miércoles, 16 de junio de 2010

Que mi hijo no haga hoy gimnasia que no ha desayunado

Antes de iniciar mi comentario de hoy, dar las gracias a los que me animan a seguir adelante. Todos saben que un bloguero no es nadie sin sus lectores y comentaristas.

Supongo que, con el tiempo, la gente -poca o mucha- que me lea, me propondrá temas y comentarios dentro de la línea que hoy inicio. Un mirón tiene la obligación de intentar comprender lo que mira. Por eso "mira". No es lo mismo mirar que ver. Hay quien ve sin mirar. Hay quien mira y no ve. Se trata de percatarse de lo que sucede a nuestro alrededor, a veces a partir de un simple comentario que, quien lo hace, no comprende el alcance que tiene, la información que está dando con él.

Esa frase que hoy encabeza el blog la oí de pasada. No me fijé. No ejercía de mirón. Una maestra comentó que, cada vez son más las madres que, al llegar al colegio y dejar a sus hijos le decían: Que mi hijo hoy no haga gimnasia porque no ha desayunado.

Todos sabemos lo difícil que resulta darle el desayuno a un niño. Y todos, alguna vez, hemos perdido los estribos, viendo a nuestro hijo con la cabeza apoyada en la mesa, ante el vaso de leche y las galletas con la mirada perdida, sin comérselo, cuando a nosotros se nos va acabando el tiempo. Después nos lanzamos, con el niño de la mano, arrastrándolo hacia el colegio para no llegar tarde.

Pero ahora no se trata de eso. Se trata de que ya comienza a haber niños que no desayunan porque en su casa, en un hogar en el que el padre y/o la madre han mantenido la casa con dignidad económica, comienza a escasear la comida. Es muy raro que, precisamente ahora con la crisis que nos atenaza, suba el número de niños inapetentes que no desayunan ¿no les parece?

Eso me indica que existe ya un porcentaje importante de familias que están en una situación de precariedad económica que llevan de forma vergonzante. Es decir, no quieren que sus vecinos, amigos, conocidos... se enteren de lo que están pasando.

No quiero, al menos hoy, analizar las causas que nos han llevado a esta situación, sino solo fijarme en el doble sufrimiento de estas personas: son pobres y no quieren que nadie lo sepa. ¿Y por qué desean ocultar a toda costa su situación? Porque la sociedad en la que vivimos no ve con buenos ojos al pobre, al que no tiene lo suficiente para codearse con sus vecinos y amigos y estar a su mismo nivel. Hoy no hablo del pobre declarado, el que pide, el que manifiesta su pobreza en su forma de vestir, en su cobijo, en su vida. No son familias que no pueden comprarle la consola o llevarle a un parque de atracciones, se trata ya de familias que no pueden comer.

Yo les diría a estas personas que, a pesar de su pobreza y de su sufrimiento, su dignidad sigue intacta, y, por lo tanto, no tiene sentido ocultar lo mal que lo están pasando. Los amigos se miden en las situaciones desesperadas. En las de bonanza, todos sirven para amigos . Pero ahora tienen la oportunidad de oro para distinguir al amigo fiel del que no lo es. Por otra parte, si lo ocultan, cierran el paso a todo aquel que quiera ayudarles. A veces es difícil admitir ayuda porque eso puede parecer que nos coloca en una situación de inferioridad respecto del que nos la brinda. Tampoco es así. Mi dignidad de ser humano, que es la única importante, es la misma que la suya y es justo que comparta lo que tiene conmigo.

A veces la situación no es tan desesperada pero la familia o, al menos algún miembro de ella la vive angustiosamente. A esos les diría que el dinero y lo que se puede comprar con él no es tan importante. Es cierto que cuando el dinero no entra por la puerta, la felicidad sale por la ventana. Pero teniendo las necesidades mínimas cubiertas, uno puede ser igual de feliz que otro al que le sobra la riqueza. Incluso a veces, más. En estos casos, es cuestión de adaptarse y si la madre o el padre han perdido el trabajo y han bajado sus ingresos, también es cierto que la vida les da la oportunidad de tener mucho más tiempo para sus hijos, amigos, padres, etc. Analicemos nuestra situación de forma objetiva y saquemos el mayor provecho de ella.

