domingo, 26 de septiembre de 2010

La pederastia en la Iglesia (II)

En la entrada anterior inicié el tema pero no pude acabar de comentarlo todo. Es muy complejo.
En primer lugar, me gustaría abordar el problema en sí mismo: ¿Es cierto que hay muchos pederastas en la Iglesia? Pues yo les diría y no me equivoco, que hay poquísimos, muchos menos que en otros colectivos. Hay y ha habido algún caso muy sonado y, por ser miembro de la Iglesia, el escándalo ha saltado libremente. Y es normal. Porque una institución que se dedica a moralizar a los demás no puede consentir en sus filas este tipo de comportamientos y mucho menos taparlos sin tratar de corregirlos o, al menos, controlarlos.
Lo que en algún caso existe en la Iglesia es la efebofilia; es decir, sacerdotes que se interesan sexualmente por adolescentes, y eso puede constituir o no un delito de estupro dependiendo del consentimiento del menor. Por eso les hice la distinción entre el verdadero pederasta y el efebófilo.
¿Y cuál es la causa de que de los casos de estupro que se destapan en la iglesia, el mayor porcentaje corresponde a relaciones homosexuales, en una proporción casi inversamente proporcional a lo que ocurre en la sociedad civil? ¿Por qué pasa esto? Bueno, pues D. B. Cozzens (The Changing face of the Priesthood, Liturgical Press, Collegeville MN 2000) que ha realizado un estudio muy serio e imparcial, dice que está comprobado que en USA, al menos un 50% de seminaristas y sacerdotes son homosexuales. En Europa, la cosa no debe ir a la zaga pues las noticias que de vez en cuando aparecen en los medios de comunicación así lo indican: los estudios de Pepe Rodríguez sobre “La Vida Sexual del Clero”, un estudio de campo que se comenzó en Roma y no se acabó por presiones del Vaticano, la noticia que publicó El Mundo recogiendo el reportaje de investigación de la revista Panorama sobre “Las noches locas del clero homosexual en Roma”, y otras investigaciones realizadas directamente por mí. Sé que habrá lectores a los que escandalizaré con estos datos pero les aseguro que no hay causa para ello y que los que están “dentro” saben que digo la verdad.
Lógicamente, si el porcentaje de homosexuales en las filas de la  Iglesia católica es prácticamente igual al de heterosexuales ¿por qué aparecen, entonces, más casos de efebofilia que de ninfofilia? En buena ley y guardando las proporciones deberían salir los mismos ¿o no?
La causa que se me ocurre es que las razones que llevan a un hombre creyente a ordenarse pueden ser diversas y en ellas debe estar el secreto. Podemos distinguir cuatro grupos:
1.- Los que tienen una personalidad madura y son capaces de entender, en toda su dimensión lo que significa y exige la ordenación sacerdotal. Da igual que sean homo que hetero puesto que saben que tendrán que permanecer castos. Son personas que tratarán de llenar su vida con la entrega a los demás y a Dios. Orarán. Y aceptarán su celibato de una forma libre y sabiendo lo que hacen, ofreciéndola a mayor gloria de Dios. Eso no significa que no puedan enamorarse de alguien y tengan que poner tierra de por medio para evitar apartarse de la senda que han elegido. O que algún día tengan un tropezón que, como un error que es, encontrará su salida en la confesión con el firme propósito de no volver a caer. Aunque luego no se pueda. Son hombres y, por lo tanto, frágiles ante las tentaciones.
Por eso a mí no me gustó nada la Instrucción sobre los criterios del discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al Seminario y a las Órdenes Sagradas, aprobada por el Papa Benedicto XVI en 31-agosto-05. Y no me gusta porque no es justo que a los gays se les niegue el ingreso en un seminario o no se les ordene. Esto es tanto como equiparar a un homosexual con un indeseable. Y no es verdad. Hay sacerdotes homosexuales mucho más dignos y con más vocación de servicio que otros heterosexuales. ¿Por qué pues dejarlos fuera solo por su orientación sexual? Si deben cumplir el celibato ¿qué más da su orientación sexual en la abstención?
Este grupo de jóvenes que se ordena sabiendo lo que hace es el más numeroso pero, como hacer lo que uno debe y portarse bien nunca llama la atención de nadie, no salen en los periódicos a pesar de realizar una buena labor.
