viernes, 30 de julio de 2010

La fiesta de los Toros

Vaya por delante que me siento muy feliz con la medida tomada por la Generalitat de Cataluña al prohibir las corridas de toros. Siempre me ha parecido una salvajada, fruto de la incultura y de la insensibilidad, el hecho de que se hiciera una fiesta de la tortura y muerte de un animal, de cualquier animal.
¿Cómo justificaríamos esa prohibición en un estado derecho en el que, después de la vida, el bien más apreciado debe ser la libertad? Pues, como siempre digo, encontrando el bien al que se protege y que debe ser más importante que la libertad que se quita. En este caso, está claro que es el derecho del animal a vivir libremente y sin que se le torture. Al animal nadie le pregunta si quiere medirse con un hombre adiestrado y armado para matarle. Él va al matadero sin saberlo y sin ganar un duro. El torero ha aprendido a protegerse, cobra por lo que hace y lo asume libremente.
No me meteré con los combates de boxeo, aunque, de vez en cuando, exista una lesión o incluso una muerte. Son dos personas mayores de edad, no incapacitadas (por lo tanto, capaces) las que voluntariamente deciden pegarse por dinero. Pues por mí, como si se quieren dar cabezazos en la pared a ver cuánto aguantan. Si uno de ellos tuviera mermadas sus capacidades psíquicas me opondría porque esta persona no estaría en situación de decidir libremente.
Bien por Cataluña y por Canarias.
Pero no tan bien.
En Canarias se prohibieron las corridas hace muchos años, unos veinte, pero siguen siendo legales las peleas de gallos. ¿Es que los gallos no sufren? ¿Se les pregunta si quieren intervenir en la pelea y cuál va a ser su jornal? No, son dos seres a los que el dueño entrena para morir o matar en la arena, después de una tortura dolorosa.
En Cataluña siguen subsistiendo, como en muchas otras poblaciones españolas, los toros y vaquillas en espectáculos públicos en los que la gente se dedica a hacerlos correr, tirarles del rabo, algún petardo que otro, etc. Además, van de pueblo en pueblo, en camiones, hacinados como latas en sardina, con un calor propio del infierno. De vez en cuando, al abrir el camión, alguna res está muerta por el sofoco sufrido. ¿Qué me dicen del toro con cuerda? Se ata una cuerda a los cuernos del toro y se le hace correr por todo el pueblo hasta que, cansando, se manda al corral si tiene suerte y no cae muerto del sofoco que le hacen coger. Eso día tras día, de unos pueblos a otros. ¿Y les parece bien el toro embolado, al que atan en los cuernos dos bolas de alquitrán al que prenden fuego, y cuyas gotas encendidas van cayendo en la cara y en los ojos del astado? Aparte de que la luz de las dos fogatas de sus cuernos le ciegan y no sabe para donde ir. Es un suplicio.
Por lo tanto, hay que colegir que el hecho de prohibirlos tanto en Canarias como en Cataluña –bienvenida sea la prohibición de todas formas que por algo se empieza- no ha sido pensando solo en el bien de los pobres animales.
Tampoco quiero dar pábulo a los que acusan a todos los catalanes de haber suprimido la “fiesta nacional” por distinguirse del resto de España. Alguno habrá pero quiero creer en que todos o casi todos tienen buena fe.
Pero pensemos, de las corridas de toros ¿qué negocio queda en Cataluña o en Canarias? En ninguna de las dos comunidades existen dehesas de toros bravos, es decir, no hay producción. El único negocio posible es el de la plaza. Y la plaza se puede llenar con otro tipo de espectáculos: circos, conciertos, recitales, etc., que quizá en este momento sea mejor negocio que los toros porque en Canarias los quitaron porque no iba nadie y en Cataluña, si bien es verdad que hay grandes aficionados, no hay grandes masas de aficionados.
Otro gallo cantaría si las dehesas de toros bravos estuvieran en territorio catalán o canario y fueran propietarios de las mismas los hacendados del lugar. La pela es la pela, ya lo dijo Pujol pero es algo vigente en todos lados.
A mí me gustaría conseguir, en toda España, una ley de protección de los animales sin ninguna excepción. La caza incluso tendría que estar prohibida salvo por razones de superpoblación animal y muy controlada. Y pediría, no solo que existiera la ley sino que, además, las autoridades se esmeraran en aplicarla, porque no solo con publicar la norma está todo hecho. Es preciso llevarlo a la práctica.
Y habría que revisar también la normativa que rige las granjas de todo tipo de animales, el hacinamiento de individuos que hay en ellas, la calidad de los piensos, los antibióticos y medicamentos autorizados… y que se cumpla.
Porque no sé quién dijo hace muchos años que España es el país donde más se legisla y dónde menos se cumplen las leyes.

