domingo, 12 de septiembre de 2010

Las fiestas de guardar

Érase una vez un país llamado España que acababa de salir de una guerra civil. La situación económica era desastrosa pero la situación psíquica de las personas no era mejor. Eran tiempos de hambre, de miseria, de enfermedades como tuberculosis, malnutrición, raquitismo, sarna, tiña -sin embargo no se supo de mucha gente que tuviera el colesterol alto, o gota-, de parásitos como chinches, piojos del cabello y de la ropa, pulgas, ladillas; tiempos de paro y de empleos con jornadas largas y salario corto. El embargo internacional que sufrimos y la falta de dinero con que pagar las mercancías hacían inviable comprarlas en el exterior. Y en el interior ¡teníamos tan poca cosa! Los coches eran refritos de piezas de varios modelos refundidos en uno. La escasez de gasolina agudizó el ingenio y se inventó el gasógeno que era un artilugio que se acoplaba al automóvil y que quemaba cáscara de almendra, serrín, madera, etc. para producir un gas combustible que alimentaba el motor del coche con una pérdida considerable de su potencia. La gente viajaba en las cajas de los camiones sentados en sillitas de enea sin anclar, y sin cinturón por supuesto. ¿Dónde iban a engancharlo? Y en los autobuses se circulaba sentado y de pie en el pasillo, dando tumbos a cada curva del camino. Y alguno había que se llevaba su propia silla o catre de casa.

En esa España pobre y gris, el que tenía medios para obtener productos de primera necesidad, medraba. Y así, valía mucho la harina, el arroz, el aceite, las alubias, la carne, el pescado… en comparación con los salarios que se pagaban. Los que tenían un enchufe y podía importar algo aunque fuera de contrabando o los que podían distraer algún producto de los que proporcionaba el Estado, como abonos, grano, etc. y venderlo en el mercado negro, se solían hacer ricos.

Era normal que las parejas se casaran y se quedaran a vivir en una habitación en casa de los padres de uno de ellos, y tuvieran niños y convivieran todos juntos, aunando esfuerzos para llegar a fin de mes. Muchos emigraron y las remesas de dinero que enviaron los que se fueron, fue uno de los ingresos más importantes de España durante un largo periodo de tiempo.

Eran tiempos duros, muy duros. Todos tenían una cartilla de racionamiento en la que constaba tu derecho a una escuálida cantidad diaria o semanal de leche, pan, tabaco, legumbres, azúcar… Y ese derecho también se vendía y se compraba. Por ejemplo, el que no fumaba vendía su cupón de tabaco a otro que pudiera pagarlo. En los pueblos, los que tenían ganado lo llevaban al monte a pastar; los piensos no se habían inventado. La gente procuraba segar hierba en el campo para llevar comida a conejos y gallinas, que se mataban y comían en las grandes fiestas. A diario, vegetales y pocos.

Además de todas estas penurias, la influencia de la Iglesia Católica había conseguido que el Gobierno hiciese cumplir el mandato de “guardar las fiestas” y la Guardia Civil, además de controlar la moral pública en las playas, también se ocupaba de hacer batidas por el campo para comprobar que la gente no trabajara en domingo.

Pero los animales tienen la mala costumbre de comer todos los días y un hombre de mi pueblo salió, como todos las mañanas, al campo a segar hierba con la hoz haciendo gavillas para llevarlas a casa en la burra. No los vio venir. Cuando se dio cuenta ya los tenía detrás. Cualquier otro se habría vuelto o habría tratado de explicar a los Guardias que las gallinas, patos, conejos, cobayas... necesitaban su alimento para sobrevivir y aquello era necesario. Pero él no. Siguió cortando la hierba sin darse por enterado de la presencia de los agentes de la autoridad que, como todo el mundo sabe, iban a pie y en parejas.

-         Oiga, buen hombre, ¿que no sabe que hoy es domingo?
-         Sí, sí señor, muy buen día. Un sol que calienta ya…
-         No, que le decimos que hoy es domingo y Vd. no puede trabajar… -el Guardia gritó un poco más-.
-         No, no pasa nada. Llevo gorra.
-         ¡Cojones, abuelo! ¡Que no se puede trabajar en domingo! ¿Es que está sordo?

Se volvió lentamente, los miró de arriba abajo y les dijo:

-         ¿Que sois gemelos que vais vestidos igualitos?
-         Oye Nemesio, déjalo, que este tío es más bruto que un arado y, además está como una tapia.

Y se fueron.

3 comentarios:

  1. Tristes tiempos de la historia de España. Y la Iglesia parecía tan feliz del brazo del victorioso dictador. Entonces todos eran católicos "practicantes", no como ahora que el Estado laico parece propiciar una sociedad no creyente... Cuánta hipocresía entonces. ¿Aún habrá quien piense que cualquier tiempo pasado fue mejor?
    Gracias por traer al recuerdo unos tiempos que ojalá nunca se repitan. Carpi

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  2. Graciosa historia.
    No se vivía nada bien en la posguerra, desde luego. Y eso que yo la conocí ya muy atemperada... pero recuerdo, por ej., haber vivido dos familas en un solo piso, hablo de finales de los 50- principios de los 60. Dos familias normales ( matrimonio con dos hijos ), y un piso normal ( no recuerdo detalles, pero nada del otro mundo ).
    Y también recuerdo un barrio de chabolas, poco después de la riada del 57, unas casas de no más de 40 m2, recuerdo perfectamente su ubicación, calle Industria esq. J. Monsoriu. no muy lejos de mi domicilio actual.
    Mi padre decía que, en la década de los 40, no era raro ver gente que se desmayaba en plena calle; de hambre. Mientras tanto, en los discursos de Franco se oía que España caminaba por caminos de grandeza...
    Jose Luis

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  3. Y se me ha olvidado poner una cosa, la existencia de los cangrejos que, puestos en el contador de la luz, hacían que éste girase al revés pero había que vigilar la cosa porque, si te pasabas, luego tenías que encender todas las bombillas de la casa para llegar a donde estaba, al menos, la última lectura pues, de lo contrario, la compañía de la luz se daba cuenta. Eran picarescas que surgían por la necesidad y la miseria.
    El protagonista de la chanza resultó más pillo que los agentes del orden.

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