2.- Los jóvenes creyentes pero inmaduros que, sin saber exactamente las obligaciones que asumen, se lanzan al sacerdocio. Entre ellos estoy seguro que habrá muchos gays que siendo muy religiosos y queriendo hacer caso a lo que manda el catecismo de la Iglesia Católica (que dice que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados) ven como una solución a su problema el ordenarse de presbíteros ya que no pueden evitar su tendencia y el catecismo les condena a la castidad perpetua. Así hacen de la necesidad virtud y se entregan a Dios. Pero esa entrega es como la de la monja que ingresa en el convento únicamente por un desengaño amoroso; basada en unas premisas erróneas. El ingresar al sacerdocio no les vacuna contra sus tendencias y apetencias y, una vez ordenados (y a veces antes) se dan cuenta de que no pueden cumplir lo que prometieron. Los más valientes reconocen su error y se secularizan. De éstos unos suelen casarse y otros inician o continúan una relación homosexual de pareja. Los demás se quedan en la Iglesia: unos porque ya tienen la vida resuelta y ponerse a buscar trabajo entonces es duro, otros porque no tienen una pareja estable y van picando de flor en flor y eso lo pueden hacer igual dentro que fuera. Suelen ser sacerdotes que invierten poco tiempo en rezar y que no han comprendido el celibato como un instrumento para mejorar su entrega a Dios y a los hermanos; es decir, que en realidad no tienen vocación sacerdotal. Son los que dan algún que otro escándalo porque se les ve por bares de ambiente o discotecas gays o con alguna mujer en una actitud nada equívoca y siempre hay alguien que conocen y a quien se tropiezan. Hay que tener en cuenta que, en esta vida, lo que no se sabe es lo que no se hace.
Quizá en este grupo, hay algunos a los que la presión social y la inmadurez llegan a tal punto que no sabiendo encomendarse a Dios, y sintiendo sus apetitos carnales con toda su fuerza, los canalizan en la efebofilia o la ninfofilia.
Como en este grupo hay muy pocos heterosexuales ya que a ellos no se les niega la posibilidad de practicar sexo de forma normalizada casándose, no existe casi la ninfofilia. De hecho, este problema era más habitual hace muchos años –trataba de ocultarse pero lo había-, cuando los seminarios se llenaban de muchachos de pueblo que estudiaban allí gratuitamente porque sus padres no podían costearles los estudios y acababan ordenados, de buena fe pero sin haber calibrado las obligaciones de su ordenación. Hace años era normal que casi todos los curas tuvieran ama y en algún caso el ama se presentaba como una sobrina viuda, cuyos hijos, sospechosamente, se parecían mucho al cura al que llamaban tío. Es más, mi abuela siempre me contaba que cuando iban a cambiar al cura del pueblo todos pedían que el nuevo trajera ama porque, de lo contrario, perseguía a las mozas casaderas.
Actualmente en este grupo sí hay muchos gays. Y entre ellos los que prefieren mantener relaciones con alguien inferior en edad, en posición social, en cultura… siempre son personas con baja autoestima pero deseosos de ser admirados. Ven difícil que otra persona de su nivel se enamore de ellos o les admire, y lo intentan con alguien a quien creen inferior con el que les parece mucho más fácil brillar con un fulgor que, en realidad, no poseen. ¡Qué fácil es epatar a un muchacho/a jovencito llevándolo a un restaurante de lujo o haciéndole un buen regalo! Y esto nos da la medida de por qué existe más efebofilia.
3.- Los que, conscientemente, entran al seminario como refugio para que no se conozca su homosexualidad iniciando ya su andadura con el firme propósito de no cumplir las normas. Antiguamente en este grupo también había heterosexuales, no para tapar sus tendencias, sino para tener un trabajo seguro, más descansado que hacer de peón agrícola, y con cierto prestigio social. En estos casos, el celibato suelen saltárselo desde el primer día y sin ningún remordimiento. Actualmente son realmente pocos porque la sociedad admite ya con casi total normalidad a los gays y el ser cura está mal pagado y ya no sigue estando tan bien visto como antaño.
4.- Los psicópatas sexuales que se cuelan con el único propósito de tener un buen cazadero disimulado. Son poquísimos casos pero ya sabemos que hace mucho más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.