sábado, 24 de julio de 2010

La situación política y los insultos parlamentarios

Hace ya más de doscientos años que nació un periodista irónico vocacional que se suicidó a la edad de 27 años en pleno apogeo de su carrera. Había roto con su amante y ésta no quiso reanudar las relaciones. Sin embargo, a pesar de que su muerte se produjo inmediatamente después de que su amada le comunicara su decisión irreversible de no verle más, yo creo que no fue eso solo lo que le llevó a quitarse la vida. La situación de España y su carácter, eminentemente romántico, prepararon la tierra para sembrar su muerte. “Me duele España” dijo en alguno de sus escritos, pues veía, con tristeza, que los políticos y la Administración española, en general, no eran capaces de ver más allá de sus narices. Hay que leer el “Vuelva Vd. mañana” o “El castellano viejo” para darse cuenta de su percepción de la realidad y cuánto le dolía. A estas alturas, ya saben mis lectores que hablo de Larra. Mariano José de Larra.
Este hombre, muerto en pleno éxito de su carrera, por unos amores desairados que hicieron de gota que colma el vaso, me viene a la memoria constantemente cuando veo a nuestros Diputados en el Congreso tirarse los trastos a la cabeza sin más intención que zafarse de las sospechas y acusaciones que puedan recaer sobre el que habla y lanzar, con el ventilador, la porquería sobre el adversario.
Señores, no necesitamos saber quién es más ingenioso o quién más ducho en quedar bien y engañar al personal. Necesitamos un pacto de Estado para salvar España de esta crisis económica que ya no es crisis pues se ha convertido en una epidemia que nos afecta a todos. La palabra crisis se ha pervertido pues crisis es el momento en el que se decide una cuestión: un enfermo entra en crisis y en todo lo más una noche columbramos si se va a morir o se va a salvar. El concepto ha evolucionado para pasar a significar una situación problemática, aunque sea larga y estable.
Yo suelo ser optimista, a pesar de que mis relatos acaben siempre mal. Quizá lo hago así porque copio la vida, y porque los seres felices no tienen historia o ésta no interesa a nadie. Solo de Darwin sé, por sus memorias, que le era grato oír novelas leídas por otra persona pero pedía siempre que acabaran bien. No le gustaban los finales tristes.
En nuestra situación económica soy muy pesimista. Vivimos muy por encima de nuestras posibilidades y nuestra organización política no ayuda precisamente a economizar. La financiación actual de las comunidades autónomas es insostenible. Fíjense que no digo que el estado de las autonomías sea inviable, sino que su financiación es incompatible con los ingresos del erario público. Nuestra industria tiene un nivel de productividad tan bajo que no puede competir con lo que importamos de países, no solo los emergentes sino de todos, incluso de los de dentro mismo de la Unión Europea. La Bolsa, que es el mejor invento económico para aglutinar grandes capitales con el fin de acometer empresas que requieren mucha inversión, se ha prostituido. Los inversores no buscan una mayor rentabilidad (lo que conlleva un mayor riesgo, lógicamente) para sus ahorros cobrando los dividendos que reparten las empresas de las cuales son socios. Las acciones no suben de precio porque repartan mayores beneficios. Son objeto de una especulación bestial. No solo en España. Este mal aqueja a todo el mundo. Hoy, el inversor de bolsa que gana dinero con ella, es el especulador; es decir, el que compra por la mañana e intenta vender a mediodía con beneficio sin importarle que lo que gana él lo pierde otro menos avispado. Los directivos de las grandes empresas son los verdaderos factores que hacen y deshacen a su antojo sin tener en cuenta los intereses de los verdaderos dueños, los accionistas, que, debido a su atomización han perdido su poder. Dice la gente que sobran funcionarios y yo digo que están mal repartidos: en unos sitios sobran y en otros faltan. Lo que sobran son cargos de asesores políticos que no asesoran en nada pero cobran grandes sueldos. Nadie ha mencionado siquiera que tenemos un fuerte impuesto al trabajo en forma de cotización a la Seguridad Social; casi nadie sabe realmente cuál es el coste de un trabajador para la empresa, pues si a él se le abona un salario de mil euros limpios, a la empresa le cuesta realmente un 50% más. Ya hay algunas empresas que en el recibo de salarios hacen constar una casilla que dice “Coste para la empresa” para que sean conscientes. Las Universidades no paran de fabricar licenciados y doctores destinados al paro en su profesión –y a veces en todas- y ese coste de las universidades públicas lo soportamos entre todos porque lo que se paga de matrícula no llega ni para pagar a todos los profesores. ¿No sería mejor que la matrícula recogiera todos los costes y se estableciera un buen sistema de becas y ayudas públicas para quien no pudiera permitírselo y demostrara querer estudiar? Y no mentemos a la madre del cordero, es decir, la educación de los niños y jóvenes porque sólo con ese tema podríamos estar varias semanas hablando y sin entendernos. No se prima el esfuerzo personal y los acostumbramos a tener todo tipo de derechos sin que se los hayan ganado de ninguna forma.
¡Son tantas cosas las que habría que reformar! Y lo más difícil, que se tendría que comenzar inculcando una ética a los ciudadanos. No estoy hablando de moral religiosa sino ética, ese acervo de valores que debe regir el comportamiento de los hombres en pos del bien común. Fernando Fernán Gómez, hombre al que admiré siempre por su sagacidad y sentido común –y también por lo bruto que era con los maleducados- decía que España seguía siendo el país del pícaro y que las descripciones contenidas en “El Lazarillo de Tormes” servían para ahora mismo; también avisaba que así no se llega nunca a ninguna parte sino a la política de supervivencia personal y social pero no al avance.
Desde luego, de todo esto no tienen la culpa los que viven de su sueldo, sean obreros, empleados o funcionarios, pero sí tienen una parte de responsabilidad. Sencillamente porque ellos son los que mueven con sus votos el aparato del Estado e igual que demandan programas de televisión que son basureros de insultos incontrolados demandan una administración pública que les sea favorable a corto plazo, sin pensar en el bien del país en general y a largo plazo. ¿Qué dejaremos a nuestros hijos?
El Gobierno, a mi juicio, no ha generado la crisis. Ha sido mundial. Pero nosotros tenemos problemas estructurales tan graves que las circunstancias globales harán que lo pasemos peor que ninguno de los países de nuestro entorno. El Gobierno sí es responsable de no haber sabido gestionarla porque el único parche que ha puesto ha sido a costa de los más débiles: los funcionarios y los pensionistas (y con ellos arrastrará a los trabajadores porque los Convenios se negociarán en adelante a la baja), no ha tomado medidas serias para intentar bajar el fraude fiscal y ha incrementado los impuestos indirectos (es decir, los más injustos). Es cierto que la oposición no ha ayudado en absoluto pero quien gobierna, gobierna y en este lance le ha tocado el turno al PSOE y es quien debe tomar medidas. Y las medidas que toma son únicamente circunstanciales, parches que se ponen allá por donde entra agua -sin construir un casco nuevo para el barco- que solo distraen la atención por unos días de los profundos problemas que nos aquejan.
Menos mal que hemos ganado el Mundial. Parece que con eso está justificada la legislatura y hasta hubo quien lo insinuó en las Cortes.
Es hora ya de concienciarse de que no podemos jugar a la política de partidos, a ver quién es el que ridiculiza mejor al contrario en el Congreso. Hace falta un pacto de Estado porque las reformas sociales y económicas que necesita el país son de tal calibre que han de tener, por fuerza, un altísimo coste electoral, y todos han de ser corresponsables de las mismas y pagar ese coste entre todos. En ese caso, si se unieran los principales partidos para dar una salida, de una vez por todas, a este país llamado España, el coste electoral sería mucho menor porque los electores entenderían que la situación es tan grave que los partidos políticos han dejado de lado sus propios y cortos intereses para embarcarse en una reforma integral, grande y profunda como una revolución pero pacífica, que nos beneficie a todos.
Hace dos o tres días pude oír en el Congreso que la Diputada Sáenz de Santamaría le leyó al partido de la oposición, representado en ese momento por la Vicepresidenta Fernández de la Vega, unos versos del Tenorio -cuyo autor se dio a conocer precisamente leyendo una de sus elegías en el entierro de Larra- dedicados al Presidente Zapatero, que dicen así: “No hay lance extraño, no hay escándalo ni engaño en que no me hallara yo. Por donde quiera que fui, la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la Justicia burle, … y en todas partes dejé memoria amarga de mí”.
Un amigo, con un puntito de genialidad, que estaba a mi lado, dijo prontamente: ¡Qué ocasión ha perdido la Teresa de la Vega! Como réplica le habría bastado levantarse y decir escuetamente: ¡Zorrilla!

viernes, 23 de julio de 2010

Un amor roto

Soy un hombre joven y guapo, trabajo en la empresa de mi padre y el dinero no me falta. No soy rico, rico, pero tengo un buen pasar y, además, expectativas bastante fundadas de que mi situación irá mejorando. En la empresa fabricamos y arreglamos depósitos para gasolineras y no nos falta el trabajo. La vida me sonríe, chico, pero, a pesar de todo, no era completamente feliz. Siempre me faltaba algo para sentirme pleno, para respirar hondo. Hasta que apareció ella. Aun cuando soy consciente de que debo ser una pieza codiciada, mi timidez me obliga a pensar que ninguna mujer se interesará por mí.
Ella. Ella me abordó en el metro. Me preguntó por la parada donde quería bajar. Morena, cabello liso y muy negro, desparramado en una melena larga, brillante y sedosa. Los ojos un poquito achinados y los pómulos marcados. Las carnes prietas y oscuras, en su exuberancia, saltaban fuera de la ropa en el escote. La falda corta dejaba ver unas piernas corrientes, nada del otro mundo. Pero, ah! ah su sonrisa!  Solo para hablar de una parada de metro su rostro me sedujo. Su voz, dulce y melosa, me transportó al mundo fantástico donde todo es bueno y uno quiere quedarse para siempre.
Quizá porque la vi inmigrante –se notaba que era descendiente de los incas- fui capaz de bajar tras ella en su parada, intentando por todos los medios que no se me escapara. En un mes éramos novios. Y me contó su historia: en su país le era imposible vivir, el salario no les alcanzaba para comer. Tenía dos hijos de una única pareja anterior, que cuidaban sus padres y que no había visto desde hacía más de dos años. Su voz, pausada, cantarina, amable, me envolvía a la vez que denotaba su sumisión para conmigo.
La llevé a casa para presentarla a mi padre. Mi madre murió hace tiempo. Papá, reservado siempre, la trató con educación y exquisitez pero guardando las distancias. Cuando nos quedamos solos ya me habló sin ambages:

- Hijo: Yovana es una trepa y no te conviene en absoluto.
- Pero papá ¿Por qué dices eso? ¿No has visto su actitud mansa, tierna y bondadosa? Ha venido en busca de una vida mejor para sus hijos…
- Haz lo que quieras, por mí que no quede pero ya me darás la razón.

