Si no fuera tan grave hasta tendría gracia.
Nos queda el apartado de cómo luchar contra esta plaga. Y no es fácil la solución para los fieles de a pie. Está claro que la jerarquía ha de tomar cartas en el asunto y no limitarse a publicar normas canónicas en las que se castiga a los abusadores. Normalmente no se arregla algo simplemente con prohibirlo, sino que hacen falta reformas mucho más profundas en varias instituciones y un cambio de mentalidad para que un problema de esta envergadura quede resuelto.
¿Qué podemos hacer pues los fieles cuando sabemos o sufrimos algún caso de abuso sexual por parte de un clérigo? Les haría las siguientes consideraciones, aunque es cada cual quien debe tomar su propia decisión:
-         Si fuera mi hijo el abusado, intentaría por todos los medios que accediera a que lo denunciáramos a la fiscalía y que el culpable fuera perseguido penalmente. Le hablaría con cariño, le haría comprender que él no era responsable, que había sido una víctima y que cualquiera en su lugar habría hecho lo mismo que él; en una palabra reforzaría su autoestima y le indicaría que el hecho de que la gente supiera qué ha pasado no tenía por qué afectarle, que siempre habría quien pensara que algo habría hecho él para que ocurriera pero que debía saber enfrentarse a la opinión adversa de algunas personas conservando su lucidez y voluntad e impidiendo que su opinión, sesgada, hiciera mella en su ánimo.
-         Comprendo a los padres que no quieren seguir ese camino para salvaguardar la intimidad de su hijo y evitarle las miradas malévolas ajenas –siempre hay quien apoya al agresor contra toda evidencia. En esos casos, les aconsejaría que, al menos, lo pusieran en conocimiento del Obispo de su diócesis -a poder ser por escrito y con sello de entrada-, y si éste no hiciera caso, hablaran con el Nuncio de su Santidad en España, enviándole copia de lo que hubieran presentado ante el ordinario de la diócesis, así como una explicación detallada de todo lo que había pasado. Si tampoco recibía respuesta o ésta no les satisfacía, el siguiente paso sería enviar todo el expediente a la Congregación para el Clero en la Santa Sede, y si tampoco se obtuviera resultado aceptable, se enviaría todo directamente al Papa –en estos casos, debe enviarse dentro de un sobre en el que diga: “Confidencial: abrir solo por Su Santidad” y éste dentro de otro sobre dirigido al Papa con la dirección del Vaticano. Ya es difícil que alguna de estas comunicaciones no surta efecto. Por cierto, todas estas direcciones las pueden hallar en Internet.
-         Si alguien conoce algún caso de abusos o tiene sospechas o indicios fundados de que se están produciendo, debe ponerlo, de inmediato, en conocimiento del Obispo del lugar y seguir el mismo camino anterior.
Pero hay que tener en cuenta también que si el interesado o sus padres no denuncian el abuso, nadie puede hacerlo pues se encontrarían con el desagradable caso de que, habiendo sido denunciado el hecho a las autoridades por los superiores del agresor, cuando llegara el juicio, si no se presentaba la víctima para relatar todo lo que había pasado, el acusado saldría libre de cargos por falta de pruebas. Hay veces en que los padres se conforman con una sanción eclesiástica ya no que no están dispuestos a ir más allá. Que no nos obnubile la razón el que todos los casos no se denuncien dado que esto depende de las víctimas y no de la institución a la que pertenece el agresor.
Hay mucho más pero no me cabe aquí. Ya seguiremos.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Las fiestas de guardar