Entonces ¿quién tiene que hacer la criba? Pues está claro que están fallando los Centros de Orientación Vocacional y los seminarios ya que los chicos pasan allí muchos años y sus superiores y educadores han de distinguir el trigo de la paja y no dejar que se ordenen ninguno sin la suficiente madurez para saber a lo que se compromete con ello. Y eso no tiene nada que ver con su orientación sexual.
Por otra parte, y de forma más mediata, tendríamos que hablar de la forma de educar actualmente, pues la disciplina ha desaparecido de los valores de la enseñanza y los niños, apoyados por sus padres, quieren aprobar el curso sin esfuerzo alguno y no renunciar a ninguno de sus caprichos, aunque no hayan hecho nada para merecerlos. Si educamos así a nuestros hijos y los seminaristas salen del pueblo –no los fabrican adrede para ser curas- ¿cómo queremos que sepan controlar sus apetencias? Es muy difícil exigirles eso cuando son adultos si les hemos consentido y alentado a hacer siempre lo que deseaban sin adquirir ningún compromiso y tener que cumplirlo.
Un lector, en carta privada, me apuntó como causa de los desmanes el hecho de la exigencia del celibato. No lo creo, no creo que la exigencia de castidad obligue a nadie a abusar de otro. Puede llevarle a buscarse un apaño o una relación puntual pero ¿abusar? No, no tiene lógica. Aunque personalmente a mí me parecería mejor que el celibato fuera opcional. Ahora bien, si el Papa toma la decisión de cambiar este precepto y deja que los sacerdotes puedan casarse y seguir con su misión evangélica teniendo mujer e hijos, va a tener un problema más bien pronto que tarde. Y este problema va a ser que los sacerdotes homosexuales exigirán el mismo trato. ¿Por qué nosotros no?
¿No sería hora de que el Vaticano revisara toda su doctrina en materia de homosexualidad? En la Biblia, solo el Antiguo Testamento hace referencia a “no te ayuntarás con hombre como con mujer”, en uno de los libros más antiguos. Y en el Nuevo Testamento, San Pablo declara que no podrán entrar en el reino de los cielos. Pero David llora a la muerte de su amigo Jonatan diciendo que su amor era más caro a sus ojos que el amor de las mujeres, y David fue un ungido de Dios. Y para el que no lo sepa decirle que el pecado de Sodoma no fue el de la homosexualidad, como casi todo el mundo cree, sino la falta de solidaridad con los pobres y necesitados.
Pero a la luz de los nuevos descubrimientos científicos y, demostrado que ser homosexual no es estar enfermo ni ser un vicioso, ¿no podrían admitirse con toda normalidad las relaciones de pareja homosexuales?
Y por último vamos a revisar la actitud de la Iglesia respecto a los casos que tiene. Yo creo que aunque nadie les denuncie a las autoridades civiles, si saben de algún caso con indicios serios de que esté ocurriendo algo, han de llevar a cabo una investigación interna para esclarecer los hechos. ¿Y qué hacer con el infractor? Lo lógico sería suspenderlos a divinis en cualquier caso pero no expulsarlos, primero porque el mandato evangélico nos obliga a perdonar –lo que no quiere decir que se les procure impunidad-, y segundo, porque deben asegurarse de que no vuelva a reincidir. Otra cosa es que el afectado se niegue a estar controlado y abandone voluntariamente la Iglesia; en ese caso, no se puede hacer nada más.
He de avisar que todo lo que he escrito es mi opinión personal y, en ningún caso, quiero pontificar sobre este tema, con cuya exposición espero no haber ofendido a nadie.

2 comentarios:

  1. Sr. Arnau:

    Disfruto mucho con sus escritos. No dejan de asombrarme su espíritu crítico y su humanismo.

    De este artículo sólo me sorprende el principio del tercer párrafo: "Lo que en algún caso existe en la Iglesia es la efebofilia..." yo diría que la frecuencia de estos casos en la Iglesia católica es otra.

    Un saludo.

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  2. Bueno, no tengo datos estadísticos pero, si dividiéramos los casos que hay -no los que salen a la luz que son menos- por los sacerdotes que hay, el porcentaje, quizá, no fuera muy elevado. Sin embargo, he de decirle que un solo caso ya es demasiado.
    Gracias por su comentario.
    No sé si mis lectores lo saben, pero precisamente son sus comentarios lo que me alienta a seguir.

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