Quedé sorprendido y humillado por el vaticinio de mi padre. No obstante, yo era el que iba a casarme con ella y a adoptar formalmente a sus hijos, así que su opinión, valiosa para mí en cualquier otro asunto, no apartó ni un ápice mis intenciones del plan que me había trazado. De momento le daría trabajo en mi empresa como administrativa, y podría tenerla siempre a mi lado.
Un año trabajó para mí. Y mi vida dependía por completo de la suya: ella constituía mi alegría, sus problemas y vivencias eran los míos, y no concebía su ausencia. Mi padre se opuso a que conviviéramos, así que, además del salario tuve que pagarle un apartamento para que pudiera residir dignamente. Hasta entonces había malvivido en un habitación alquilada en un piso compartido. Y, claro, le di dinero todos los meses para mantener a sus hijos, tan lejanos. Freddy y Magaly, de tres y cinco años, eran ya mis hijos moralmente, y ansiaba que llegara el día en el que fuéramos a recogerlos para que se vinieran a vivir con nosotros. Pero mi padre seguía torciendo el morro. Algo seguía sin encajarle aunque no se opuso a nada de lo que quise hacer.
Me convenció de que sería mucho mejor que fuera ella sola por Freddy y Magaly. De momento, los niños no tenían que asustarse por mi presencia; al fin y al cabo habían crecido sin padre y habría que prepararlos para que aceptaran esa figura paterna que tanta falta les hacía. Le di mi beneplácito. Iba a estar unos dos meses en su país y luego volverían los tres juntos. Yo mismo me ofrecí a ir a la Agencia de Viajes para preparar los pasajes de todos pero ella era un encanto y no me dejó.

- ¿Para qué te vas a molestar? No es trabajo tuyo. Ya has hecho bastante por mí. Dame el dinero que yo misma lo concierto todo.

Y así lo hizo. Más aun. Para que me saliera todo más barato lo arregló por internet. Yo solo tuve que poner el dinero.
Y se fue. Y llevé muy mal su ausencia porque la echaba de menos, porque no podía vivir ya sin ella, porque formaba parte de mí y me sentía como si me hubieran arrancado un miembro de mi cuerpo. No era la castidad impuesta por la lejanía, que también, era algo mucho más profundo. Yo no era un hombre cabal sin su compañía. Nos llamábamos por teléfono todos los días y, con esa voz que me subyugaba me fue contando cuál era su vida allí, cómo encontró su país, pobre y sucio para casi todos mientras una elite de privilegiados eran los más ricos del mundo, y las ganas que tenía de volver a estrecharme entre sus brazos. Le pedí hablar con los niños pero dijo que no era buen momento, que no quería contarles nada hasta llegar a España.
Un mes llevaba sólo cuando recibí la llamada.

- Hola, buenos días, ¿es la empresa …?
- Si, señor, aquí es, ¿qué quería?
- Bueno, mire, yo soy … de la seguridad social de Málaga y, en realidad, busco a una trabajadora de Vds. Y me dio su nombre.
- Sí, es aquí.
- Pero ¿trabaja ahí?
- Sí, sí, diga Vd.
- ¿Puedo hablar con ella?
- Es que ahora no está.
- Perdone, pero ¿Vd. quién es?
- Yo soy el Gerente.
- Ah, fantástico. ¿Cuándo puedo llamarla para hablar con ella? Es que tengo un problema.
- ¿Qué pasa? ¿Pasa algo?
- Hombre, es un problema relativo pero me ha llamado la atención. Esta señorita aparece de alta en la Seguridad Social en empresas de tres provincias diferentes, aquí en Málaga, en Barcelona y ahí en Zamora y en todas partes a jornada completa. Es evidente que debe haber un error. Lo de aquí de Málaga yo creía que era un fraude para que consiguiera “los papeles” porque el contratante es su novio pero, al darme cuenta de que hace un año que está de alta en esa empresa he desechado la idea.

Mi mundo se rompió en pequeños pedazos que cayeron todos, como un cristal hecho añicos, a mis pies. Apenas pude balbucear:

- ¿Cómo su novio? ¿Cómo su novio? Su novio soy yo.

Se hizo un silencio interminable al otro lado de la línea y el funcionario comenzó a disculparse:

- Bueno, eso fue lo que me dijo su asesor pero, claro, pude entenderlo mal. Seguramente fue eso, he trabucado dos expedientes diferentes. Discúlpeme porque no estoy seguro. Me he equivocado.

Reaccioné con toda prontitud.

- Haga el favor de decirme todo lo que sepa, por favor. Tengo 35 años y estoy a punto de casarme con ella y adoptar a sus dos hijos. Creo que tengo derecho a saber qué está pasando. Por mí y por mi padre, al que nunca le ha gustado mi novia y que, como se confirmen sus sospechas, me mata. Le pido por favor que me diga lo que sabe. Ella se ha ido a su país durante dos meses para traer ya a sus hijos. Es preciso que me informe.
- Señor, hágase cargo, no puedo decirle nada. Ya he dicho demasiado.
- Le juro que no diré de dónde he obtenido la información pero póngase en mi lugar. Me ha dejado Vd. atónito y desesperado y he de confirmar lo que sospecho.
- Lo siento, no puedo decirle nada.

Y colgó. Y el mundo se acabó para mí, y comencé a llorar allí mismo, de pie junto al teléfono. Y las sacudidas de mis sollozos cada vez eran más violentas. Y todo el mundo en la oficina me miraba y me di cuenta de que habían oído mi conversación porque tenía la puerta abierta. Hasta que perdí el control y grité como un animal herido y acorralado. Y acompañé mi alarido con un golpe de brazo que lanzó, primero contra la pared y luego al suelo, todo lo había encima de mi mesa.
Fue entonces cuando entraron los tres administrativos que estaban fuera de mi despacho. Luché a brazo partido para que me dejaran seguir destrozando los papeles, el ordenador, los muebles, hasta que uno de los obreros, fiel como un perro y del que jamás me lo habría esperado, me dio un puñetazo que acabó con mi explosión histérica. Le lancé la maldición: ¡Te acordarás de esto! Se acercó a mí, me acarició la cabeza, y me musitó al oído: cálmate, Carlos, vámonos a urgencias; no estás en condiciones de seguir aquí.
Deseché la idea y no quise ir. Por fortuna, mi padre estaría ausente hasta la tarde. Cuando me calmé les pedí que no le contaran nada, que ya se me había pasado y no quería preocuparle.
Esa tarde, como todas, la llamé. Su actitud fue la misma de todos los días pasados. No le dije nada. Esperaba a tener fuerzas para preguntarle y, si era preciso, enfrentarme a ella.
Dos días más tarde, recibí una llamada de teléfono. El que llamaba preguntó por el Gerente, el hijo, sin más. Reconocí su voz al instante, era el mismo funcionario a quien, por más que lo intenté, no conseguí localizar en los dos días que habían pasado desde su anterior llamada.

- Dígame ¿qué pasa?
- Hola buenos días. Mire soy el mismo funcionario que le llamó hace dos días. Me preocupaba Vd. y quería saber cómo se encontraba.
- Estoy bien.
- Bueno, y quería decirle otra cosa. Su actitud aguijó mi curiosidad y establecí contacto con la empresa de Barcelona para ver si realmente trabajaba allí o no.
- Es un puticlub ¿verdad?
- No lo sé. La de Málaga es un bar normal pero ella no está aquí. Me lo ha dicho el asesor. El que me dijo que el dueño del bar era su novio.
- Pero tengo una cosa que le puede interesar aunque siempre negaré, si Vd. lo dice, que he sido yo el que se lo ha proporcionado. Pero amigo, me compadezco de Vd. y si me pasara a mí, querría que alguien me ayudara a investigar las cosas. Es muy serio lo que le pasa.
- Gracias por su comprensión. ¿Qué es lo que sabe?
- Tengo el teléfono de la empresa donde trabaja. Llámela por la noche.
- Ya me ha dicho bastante. Gracias, muchas gracias.