Érase una vez un país llamado España que acababa de salir de una guerra civil. La situación económica era desastrosa pero la situación psíquica de las personas no era mejor. Eran tiempos de hambre, de miseria, de enfermedades como tuberculosis, malnutrición, raquitismo, sarna, tiña -sin embargo no se supo de mucha gente que tuviera el colesterol alto, o gota-, de parásitos como chinches, piojos del cabello y de la ropa, pulgas, ladillas; tiempos de paro y de empleos con jornadas largas y salario corto. El embargo internacional que sufrimos y la falta de dinero con que pagar las mercancías hacían inviable comprarlas en el exterior. Y en el interior ¡teníamos tan poca cosa! Los coches eran refritos de piezas de varios modelos refundidos en uno. La escasez de gasolina agudizó el ingenio y se inventó el gasógeno que era un artilugio que se acoplaba al automóvil y que quemaba cáscara de almendra, serrín, madera, etc. para producir un gas combustible que alimentaba el motor del coche con una pérdida considerable de su potencia. La gente viajaba en las cajas de los camiones sentados en sillitas de enea sin anclar, y sin cinturón por supuesto. ¿Dónde iban a engancharlo? Y en los autobuses se circulaba sentado y de pie en el pasillo, dando tumbos a cada curva del camino. Y alguno había que se llevaba su propia silla o catre de casa.

En esa España pobre y gris, el que tenía medios para obtener productos de primera necesidad, medraba. Y así, valía mucho la harina, el arroz, el aceite, las alubias, la carne, el pescado… en comparación con los salarios que se pagaban. Los que tenían un enchufe y podía importar algo aunque fuera de contrabando o los que podían distraer algún producto de los que proporcionaba el Estado, como abonos, grano, etc. y venderlo en el mercado negro, se solían hacer ricos.

Era normal que las parejas se casaran y se quedaran a vivir en una habitación en casa de los padres de uno de ellos, y tuvieran niños y convivieran todos juntos, aunando esfuerzos para llegar a fin de mes. Muchos emigraron y las remesas de dinero que enviaron los que se fueron, fue uno de los ingresos más importantes de España durante un largo periodo de tiempo.

Eran tiempos duros, muy duros. Todos tenían una cartilla de racionamiento en la que constaba tu derecho a una escuálida cantidad diaria o semanal de leche, pan, tabaco, legumbres, azúcar… Y ese derecho también se vendía y se compraba. Por ejemplo, el que no fumaba vendía su cupón de tabaco a otro que pudiera pagarlo. En los pueblos, los que tenían ganado lo llevaban al monte a pastar; los piensos no se habían inventado. La gente procuraba segar hierba en el campo para llevar comida a conejos y gallinas, que se mataban y comían en las grandes fiestas. A diario, vegetales y pocos.

Además de todas estas penurias, la influencia de la Iglesia Católica había conseguido que el Gobierno hiciese cumplir el mandato de “guardar las fiestas” y la Guardia Civil, además de controlar la moral pública en las playas, también se ocupaba de hacer batidas por el campo para comprobar que la gente no trabajara en domingo.

Pero los animales tienen la mala costumbre de comer todos los días y un hombre de mi pueblo salió, como todos las mañanas, al campo a segar hierba con la hoz haciendo gavillas para llevarlas a casa en la burra. No los vio venir. Cuando se dio cuenta ya los tenía detrás. Cualquier otro se habría vuelto o habría tratado de explicar a los Guardias que las gallinas, patos, conejos, cobayas... necesitaban su alimento para sobrevivir y aquello era necesario. Pero él no. Siguió cortando la hierba sin darse por enterado de la presencia de los agentes de la autoridad que, como todo el mundo sabe, iban a pie y en parejas.

-         Oiga, buen hombre, ¿que no sabe que hoy es domingo?
-         Sí, sí señor, muy buen día. Un sol que calienta ya…
-         No, que le decimos que hoy es domingo y Vd. no puede trabajar… -el Guardia gritó un poco más-.
-         No, no pasa nada. Llevo gorra.
-         ¡Cojones, abuelo! ¡Que no se puede trabajar en domingo! ¿Es que está sordo?

Se volvió lentamente, los miró de arriba abajo y les dijo:

-         ¿Que sois gemelos que vais vestidos igualitos?
-         Oye Nemesio, déjalo, que este tío es más bruto que un arado y, además está como una tapia.

