jueves, 1 de julio de 2010

El vendedor de libros

Sitúense Vds. como espectadores de un sainete real. La historia sucede delante de sus narices pero están ocultos y no pueden intervenir. Solo mirar e intentar comprender qué está pasando. No en el escenario sino en nuestra sociedad para que se den casos como éste.
Una editorial concertó hace unos días una visita a mi casa para vendernos libros. Yo me negué a atenderles. Mi mujer comentó que no le vendría mal comprar una Historia Universal y decidió recibirles.
Cuando vino el vendedor me atrincheré en un despacho desde donde tenía una vista privilegiada sobre el escenario y podía oír lo que se hablaba.
Después de los saludos de rigor, se sentaron y el vendedor de la editorial comenzó por enseñar a mi esposa un catálogo de vajillas, colchones, cuberterías, cruceros, etc.

-         Pero ¿Vds. no vendían libros?
-         Sí, claro, nosotros vendemos libros; esto que le enseño son los regalos que puede Vd. elegir por comprarnos los libros.
-         Es que yo ya tengo vajilla y cubertería, no me quiero ir de crucero porque me da miedo el mar y el colchón lo tengo bastante bien. ¿No me podrían descontar el importe del regalo del precio de los libros que pueda quedarme?
-         No, señora, eso es imposible. Esto es un regalo y no tiene precio.
-         Bueno, pues vamos a ver qué libros vende.

Mi mujer cerró el catálogo de los regalos ante la estupefacción del vendedor que no entendía que pudiera declinar aquel palmito de obsequios y prefiriera ver los libros.

-         Pues vendemos enciclopedias de todas clases.
-         ¿Tienen alguna de Historia Universal?
-         Claro que sí, señora, una enciclopedia de diez tomos. Preciosa.
-         Bien, pues enséñeme un tomo.
-         Ah, pesa mucho y, como comprenderá, no lo llevo encima.
-         ¿Y cómo pretende que le compre algo que no voy a ver hasta después de pagado?
-         Llevo una muestra.

Y desplegó un cartón, de papel cuché, doblado para que quedara del tamaño del libro que representaba, con algunas páginas salteadas de la famosa enciclopedia. Mi mujer esperó que lo desdoblara y anduvo mirando toda la extensión de la sábana.

-         Mire, no veo por aquí el nombre de los autores del texto.
-         Pues, señora, los mejores.
-         No lo dudo pero no sabiendo quiénes son no puedo comprarle la obra porque quiero que sean historiadores objetivos y documentados.
-         ¿Pues no le he dicho que son los mejores? ¿Qué más quiere?
-         Quiero saber el nombre de los factores de la obra. Sin eso y sin ver la obra no puedo comprársela.

El vendedor mira a derecha y a izquierda poniéndose visiblemente nervioso. Se afloja el nudo de la corbata y entonces pregunta:

-         ¿Y su marido? ¿Dónde está?
-         ¿Para qué necesita Vd. a mi marido? ¿No le estoy atendiendo yo?
-         Bueno, lo lógico es que mire el género él antes de decidir.
-         Pues lo siento pero mi marido se fue a la Iglesia.

Santa palabra. El vendedor cambia la expresión de la cara pensando en un triunfo inminente y seguro de su venta.

-         Ah ¿son Vds. religiosos?
-         ¿Y por qué esa pregunta?
-         Porque llevo también para vender la Biblia.
-         Ah, bueno, tenemos varias pero la miraré. Déjemela.
-         Ah, no. Tampoco la llevo. Ya le digo que los libros pesan mucho.
-         ¿Y trae Vd. información sobre la misma?
-         La que quiera.
-         Vale ¿Quién es el traductor?
-         ¿Traductor? ¿Para qué quiere el traductor? La biblia es la biblia y ya está. Donde viene el Antiguo Testamento y eso que se dice en las misas.
-         Hombre, el traductor es muy importante. No es lo mismo uno que otro. Las cosas pueden variar.
-         Bueno, pero la Biblia será la Biblia ¿no? ¡Qué tendrá que ver el traductor! Mire, solo le voy a decir que es la Biblia que gasta el Papa.
-         No lo dudo aunque supongo que tendrá varias ¿o tiene solo la de Vds.?
-         Escuche ¿Vd. no quiere tener la misma Biblia que el Papa?
-         Pues, hombre, no tengo especial interés. Quiero una buena edición y saber el traductor.
-         Bueno, señora, mire, yo creo que estamos perdiendo el tiempo Vd. y yo porque pide cosas anormales y, además, no le gustan los regalos, así que lo mejor es que me vaya y vuelva cuando esté su marido.

Y el vendedor guardó su catálogo de regalos, dobló la sábana del libro de Historia, lo metió en su cartera y se fue.
Yo me hago varias preguntas:

-         ¿Cómo puede una editorial poner a vender libros a un hombre que no tiene ni idea de lo importante en un libro y que no es capaz de contestar a preguntas tan elementales? Porque al vendedor sí lo entiendo. Le ofrecen un trabajo y hace lo que puede.
-         ¿Cuántos libros compra la gente sin saber lo que compra, simplemente, por tener un colchón nuevo o una vajilla diferente? Y que, claro, jamás se leerán ni se consultarán.
-         ¿Qué mentalidad respecto de las mujeres en general demostró el vendedor cuando insistió tanto en hablar conmigo como si yo (flaco favor me hacía) me fuera a interesar por el colchón o el crucero…?

La conclusión que tengo que sacar forzosamente es que la cultura no se valora en nuestra sociedad. Si para que alguien compre un libro le tienen que ofrecer un regalo y es lo primero que le enseñan, supongo que están hartos de comprobar que al comprador debe hacerle más ilusión el regalo que el libro y eso es lo que le dan.
Esta historia, cierta de arriba abajo, es bien triste pues refleja el nivel cultural de la gente. Pero no de toda la gente. De la que está dispuesta a comprar un libro. La otra ya ni concierta la cita.
Estamos hartos de cambiar planes escolares pero veo que avanzamos poco en la verdadera educación. Y eso es malo para todos.



1 comentario:

  1. Pues sí, no me cuesta nada creer en la veracidad de la anécdota. Estas cosas pasan porque, en efecto, la cultura se valora poco, aunque se diga lo contrario.
    Otras causas: el vendedor vende libros como podría vender lavadoras, cortacéspedes o ropa deportiva, sin tener una buena preparación.
    Si, en vez de decirle que "son religiosos" le hubiera dicho que se ha ido a pescar, le hubiera ofrecido una enciclopedia ilustrada de la pesca; o que se iba a jugar al tenis, pues ídem sobre dicho deporte.
    Otra conclusión que se puede sacar: no dejarse influenciar por los argumentos de los vendedores, cuando se quiere hacer una compra importante, lo mejor es buscar información en amigos o conocidos, o en Internet, o en revistas especializadas ( en el tema o genéricas de consumo, como la Ocu ).
    Jose Luis.

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