La tarde la pasé con una tristeza infinita pero no lloré ni la llamé. Me quedé en el despacho alegando que tenía trabajo y le pedí a mi padre que no me esperara para cenar. A las 11 de la noche, tembloroso y asustado, me decidí a marcar el número, y una voz de hombre, cansina y desinteresada, contestó.

- Hotel La Polvorosa, dígame.
- Páseme con recepción.
- Bueno, aquí no tenemos recepción.
- Pero ¿eso no es un hotel?
- Sí, según se mire. Te puedes quedar a dormir si quieres.
- ¿Y por qué no hay recepción?
- No hace falta. Los clientes pasan primero por el bar. A elegir.
- Escuche, ¿es eso un puticlub?
- Pues eso mismo, sí señor.
- ¿Conoce Vd. a una chica morena  -le di la descripción-….?
- ¿Alejandra?
- Bueno, no sé cómo se llama. - En todo caso, podía ser su nombre de guerra-.
- Sí, debe ser ella, porque las demás son todas de países del este y son rubitas y eso. La única que tenemos morena y un poco india es Alejandra, que, por cierto, tiene mucho éxito.
- ¿Me puede pasar con ella?
- Pues está con un cliente y, como comprenderá, no se lo puede dejar a mitad.
- Sí, ya comprendo. ¿Le puede dar un recado cuando acabe?
- Desde luego.
- Pues dígale que llame a su novio. El de Zamora.
- Sí que es Alejandra porque un día la oí decir que venía de Zamora.

Ni ese día, ni el siguiente ni todos los que siguieron hasta hoy he recibido su llamada. La he dado de baja en la empresa por abandono de trabajo. Y supongo que me pasará el disgusto con el tiempo. De momento, parezco un zombi, un muerto –porque muerta tengo el alma- que se arrastra por la vida sin esperanza de volver a vivir. Yo la llamaba siempre a un móvil de su país. No sé cómo se las arregló. Ni quiero saberlo.
Mi padre no ha pedido explicaciones. No dijo nada. Se lo agradezco.


(El cuento es cierto. Sé que es políticamente incorrecto. He de decir que los inmigrantes que vienen a nuestro país no acuden a engañarnos sino, casi siempre, a buscar una vida mejor ganándose la vida honradamente. Esto mismo le podía haber pasado con una española. Pero fue así y así lo cuento.)

domingo, 18 de julio de 2010

La publicidad de la prostitución

Como siempre, es difícil colocarse ante una página en blanco tratando de desgranar los propios pensamientos, con cierto orden y claridad para ser entendido por los pocos lectores que tengo.
Los anuncios de prostitución es lo que me da vueltas en el magín desde que, a mediodía, he oído en el telediario que el gobierno quería prohibirlos. No he entendido si la prohibición era absoluta, es decir, nadie puede anunciar prostitución y en ningún medio, o bien se trataba de evitar dichos anuncios en la prensa diaria.
Lo problemático de las prohibiciones es que no se sabe dónde está el corte adecuado: ¿Por qué me paro aquí y no puedo prohibir un poquito más? ¿Y un poco más? ¿Y más? Hasta que, por ejemplo, podamos prohibir que la gente vaya vestida por la calle pareciendo una prostituta. Pero ¿a juicio de quién? ¿Quién es el juez que se pronuncie sobre ese límite? Se daría el paradójico caso en el supuesto de que prohíban también los velos islámicos en que las mujeres no podrían ir tapadas ni destapadas en exceso. Pero insisto ¿quién será el que fije el límite en ambos casos?
Lo primero que me pregunto es qué se persigue con dicha prohibición. Porque ninguna prohibición es legítima si no protege un bien superior a la libertad que quita.
Entiendo que Doña Bibiana persigue acabar con una de estas dos cosas, bien con la propia prostitución bien con su visibilidad. No sé si será “miembra” del Opus aunque creo que, después de defender la Ley del Aborto, está claro que no. Aunque en este asunto demuestra un puritanismo digno del mejor calvinista.
Dicen que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo y no creo que habiendo perdurado desde que el mundo existe, pueda acabarse simplemente prohibiendo la publicidad de quien la ejerce. Si prohibimos la publicidad, simple y llanamente, la prostitución pasará a ejercerse en otros lugares y su publicidad se seguirá haciendo por otros medios. Pasará a la clandestinidad y eso siempre es malo. Luz y taquígrafos para todo.
Todas las personas que ahora se anuncian en un medio de comunicación y que ejercen en su casa tendrán que bajar a la calle a vender su mercancía, aunque lo que viene después de la transacción comercial se haga donde antes se hacía. Esto generará focos de prostitución de los más distintos pelajes. Y siempre rebajará el caché de los ejercientes, de los contratantes y del barrio donde se ubique el foco.
Me pregunto si se habrá hecho un estudio serio al respecto. Es decir, qué porcentaje de prostitutos/as realizan ese intercambio de sexo por dinero de forma totalmente libre. Porque siempre que hablamos de prostitución nos imaginamos mujeres ejercientes. Pero también hay hombres, para hombres y para mujeres. ¿Qué porcentaje dentro de la prostitución representan los hombres que se dedican a dicha actividad?
Se habla de prostitución y uno piensa en dos cosas: la trata de blancas, es decir, mujeres que, contra su voluntad, son obligadas por proxenetas a prostituirse y cuyos beneficios son percibidos por éstos, y también en la pobre chica que se tiene que dedicar a eso forzosamente porque no encuentra un trabajo digno.
La realidad es otra. Según los últimos estudios realizados en nuestro país, solo una de cada seis personas que se prostituyen lo hacen contra su voluntad. Lo que indica que, la gran mayoría, lo hace voluntariamente.
Si miran Vds. la oferta de sexo pagado de los periódicos verán dos tipos de anuncios, los que se anuncian personalmente y atienden en su propia casa o en hoteles y los gabinetes (es decir, prostíbulos) donde igual puede hacerse una fiesta, que tomar una copa, que cerrar el trato para acostarse con alguien. En el primer caso, el beneficio que se obtiene con la prostitución es única y exclusivamente para el/la prostituto/a. En el segundo caso suele haber proxenetismo –el beneficio se comparte con el proxeneta- pero no siempre.
Últimamente, como el proxenetismo está prohibido y penado, la actividad se desarrolla de manera “legal”. Los que ejercen cierran el trato con el cliente directamente y el proxeneta -porque sigue siendo eso y no otra cosa- es el dueño del lupanar y su negocio consiste -al menos, formalmente- en alquilar las habitaciones para que las hetairas, chaperos o troyanos puedan ejercer su actividad, además del descorche, que, para el que lo ignore, denomina que la chica -en esto sí que son normalmente mujeres- se lleve un porcentaje de lo que hace consumir al cliente. Ella siempre pide whisky pero le sirven una especie de te que tiene su mismo color porque, si fuera destilado auténtico, al final de la noche habría entrado en coma etílico. ¿Ven Vds. qué fácil es burlar la ley? En realidad, las cosas siguen como antes. El proxeneta fija los precios, los cobra y les da a sus “trabajadores” una pequeña parte.
El único límite que veo yo se pueda imponer a la prostitución es a la que se ejerce sin la voluntad cabal de quien lo hace. Y esa, que es delito, seguirá existiendo. Es cosa de la policía de cada país el investigar si existe y dónde y detener a los delincuentes. Si parte de esta prostitución se anuncia en un periódico, la policía lo tendrá más fácil para poder llegar y realizar una inspección en toda regla. Si los prostitutos/as disponen de sus documentos identificativos en su poder es un indicio de que se hallan allí por su voluntad. Otra cosa es que esos pasaportes o Documentos de Identidad sean celosamente guardados por los regidores del local. Entonces da que pensar… Pero aunque esta delictuosa prostitución no se anuncie libremente, la que se anuncia, al ser más fácil de encontrar, dificultará que los clientes lleguen a la otra, lo que mantendrá aquélla en un nivel menor de actividad. Le quitará clientes.
En cuanto al que la ejerce porque no tiene otro trabajo decente que poder hacer –lo que se da en un pequeñísimo porcentaje-, le van a quitar su único y pobre medio de vida que le sostiene a él/ella y, a veces, a sus hijos. ¿No sería mejor, en lugar de prohibirle anunciarse, brindarle una alternativa laboral para que pueda dejar aquello que se ve forzado/a por las circunstancias a practicar? ¿Se hace algo en este sentido? ¿Se pone a disposición de estas mujeres y hombres viviendas sociales y guarderías al alcance de los bajos salarios que tendrán que sufrir en adelante? Porque nadie quiere cambiar un ingreso que, en el peor de los casos, duplica o triplica el salario normal en trabajos “decentes” y, desde ese momento, no tener para vivir. Lo malo siempre es el primer servicio. Luego se hace callo.
¿Quién es el Gobierno para prohibir a una persona que se prostituya? Porque la Constitución, en su art. 16, declara como un derecho fundamental de las personas la libertad. Y esa libertad incluye, si fuere el caso, hasta el error.
No podemos erigirnos en paladines salvadores de quien no quiere ser salvado.
Y si lo que se quiere es únicamente que la prostitución no sea visible el caso es peor pues únicamente la hipocresía puede guiar tal acción. ¿Qué sentido tiene que no exista publicidad en los periódicos cuando Internet está plagada de este tipo de anuncios?
Quizá no me parecería del todo mal que se prohibiera la publicidad del sexo pagado en los periódicos y se permitiera en la prensa especializada, dejando así un canal abierto para quien quiera ejercer o recurrir a sus servicios.
Y voy más allá. Puesto que la prostitución se ejercerá siempre y mueve mucho dinero ¿por qué, en lugar de prohibir su publicidad, no se legaliza su ejercicio regulando el sector? Son personas que suelen ganar bastante dinero, no pagan impuestos, no pagan Seguridad Social (lo que quiere decir que su sanidad va a cargo de todos nosotros pues sus ingresos oficiales son nulos) y cuando son mayores o sufren algún percance que les impide seguir en el negocio hay que habilitarles una pensión no contributiva para que puedan malvivir. ¿No podría regularse de forma que tuvieran cabida en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos y se dieran de alta en el Censo Tributario y pagaran impuestos como todos nosotros. En Hacienda se podría crear un sistema especial puesto que la clientela de estos servicios no quiere factura. En fin… con buena voluntad, podría hacerse.
Porque es injusto que un/a prostituto/a de lujo gane mucho más que cualquier directivo de una pequeña empresa y no contribuya al bien común.
Todo esto no significa que me guste que exista la prostitución pero no se puede negar lo evidente ni se pueden poner puertas al campo. Existe y mirando hacia otro lado no se va a acabar.