A los otros, a los que todavía mantienen su nivel de ingresos o éstos han bajado pero esta disminución no afecta todavía su nivel de vida, les diría que hemos de ser solidarios y respetuosos. Y esa solidaridad y ese respeto pasa por muchas acciones que podemos hacer:

- Estar atento a los problemas de los otros y, con mucha delicadeza, tratar de ayudar. Es decir, sin hacer sentir a la persona que queremos ayudar que nos debe algo. No nos debe nada. Lo hacemos porque es justo hacerlo así y no podemos esperar recompensa.
- Ofrecernos pero no imponernos. Podemos ofrecer nuestra ayuda y esperar que nos la pidan. Si no lo hacen no critiquemos. Tendrán sus razones que desconocemos. No nos impongamos porque entonces sería decirle: yo sé mejor que tú cómo tienes que hacer las cosas. Y eso nunca.
- Saber decir que no, sin sentirnos culpables y sin evitar a esa persona, cuando la ayuda que piden no sea la adecuada o pueda ser obtenida por medios más constructivos. Informarles, acompañarles pero ser firmes.
- Saber escuchar. A veces, basta que a uno le escuchen para que su problema pase a ser menos grave. Pero la gente no pierde el tiempo. Hagan Vds. la prueba. Si no lo tienen (lo que ya es difícil), invéntense un problema y traten de contarlo a sus amigos. Verán el resultado. Entonces pónganse en la piel del que no lo finge, del que lo tiene de verdad y comprenderá cuán importante es tener un hombro amigo en el que llorar. Y dejaremos el nuestro con mayor disponibilidad.
- Ser conscientes que muchas veces, el que ha caído en un problema ha realizado todos y cada uno de los pasos que le han llevado a caer en el mismo. No le recordemos sus fallos y ayudémosle con sensatez. Sin comprometer lo que no podemos. Es él el responsable y él quien tiene que salir. Pero hay ayudas inestimables, como la escucha o la fidelidad en la desgracia.
- Si podemos disponer de algún dinero que nos sobra ¿sería posible destinar parte de él al auxilio de nuestros semejantes? No les digo que vayan dando dinero a manos llenas a todo el que lo pida. Se puede poner un tope y prestar esa pequeña cantidad o parte de ella a quien lo necesite con la obligación de que nos lo devuelvan para poder hacer con otro lo que hemos hecho con él. Pero hay que ser conscientes de que esa persona a lo peor no puede y a lo mejor no quiere devolverlo, y eso tenemos que tenerlo asumirlo. Lo cual no significa renunciar a su reclamación sino tomarlo con deportividad, como una cosa que podía pasar y ha pasado. Se les podría indicar: te lo dejo, no te lo regalo, me lo devuelves en cuanto puedas porque lo dejaré a otro. Si me muriera antes de que puedas devolverlo, sepas que tienes una deuda con la sociedad y que, cuando tengas el dinero, debes utilizarlo como yo, para ayudar a otra gente de la misma forma que yo te ayudé a ti. O algo parecido. Si han hecho el experimento de fingir un problema y buscar quien les escuche con atención (no diciendo, "Uy, no te preocupes, eso se arreglará, ya verás". Eso no es escucha, es querer alejar de sí el problema), intenten que alguien les preste dinero. Entonces, verán como amigos que creían leales, huyen en desbandada. No hagamos nosotros lo mismo.

Se trata de construir un mundo más justo y, aunque dado el estado actual de la política, nuestras posibilidades como personas individuales son más bien escasas, podemos comenzar por hacer lo que está a nuestro alcance.

Escríbanme y digan sin reparos todo lo que se les ocurra al respecto. El que no lo encuentre bien, que me dé sus razones. El que pueda aportar otras soluciones que lo haga.

Adios amigos, hasta la próxima ocasión que tenga la oportunidad de invertir mi poco tiempo en hacerles partícipes de mis vivencias.

1 comentario:

  1. Esto que tu estás escribiendo sobre este particular es totalmente la Doctrina Social de la Iglesia que, como es natural, tiene sus fuentes en el Evangelio. Lástima que no lo predique algún sacerdote en sus homilías. EGO

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