Y se fueron.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La tregua de ETA

Hoy quisiera alegrarme con Vds. del mensaje que ETA envió a la BBC. ¿Que no piensan seguir matando? Pues es algo que supongo que llena de alegría a un montón de gente, entre ellos a mí.
Recuerdo cuando en la transición política, allá por la segunda mitad de los años setenta que, cuando la banda terrorista asesinaba a un particular, había gente que comentaba, indignada, que no había derecho, que habían matado a una persona anónima. Cuando les contestabas que también habían enviado al otro barrio, injustamente, a guardias civiles, policías, militares o políticos, algunos te contestaba: “Bueno, eso no es igual, porque para eso están”.
No, ni pensarlo. Las fuerzas de seguridad del estado, los políticos, los militares… NO están para que un grupo de desalmados, que ni siquiera tienen claro lo que quieren, les asesinen sin siquiera conocerlos. Iban a la puerta de un cuartel y disparaban contra quien en ese momento se hallaba en la caseta del centinela. Otra cosa es, y eso son gages del oficio, que en un rifirrafe con los maleantes –sean terroristas u otro tipo de delincuentes- mueran en acto de servicio. Es como un militar caído en la batalla. Eso les debía entrar en el sueldo, que, por lo poco que cobran no les entra en absoluto, pero sí les entra en sus responsabilidades porque han elegido libremente su profesión.
No sé la causa, ni creo que se sepa nunca, que ha llevado a ETA a realizar tal declaración de intenciones, que espero se mantenga indefinidamente pero se pueden barajar varias opciones:
-         La de que se hayan dado cuenta de que su lucha no tiene sentido. No me inclino por esta razón porque su lucha, de la manera que la plantearon, no ha tenido sentido nunca. Ojalá se hayan dado cuenta de que es una espiral de violencia que no les lleva a ninguna parte. Los asesinos se acostumbran a vivir de sus fechorías y llega un momento que ya no son reciclables, no pueden dedicarse a otra cosa, sea poner bombas, dar un tiro en la nuca o impartir cursillos de lucha armada. Cierto es que actualmente hay muchos disidentes en el propio seno de ETA y ello puede haber influido.
-         La de que la policía española con la colaboración de la francesa –ya les han matado un gendarme, lo que cambia las cosas para los franceses- y la portuguesa los está cercando y descabeza la cúpula etarra un día sí y otro también, hasta el punto que en dos años han tenido ocho jefes máximos, cada vez más jóvenes e inexpertos. ¿Por qué ETA jamás ha reivindicado ante el Gobierno Francés su aspiración a la independencia del país vasco-francés de la forma que lo ha hecho aquí? Pues saquen Vds. mismos conclusiones.
-         La de que el Gobierno haya negociado una salida al conflicto. Nada me alegraría más que se hubiera conseguido y le daría la enhorabuena a los interlocutores que fueron por parte de nuestro Gobierno. La gente se indigna ante la posibilidad de negociar con ETA. Y es un sentir comprensible; a mí también me pasa. Me encorajina que, después de todo lo que han hecho, se negocie una salida que les permita salirse de rositas a muchos de ellos, porque la solución pasaría por no detener a más miembros y excarcelar, poco a poco y sin ningún alarde mediático, a muchos de los que hoy tenemos en las cárceles, y hasta puede que les tengan que dar una cantidad mensual para que puedan vivir en cualquier otro país sin estrecheces económicas. No es justo. No lo es. Pero ¿es más ecuánime empecinarnos en que paguen por lo que han hecho -aunque ya no se puede reparar porque no se puede devolver la vida a nadie ni la salud a los heridos- que que haya un solo muerto más? Para mí, con todas las contradicciones emocionales y afectivas que pugnan en mi interior, no, no lo justifica. Es mejor llegar a un acuerdo y que no sigan matando gente inocente.
-         La de que se hayan dado todas las razones anteriores. Bien.
Así que me congratulo de su decisión. Y a las víctimas y a sus familias les diría que comprendo su indignación cuando piensan en un acuerdo injusto con los asesinos etarras pero les rogaría que piensen en que, si todo saliera bien, ya no habría más familias ni personas que llorarían por lo que ellos tanto han llorado.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Los Sindicatos