viernes, 16 de julio de 2010

La injusticia de una noche

Me hallaba solo y desamparado en una carretera secundaria porque mi añejo automóvil, incomprensiblemente, después de tantos años de andadura feliz, comenzó a temblequear y renquear hasta que le dio por pararse por completo en plena noche, obligándome a descender de mi cabalgadura con el fin de iniciar la tarea, de incierto resultado por lo avanzado de la hora, de toparme con alguien que pudiera brindarme una ayuda en mi desgracia. Porque ¿qué hacía yo a las tres de la mañana, a una hora de camino de mi casa, en un paraje tan desolado y siniestro?
Era una noche de especial negrura, de ésas en que las farolas, para emular a la luna nueva, se apagan vaya Vd. a saber por qué, y dejan sumido el paisaje en una tiniebla permanente e impenetrable.
Al escrutar el horizonte, imaginé más que vi, a lo lejos, una luz roja, y comencé a caminar en pos de la estrella que me ofrecía el azar, esperando descubrir algún bar abierto en el que hubiera parroquianos amables que pudieran y quisieran echarme una mano en mi infortunio. ¿Qué otra cosa puedo decir de aquel lance en el que colocó Fortuna? Infortunio era y no pequeño pues hacía horas que habría querido estar durmiendo.
La carretera, intransitada totalmente en el rato que serpenteé con ella, estaba guardada por centinelas arbóreos, altos como gigantes, que crecían alineadamente en sus márgenes y que, en aquella opacidad visual me sirvieron de guía pues no me impuse más tarea que la de llegar al siguiente árbol, único al que podía intuir, y siguiéndolos, uno tras otro, me condujeron a una casa aislada, de planta baja y un solo piso con tres ventanas que daban a la calle, es decir, a la misma vía por la que venía yo. Poseo un hado venturoso pues, aparcados a la puerta descubrí tres automóviles. Cierto que dos eran furgonetas un tanto vetustas y añosas pero el tercero, ¡oh el tercero! Un Mercedes que, si bien, no era de alta gama sobresalía en el conjunto. La luz roja que columbré en la lejanía desde donde me dejó mi coche, no eran sino los neones de la puerta que daban nombre al local: Melody.
Buen augurio, pensé. Melody ha de significar, necesariamente, melodía y ello presupone equilibrio y amalgama de varias cosas que, todas juntas, hacen otra agradable. Así que franqueé la puerta del local alegremente. Una puerta tosca, de madera, sin florituras. Y me hallé ante un cuadro de Rubens. Cinco hermosas damas, entradas en carnes -y creo que también en años- ligeras de ropa -supongo que, por el calor y la humedad existentes en el interior- sentadas en taburetes y apoyadas a lo largo de una barra de bar tapizada de escay en su borde. Algo extraño me llamó la atención, pues la disposición de las damas, de espaldas a la barra y todas en hilera no era la habitual en estos casos. El bar, porque aquello era un bar, no disponía de mesas y sillas, y de los tres clientes propietarios de los coches que había afuera, dos de ellos también se apoyaban en la pared contraria a la de la barra y, el tercero, hablaba en voz baja con la dependienta un poco más allá. Mujer ésta mucho mayor que las otras, igualmente vestida con ropa muy breve, y que, por sus expresiones y cabezadas no parecía estar muy conforme con lo que el supuesto cliente le expresaba.
Por mi natural confiado, y por la necesidad que me acuciaba, fui a dirigirme a la primera señora para preguntarle si podrían ayudarme o darme cobijo para pasar la noche. No llegué a hacerlo. De pronto, se abrió la puerta con gran estrépito, pues del golpe que le dieron rebotó contra la pared, y entraron -los conté por lo insólito del caso- quince guardia civiles armados hasta los dientes y dos señoras, vestidas de acuerdo a la estación en la que estábamos, es decir, con abrigo, como iba yo, que portaban sendas carpetas.
Intuí que algo no encajaba e, instintivamente, también yo me arrimé a la pared donde estaban los otros dos parroquianos y me apoyé en ella, a la espera de acontecimientos. El hombre, joven, guapo y atlético, que estaba hablando con la señora que regentaba el local, se volvió de pronto y comenzó a comandar la expedición de los Guardias Civiles y su compañía femenina.
A nosotros no nos hicieron ningún caso por lo que tuve oportunidad de mirar y remirar el local, donde los desconchones evidentes de pintura, decoraban las paredes mostrando dibujos como si fueran cuadros abstractos. Pronto advertí que, en el mostrador, olvidado por todos los presentes, aparecía una procesión de cucarachas negras que se desparramaban para un lado y otro sin que nadie hiciera nada para evitarlo.
Los Guardia Civiles, entre cuyas filas marchaba una mujer uniformada, se dedicaron a registrar y sacar todo cuanto encontraron debajo de la barra y ponerlo encima, sin preocuparse si pisaban o no alguno de los insectos que procesionaban por ella.
Oh! Apareció una libreta y el Guardia Civil que la encontró llamó a las dos mujeres vestidas de paisano y cuya función se me escapaba, con la alegría impresa en el semblante pues parecía que habían hallado uno de los objetos que andaban buscando. El local era pequeño y aunque estaba en la parte contraria del mismo, mi ubicación me permitía ver y escuchar todo lo que decían. No averigüé gran cosa pues ellas señalaban las líneas escritas en la libreta y decían que aquello no podían ser consumiciones pues de las cantidades se deducía que su importe era superior al que se podía cobrar en el local y que por lo tanto, esas cantidades debían corresponder a “lo otro”. No lo entendí. ¿Qué sería ese “lo otro”? Después comenzaron a interrogar a las mujeres una por una, pidiéndoles datos de identificación y situación legal y laboral.
Al cabo, los guardia civiles que habían penetrado por una puerta lateral que abría a una escalera interior, bajaron diciéndole a su jefe que el piso superior estaba distribuido en seis habitaciones y un solo cuarto de baño, con lo que quedé tranquilo pues, si bien parecía que la noche se iba a alargar un poco por aquella intrusión armada, podría pasar el resto de la misma bien instalado en una de aquellas camas.
Pero la noche parecía de goma pues mi percepción la estiraba y la estiraba haciéndola interminable. Simultáneamente al registro del piso superior, dos guardia civiles varones y la mujer fueron introduciendo a cada una de las mujeres en una habitacioncilla que se hallaba a mi lado, y por lo que pude oír a través del tabiquillo y la puerta mal cerrada, les preguntaban cuál era la razón de su presencia en el local y, al menos esa impresión me dio, las cacheaban también. No sé qué buscarían. ¡Si con la poca ropa que llevaban ya se veía todo lo que pudiera haber!
Ellas insistían y volvían a insistir a preguntas de todos los presentes -menos nosotros, claro- que eran amigas íntimas y se reunían en el local por ser todas de la misma nacionalidad centroamericana para disfrutar un rato tomando una copa. Pero el caso es que era un bar, estaba claro, pero no pude ver más que dos botellas en toda la estantería, una de whisky malo y otra de coñac andaluz barato. Ni cafetera, ya que se sustituyó –por las trazas que su desmontaje dejó en la pared- por una máquina automática de esas que funcionan con monedas.
Los dos hombres de mi lado mostraban su disgusto por la intrusión y el que estaba junto a mí preguntó a uno de los números qué iban a hacer con ellos porque no tenía ningún interés de que su mujer se enterara de dónde se hallaba. Tranquilizolo el guardián de la ley, informándole que si llevaba su documentación y la de su coche en regla, en breve le dejarían marchar sin más trámites.
Fue en ese momento que, a petición de una de las mujeres de paisano que, a la sazón, sudaban como cerdos dentro de sus abrigos -igual que yo- la dueña del establecimiento abrió una puerta justo a mi lado y pude ver otra habitación, sin ventana a la calle, y con bidet y lavabo incorporados, llena de trastos hasta el techo, salvo la cama, la cual daba dulce y cálido cobijo a una familia entera de cucarachas diferentes a las que paseaban, a sus anchas, por la barra. La señora, cuando salió sin lo que buscaba, se acercó a un número de la guardia civil que esperaba en la barra e intercambió unas palabras con él. Éste vino a decir que no tendrían que haber ido ellos sino una brigadilla de biólogos con el fin de comprobar si, en aquel lugar ignoto e inexplorado -por la falta de limpieza- había aparecido alguna especie nueva de artrópodo cucarachídeo que pudiera haber dado brillo y esplendor a la ciencia hispana.
Al oír el comentario se ve que mi semblante delató la sorpresa que me embargaba pues, de dos zancadas, se situó frente a mí el que había hablado y me pidió la documentación completa. La había dejado en el coche por lo tanto tuve que permanecer en el local hasta que todo acabó y fui conducido por un coche camuflado de la Guardia Civil a donde había estacionado el mío para mostrar mis documentos de identidad y los del vehículo. En el Mercedes estacionado a la puerta subió el comandante del grupo.
No se portaron mal. No podía dejar el coche allí por el peligro que suponía para los que pudieren circular por la vía, así que tuve que llamar a la grúa -no disponía de seguro vigente pero no se dieron cuenta- y un guardia civil me escoltó hasta que salí del lugar, clareando el alba, hacia mi casa.
Pienso en aquellas mujeres, que, inocentemente se reunían para hablar de sus cosas y en el susto que les dieron, y solo me viene a la cabeza la procesión de insectos blattarios que desfilaban por la barra.
Señor ¡qué injusta es la vida!