A raíz de un comentario recibido en mi anterior entrada que hacía referencia a los sindicatos, me gustaría realizar hoy un somero examen de lo que significa esta institución.
El sindicato, como todos Vds. saben, es el organismo formado por la agrupación de un número significativo de trabajadores con el fin de defender sus intereses frente al patrón o empresario. Éste posee los medios de producción y el trabajador sólo la fuerza de su trabajo, por lo que la disparidad de fuerzas entre una parte y otra de un contrato de trabajo es abismal.
En el antiguo régimen, en los países que constituían el Nuevo Mundo, la producción estaba basada en la esclavitud. Los países con grandes unidades de producción utilizaban la mano de obra esclava que, sin salario de ningún tipo, y sin ningún derecho subjetivo reconocido, realizaban todas las labores, sobre todo, las agrarias. En la antigua Europa, la situación de los trabajadores no era mucho mejor. En la Edad Media se acabó con la esclavitud –de la forma que la tenían organizada en el Imperio Romano, en el que el esclavo tenía consideración de cosa no de persona- y, debido a las constantes guerras, el señor feudal pactaba con un bracero que éste cultivaría la tierra, tendría una casa para vivir con su familia y debería pagarle una cierta cantidad de dinero por ello, y además se comprometía a defender aquella tierra como propia. Sin embargo, el bracero no podía abandonar esa tierra por lo que su situación estaba a mitad de camino entre el esclavo y la persona libre. Estos braceros se llamaban siervos de la gleba porque eran vendidos con la propia tierra (gleba). En zonas como Rusia, este estatus se prolongó hasta bien entrado el siglo XIX.
La revolución industrial que trajeron consigo los nuevos adelantos tecnológicos que introdujeron las máquinas en la producción, hizo que el trabajador tuviera que aceptar, sin poder negociar mínimamente, las condiciones que le imponía el dueño de la industria. La disparidad entre ambas posiciones era tan acusada como la que tenemos hoy día los ciudadanos de a pie cuando vamos a darnos de alta a la compañía de la electricidad, agua o gas; ya tienen los contratos impresos y nosotros solo podemos adherirnos o quedarnos sin suministro. Nosotros solos no podemos negociar el precio o   las condiciones en que el suministro será realizado. Pues lo mismo le pasaba al trabajador.
Esta disparidad hizo que se produjeran multitud de abusos: desde jornadas interminables en unas condiciones de salubridad ínfima hasta trabajo de menores, a veces, hasta de seis años. Más o menos lo que pasa hoy en día en la India o en algunos países sudamericanos. La situación se hizo angustiosa cuando vinieron las primeras máquinas, que fueron percibidas por los trabajadores como rivales que iban a sustituirlos.
El sufrimiento que trajo consigo todo este orden de cosas: pocas condiciones de seguridad e higiene en el trabajo, jornadas agotadoras, inexistencia de sanidad o prestaciones públicas, hizo que primero se crearan una especie de montepíos que atendían las necesidades de enfermos y viudas. Estos embriones de organización acabaron siendo sindicatos, que se comenzaron a formar en Inglaterra en la primera mitad del siglo XIX. Eran uniones de obreros de la misma profesión que pretendían luchar y defender sus derechos frente al patrón todos juntos para poder tener una posición pareja a éste.
Como es lógico –nadie quiere soltar sus derechos por muy injustos que éstos sean- los gobiernos (compuestos por burgueses o aristócratas) y los empresarios lucharon a brazo partido contra estas asociaciones de trabajadores, declarándolas ilegales en algunos casos y persiguiendo con saña los movimientos de protesta, como manifestaciones y huelgas decretadas por ellas.