miércoles, 7 de julio de 2010

El aborto y las personas

Es difícil dar una opinión personal tratando de compaginar las propias creencias con el respeto a la libertad de los demás. Para no producir enfado, no levantar ampollas, dejar que todo el mundo actúe con la libertad inherente a su condición humana y, a la vez, tratar de dejar claro lo que uno siente, lo que uno piensa. No sé si sabré hacerlo. Vaya de antemano mis disculpas si alguien se siente aludido o agredido por mis comentarios.
Antes que nada les diré que considero el aborto como un mal. Así, en términos absolutos y sin paliativos. Hoy se levantan voces progresistas en la propia Iglesia Católica que reclaman el derecho a no considerar persona y, por lo tanto, no respetar los derechos que pueda tener como tal, el embrión, al igual que una semilla no es un árbol o un huevo no es un pájaro o un reptil. Y se basan en que no todo es genética sino que se necesita un proceso de maduración que, de no producirse, acaba con el proyecto de planta, animal o ser humano. Todo eso lo entiendo y, a lo mejor, hasta tienen razón. Es cierto que es la ciencia la que debe darnos la pauta sobre lo que es o no es un ser humano.
Los art. 29 y 30 de nuestro Código Civil establece que solo puede considerarse persona aquel feto nacido que tuviere figura humana y viviere veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno. Pero esto es únicamente a efectos civiles, es decir de derechos como herencias, propiedades, etc.
Yo quiero pensar que la persona aparece en el mismo momento de la concepción porque ese zigoto, transplantado de útero sigue su evolución hasta nacer y lleva la carga genética de sus padres biológicos y no la del vientre que le hizo de nido. La mayoría de mujeres con las cuales he tratado este tema refiere que, desde el mismo instante en que saben que están embarazadas, su relación con aquel ser microscópico que crece en su interior es de alteralidad. Es decir, no lo consideran como parte de sí mismas sino algo que les es ajeno pero también al que comienzan a amar de forma especial y desinteresada. También todas –y en este caso no digo la mayoría sino todas- las que me han contado que abortaron voluntariamente en un mal momento de su vida, dicen que todos los días recuerdan aquel hijo perdido y algunas hasta rememoran y sufren un dolor inevitable en los días que adivinan habría sido su cumpleaños. No hay sanación para este mal.
Me podéis decir que esto es fruto de nuestra cultura. Puede ser. No lo sé. No sé qué pasa en otras culturas. Pero en la nuestra pasa esto.
Con todo ello, habréis adivinado que soy contrario totalmente al aborto. Si fuera mujer no creo que lo hiciera aunque nunca se puede decir que no harías algo hasta que no te ves en la situación propicia para poderlo hacer. Teóricamente no lo haría. Y si se hubiera hecho un plebiscito nacional para preguntarlos a los españoles si queríamos o no la libertad de abortar, yo habría dicho que no. En protección del no nacido.
Pero nadie me lo ha preguntado y, a pesar de que el art. 15 de la Constitución vigente, dice “Todos tienen derecho a la vida…”, hace tiempo que se promulgó una ley que permitía abortar en algunos supuestos. Ahora acaba de entrar en vigor otra ley que basa la posibilidad de abortar en el tiempo que tiene el embrión o feto.
Pues bien, ya hay cuatro Comunidades Autónomas que no van a aplicar esta ley hasta que el Tribunal Constitucional, donde se ha presentado el oportuno recurso de inconstitucionalidad (que, por otra parte, tiene pocas posibilidades de prosperar), se pronuncie.
Y todos Vds. pensarán que a mí me parece perfecto que se haya tomado esa decisión. Pues no, no solo no me parece perfecto sino que me parece un atropello a las libertades públicas pues no es competencia de las Comunidades Autónomas autorizar o denegar la entrada en vigor de una ley estatal y porque, en el caso de que una mujer considere que es un derecho para ella el abortar y quiera hacerlo, tiene todo la razón del mundo, aunque a mí me pese, porque una ley ampara su decisión y nadie incompetente al respecto puede coartárselo.
Mi deseo sería que a las mujeres se les abrieran otros caminos que les permitieran no abortar en aquellos casos en los que la razón es fundamentalmente económica o social. Pero haga Vd. la prueba. Llame a la Consejería de Bienestar Social o equivalente de su comunidad autónoma, diga que está en una situación económica desesperada, que la van a echar de la vivienda por falta de pago, que está en paro y que está embarazada y no quiere abortar. Le darán únicamente dos salidas: el aborto que Vd. ya ha desechado o la adopción del bebé cuando nazca, sin conocerlo siquiera, sin saber si ha sido niño o niña, sin saber dónde irá a parar y quien lo criará. Quizá le den durante unos meses una renta mínima de subsistencia que percibirá efectivamente cuando el niño haya nacido y quizá no sea tan necesaria como cuando la pidió porque habrá tenido que apañárselas como haya podido y siempre con la amenaza de que si no es capaz de criar a su hijo en condiciones adecuadas, el Gobierno de la Comunidad Autónoma se hará cargo de él. No existen viviendas sociales gratuitas o con rentas muy bajas suficientes para estos casos, no existe una renta mínima de subsistencia garantizada, no existe un acompañamiento en el largo camino de la búsqueda de un empleo (tanto más cuanto menos formación tiene la persona), no existen guarderías laborales gratuitas para poder dejar el niño mientras trabajas. Si una mujer encuentra trabajo y le pagan el Salario Mínimo Interprofesional ¿cómo va a poder pagar el alquiler de su casa y la guardería del niño y después comer y vestir ella y el bebé?
Desde aquí quiero declarar públicamente que, a pesar de mis convicciones, considero que mi moral es aplicable solo para mí y no puedo imponerla a la fuerza a nadie más, que respeto profundamente a las personas que abortan porque no conozco sus razones y circunstancias y las compadezco si su decisión ha sido tomada bajo la presión desesperada de la falta de medios o de la incomprensión familiar. Animo a todos los que no deseamos que se realicen abortos a respetar los derechos que las leyes nos otorgan porque esas leyes no obligan a nadie a abortar y también les animo a que, además de manifestarse (lo cual es muy legítimo), intenten echar una mano a las embarazadas que conozcan y cuya situación las pueda llevar a un aborto realmente no deseado. Limitarse a ir a una manifestación es hacer bien poca cosa y solo cuesta unas dos horas de todo nuestro tiempo. Y eduquen, eduquen a sus hijos a ser muy responsables con su sexualidad, que aprendan que todos los actos tienen consecuencias y que uno no puede pretender tirarse de cabeza desde la terraza de un octavo piso y salir indemne. Lo normal si uno practica sexo sin precauciones es que haya un embarazo y hay que ser coherentes y responsables con lo que hacemos.