Hasta que, después de mucha lucha, los sindicatos fueron legalizados en todos los países, incluida España. En el Gobierno de Franco, dictadura, se creó el Sindicato Vertical, que era una organización del Estado que agrupaba tanto a trabajadores como a empresarios por sectores de actividad. Aquel sindicato, como es lógico, estaba sufragado totalmente por las arcas del Estado por lo que nunca o rara vez realizó acción alguna que fuera contra el Gobierno. Lo que tenía de bueno para los trabajadores es que empleaba una serie de abogados que estaban al servicio de éstos sin que tuvieran que realizar papeleo alguno: simplemente por ser trabajador tenía derecho a información y a ser representado por un abogado del sindicato.
En la transición política aparecieron los Sindicatos tal y como están estructurados ahora y, para ayudar a su masiva implantación fueron subvencionados por el Estado mediante partidas consignadas en los Presupuestos Generales. No recuerdo que, desde entonces, se haya realizado una sola campaña por parte de ningún gobierno ni de los propios sindicatos para animar la afiliación de los trabajadores españoles, lo que nos ha dado como resultado que, la afiliación de los trabajadores a los sindicatos en España no rebasa el 20%, cuando en países como Bélgica o Suecia está por encima del 80%. Lo que tiene como consecuencia lógica que, para poder mantenerse, siguen recibiendo la mayor financiación de las partidas al efecto consignadas en los Presupuestos Generales de la nación.
Tampoco es que los sindicatos hayan hecho nada especial por ganarse la confianza de los ciudadanos porque, todos recordamos la cooperativa de viviendas que creó la UGT y lo fallido que salió el invento. Más o menos como el del Pocero.
¿Quién paga el pato? Pues la cuerda siempre se rompe por su parte más débil, y entre líderes sindicales, gobierno, empresarios y trabajadores, son éstos últimos los más vulnerables. Los líderes sindicales porque viven cobrando salarios –quizá no muy altos para sus cargos- pagados por el Estado, el Gobierno porque así los sindicatos no se le oponen con la contundencia que debieran y los empresarios porque les interesa y mucho la desunión de sus adversarios (divide y vencerás). Estos últimos tampoco suelen percatarse de que un trabajador contento con la empresa rinde más y mejor que otro descontento.
Los trabajadores españoles han de concienciarse de que sus derechos deben defenderlos ellos mismos con las herramientas que las leyes ponen a su alcance y que, de todas estas herramientas, las que regulan la negociación colectiva son las más importantes. Tendrían que ser ellos mismos los que, afiliándose masivamente y pagando su pequeña cuota, exigieran al sindicato que rechazara la subvención estatal porque nadie muerde la mano que le da de comer y mientras cobren del Estado no serán independientes. Los sindicatos deberían contar con Cajas de Resistencia que son reservas que se utilizan cuando se organiza una huelga para que ésta se prolongue el tiempo necesario para que los empresarios se vean obligados a negociar y negociar quiere decir transigir en algunas cosas para conseguir otras. Una huelga de un día no es altamente lesiva y mucho menos en estos tiempos que corren en que el empresario tiene el almacén lleno y le viene muy bien no pagar ese día de jornal y de seguridad social –es como si hiciera una regulación de empleo de un solo día pero la carga de la tramitación corriera a cargo de los propios trabajadores. Más bien le alivia que le incomoda. Una huelga, para ser efectiva, ha de hacer perder mucho dinero al empresario, y para ello debe poder mantenerse el tiempo que haga falta. Pero el trabajador, que depende de su salario para vivir, no puede permitirse el lujo de realizarla. Solo si el sindicato le ayudara con al menos una parte del salario que deja de percibir sería capaz de reafirmarse en su huelga.
Por lo tanto, desde aquí me gustaría –no sé si lo voy a conseguir- convencer a quien me lea que el sindicato es imprescindible pero también lo es el que sea independiente y que ayude al trabajador a conseguir lo que es justo. Y eso solo se puede obtener con la afiliación masiva y la democracia interna, más la exigencia de responsabilidad a los líderes sindicales.