Y pidamos que ese Estado del Bienestar que tenemos, que subvenciona partidos políticos, sindicatos, asociaciones, obras, bancos, etc. haga lo propio con las familias que no tienen suficientes ingresos. Al fin y al cabo, si ellos tienen dinero consumirán y su consumo también tirará del carro de la economía de todos.
La Ley de Plazos del aborto es un adelanto respeto a la antigua. Antes, si una mujer no se hallaba en alguno de los supuestos que contemplaba la ley, cuando tenía dinero siempre podía encontrar un profesional poco ético que le hiciera el certificado pertinente y eso favorecía descaradamente a las clínicas privadas. Si no tenía dinero forzosamente había de tener el niño. Ahora, al menos, todas las mujeres serán iguales.
¿De verdad creen Vds. que si las mujeres se sintieran seguras y arropadas habría tantos abortos? Yo quiero creer que no. Pero, como siempre, puedo estar en un error.

           


domingo, 4 de julio de 2010

De la homosexualidad y la Iglesia

Como Vds. ya habrán barruntado a la vista de mis escritos, soy católico y a mucha honra. Ello quiere decir que trato de seguir las enseñanzas de un señor que nació hace más de dos mil años y, con su doctrina oral y con su vida, revolucionó el mundo. Que ese señor sea considerado como Dios encarnado ya es cosa de cada cual. Unos se lo creen y otros no.
Pero no es de mis preferencias religiosas de lo que quería hablarles sino de la pretensión de imponernos lo que debemos pensar por parte de algunas personas, grupos o miembros de la iglesia, alegando y creyendo ellos mismos que están en posesión de la verdad.
Para hacernos ese lavado de cerebro y doblegarnos a sus, a veces, sesgados puntos de vista, unos apelan a la Biblia y ésos suelen ser los que menos la han leído y nada la han estudiado desde un punto de vista histórico serio. Otros apelan al magisterio de la Iglesia, que es infalible. Y es curioso que la Biblia que, para judíos y católicos, contiene la palabra de Dios, es interpretable, pero, ¡oh sorpresa! no lo es la del Papa cuando habla en materia de fe y buenas costumbres. Es decir, el Papa (él solo) tiene más autoridad que el propio Dios. 
Otros (demasiados diría yo) confunden su propia opinión con la de la Iglesia cuando ésta, a veces, ni se ha pronunciado sobre el tema. Dogmas hay muy pocos y doctrina de la iglesia no es la opinión de un cura ni de un obispo. Pueden tener sus propias ideas como cualquier hijo de vecino pero, en ningún caso, tienen una opinión más cualificada, por el hecho de haber sido ordenados, que los seglares o laicos.
Y muchos también sacralizan a ciertas personas, aunque sean santos, y todo lo que han hecho o dicho pasa a ser intocable. ¿Pues no eran, por ejemplo, San Agustín y San Ignacio de Loyola grandes pecadores antes de convertirse? Me imagino que todo lo que hicieron no sería del agrado de Dios y eso lo entiende todo el mundo. Sin embargo, no puedes decir que Camino, el libro de proverbios, máximas, ideas y alguna tontería, que escribió San Josémaría (como él quería) Escrivá de Balaguer, porque entonces ya te acusan de ir contra TODA la Iglesia. Pues bien, señores, Camino ha sido adaptado a través de los tiempos y así y todo es machista hasta el extremo (vean, si no, los puntos 4, 22, 46, 50, 51 y, sobre todo, el 946); en la edición de 1950, el punto 115 decía “Minutos de silencio: Quédese esto para ateos, masones y protestantes, que tienen el corazón seco. Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre Nuestro que está en los cielos”. En la edición actual se ha suprimido la frase “ateos, masones y protestantes, que”. Bienvenida sea la modificación.
Todo esto no se lo cuento porque sí sino porque me uní a un grupo de Facebook que se llama “Yo tengo un amigo sacerdote que es genial aunque los medios digan que no” para ver qué era aquello. Y me encontré, en el apartado de los foros, con debates como “¿Qué es la pedofilia?” o “¿Con la Iglesia hemos topado? y allí hallé planteamientos de una intolerancia enorme respecto de los homosexuales y sus derechos. Se me ocurrió escribir unas notas y el Administrador, haciendo gala de su respeto por la libertad de expresión, me las suprimió. Y me dice que espera que lo comprenda porque iban en contra de la doctrina de la Iglesia. Yo solo decía que reivindicaba el derecho de los homosexuales a tener los mismos derechos que yo incluido el de salir del armario y tener una pareja y que no me gustaba nada el libro Camino aunque todos los opuseros que conocía me parecían buenas personas. Como es lógico he contestado y le he dicho que todos formamos la Iglesia y que todos tenemos derecho a opinar sobre las cosas de la Iglesia, y que ya son muchas las voces internas de esta Iglesia (que somos todos los bautizados), que piden que cambie su doctrina en muchos campos, entre ellos más democracia en la elección de los líderes, un cambio de timón respecto a las relaciones sexuales incluyendo la homosexualidad, la aceptación de los medios anticonceptivos, y, sobre todo, menos formas y más fondo. Entre esas voces, las hay muy cualificadas como el Cardenal Martini que pide mucho de lo que he citado y, además no le parece mal, que el celibato sea opcional y que se ordenen mujeres.
Perdónenme los católicos de buena fe que puedan leer mis opiniones y escandalizarse, que no son más que eso, reflexiones personales de alquien que quiere ser buena persona pero también que le dejen pensar libremente, pero la Iglesia de hoy, como institución, poco conserva de las enseñanzas y la vida de aquél que ha de ser su referencia: Jesús de Nazaret.
Y eso no quita para que reconozca que, en esa Iglesia, existen muchas personas santas que dedican su vida a los demás y a hacer el bien, con una entrega encomiable y entre ellas muchos sacerdotes, algunos de ellos homosexuales.
Y como colofón, aprovechando que hace muy poco se ha celebrado el Día del Orgullo Gay, (fiesta que quizá no se celebraría si los gays no hubieran sido, no solo discriminados, sino agredidos y perseguidos secularmente), quiero dirigirme a este colectivo y animarles a seguir conquistando derechos en aquellos lugares donde aun sean “diferentes”. Y a los gays católicos les diría que sigan adelante, que Dios les hizo así y él sabrá por qué, que tienen todo el derecho a ser personas felices y practicar la religión porque, en ningún sitio se puede fundamentar un trato diferente.

jueves, 1 de julio de 2010

El vendedor de libros

Sitúense Vds. como espectadores de un sainete real. La historia sucede delante de sus narices pero están ocultos y no pueden intervenir. Solo mirar e intentar comprender qué está pasando. No en el escenario sino en nuestra sociedad para que se den casos como éste.
Una editorial concertó hace unos días una visita a mi casa para vendernos libros. Yo me negué a atenderles. Mi mujer comentó que no le vendría mal comprar una Historia Universal y decidió recibirles.
Cuando vino el vendedor me atrincheré en un despacho desde donde tenía una vista privilegiada sobre el escenario y podía oír lo que se hablaba.
Después de los saludos de rigor, se sentaron y el vendedor de la editorial comenzó por enseñar a mi esposa un catálogo de vajillas, colchones, cuberterías, cruceros, etc.

-         Pero ¿Vds. no vendían libros?
-         Sí, claro, nosotros vendemos libros; esto que le enseño son los regalos que puede Vd. elegir por comprarnos los libros.
-         Es que yo ya tengo vajilla y cubertería, no me quiero ir de crucero porque me da miedo el mar y el colchón lo tengo bastante bien. ¿No me podrían descontar el importe del regalo del precio de los libros que pueda quedarme?
-         No, señora, eso es imposible. Esto es un regalo y no tiene precio.
-         Bueno, pues vamos a ver qué libros vende.

Mi mujer cerró el catálogo de los regalos ante la estupefacción del vendedor que no entendía que pudiera declinar aquel palmito de obsequios y prefiriera ver los libros.

-         Pues vendemos enciclopedias de todas clases.
-         ¿Tienen alguna de Historia Universal?
-         Claro que sí, señora, una enciclopedia de diez tomos. Preciosa.
-         Bien, pues enséñeme un tomo.
-         Ah, pesa mucho y, como comprenderá, no lo llevo encima.
-         ¿Y cómo pretende que le compre algo que no voy a ver hasta después de pagado?
-         Llevo una muestra.

Y desplegó un cartón, de papel cuché, doblado para que quedara del tamaño del libro que representaba, con algunas páginas salteadas de la famosa enciclopedia. Mi mujer esperó que lo desdoblara y anduvo mirando toda la extensión de la sábana.

-         Mire, no veo por aquí el nombre de los autores del texto.
-         Pues, señora, los mejores.
-         No lo dudo pero no sabiendo quiénes son no puedo comprarle la obra porque quiero que sean historiadores objetivos y documentados.
-         ¿Pues no le he dicho que son los mejores? ¿Qué más quiere?
-         Quiero saber el nombre de los factores de la obra. Sin eso y sin ver la obra no puedo comprársela.

El vendedor mira a derecha y a izquierda poniéndose visiblemente nervioso. Se afloja el nudo de la corbata y entonces pregunta:

-         ¿Y su marido? ¿Dónde está?
-         ¿Para qué necesita Vd. a mi marido? ¿No le estoy atendiendo yo?
-         Bueno, lo lógico es que mire el género él antes de decidir.
-         Pues lo siento pero mi marido se fue a la Iglesia.

Santa palabra. El vendedor cambia la expresión de la cara pensando en un triunfo inminente y seguro de su venta.

-         Ah ¿son Vds. religiosos?
-         ¿Y por qué esa pregunta?
-         Porque llevo también para vender la Biblia.
-         Ah, bueno, tenemos varias pero la miraré. Déjemela.
-         Ah, no. Tampoco la llevo. Ya le digo que los libros pesan mucho.
-         ¿Y trae Vd. información sobre la misma?
-         La que quiera.
-         Vale ¿Quién es el traductor?
-         ¿Traductor? ¿Para qué quiere el traductor? La biblia es la biblia y ya está. Donde viene el Antiguo Testamento y eso que se dice en las misas.
-         Hombre, el traductor es muy importante. No es lo mismo uno que otro. Las cosas pueden variar.
-         Bueno, pero la Biblia será la Biblia ¿no? ¡Qué tendrá que ver el traductor! Mire, solo le voy a decir que es la Biblia que gasta el Papa.
-         No lo dudo aunque supongo que tendrá varias ¿o tiene solo la de Vds.?
-         Escuche ¿Vd. no quiere tener la misma Biblia que el Papa?
-         Pues, hombre, no tengo especial interés. Quiero una buena edición y saber el traductor.
-         Bueno, señora, mire, yo creo que estamos perdiendo el tiempo Vd. y yo porque pide cosas anormales y, además, no le gustan los regalos, así que lo mejor es que me vaya y vuelva cuando esté su marido.

Y el vendedor guardó su catálogo de regalos, dobló la sábana del libro de Historia, lo metió en su cartera y se fue.
Yo me hago varias preguntas:

-         ¿Cómo puede una editorial poner a vender libros a un hombre que no tiene ni idea de lo importante en un libro y que no es capaz de contestar a preguntas tan elementales? Porque al vendedor sí lo entiendo. Le ofrecen un trabajo y hace lo que puede.
-         ¿Cuántos libros compra la gente sin saber lo que compra, simplemente, por tener un colchón nuevo o una vajilla diferente? Y que, claro, jamás se leerán ni se consultarán.
-         ¿Qué mentalidad respecto de las mujeres en general demostró el vendedor cuando insistió tanto en hablar conmigo como si yo (flaco favor me hacía) me fuera a interesar por el colchón o el crucero…?

La conclusión que tengo que sacar forzosamente es que la cultura no se valora en nuestra sociedad. Si para que alguien compre un libro le tienen que ofrecer un regalo y es lo primero que le enseñan, supongo que están hartos de comprobar que al comprador debe hacerle más ilusión el regalo que el libro y eso es lo que le dan.
Esta historia, cierta de arriba abajo, es bien triste pues refleja el nivel cultural de la gente. Pero no de toda la gente. De la que está dispuesta a comprar un libro. La otra ya ni concierta la cita.
Estamos hartos de cambiar planes escolares pero veo que avanzamos poco en la verdadera educación. Y eso es malo para todos.