miércoles, 18 de agosto de 2010

Dios mío, ¡qué ganas tengo de que se acaben las vacaciones!

Dios mío ¡qué ganas tengo de que se acaben las vacaciones!
Esto, dicho así, puede parecer una locura para muchas personas que ansían durante once meses al año que llegue su merecido periodo de descanso pero, cuando les cuente mi situación, me van a comprender.
Soy sesentona, gorda, bajita, con el rubio de bote que llevamos todas cuando cumplimos cierta edad –no en vano dicen las estadísticas que en España hay más rubias que en Suecia. Y, lógicamente, tengo los achaques propios de la edad: que si las cervicales, un juanete que me mata, las varices y, sobre todo, un dolor de cabeza, persistente y sordo, que se apodera de mí cuando no he dormido lo suficiente. Dice el médico que, en realidad, es por el desgaste de las vértebras cervicales.
A pesar de todo, estoy en activo. No he dejado de prestar servicios como cajera de una ferretería que, contra todo pronóstico, ha sobrevivido desde comienzos del siglo pasado hasta hoy. Mi trabajo lo hago sentada pero casi inmóvil e inclinando la cabeza sobre la caja registradora. Ocho horas al día por cinco días a la semana. El sábado, gracias a Dios, me releva una chiquilla joven, contratada a tiempo parcial. Los dueños me tienen estima. Por los años y las crisis que hemos pasado juntos. A los de ahora los vi nacer pues yo ya trabajaba en la casa cuando ellos vinieron al mundo. No sé si mantienen mi puesto de trabajo porque les resultaría muy caro echarme a la calle o porque les convengo por mi experiencia y capacidad. Quiero suponer que por lo segundo. La verdad es que trabajo a gusto y tengo fama de cumplidora.
Cuando me casé, no dejé de trabajar como era la costumbre. La mujer que tenía una actividad fuera del hogar, al casarse, pedía la baja pues era una vergüenza para su marido el que siguiera haciéndolo, ya que ello significaba que no podía mantenerla. Salvo que fuera farmacéutica con farmacia propia o maestra. Lo primero porque era muy lucrativo y los hombres tampoco son tontos. Lo segundo porque se consideraba adecuado para una mujer, soltera o casada, pues las jornadas eran cortas y las vacaciones largas; por lo tanto, ella se podía ocupar simultáneamente de la casa y de los hijos. O sea que nadé contra corriente y vencí al seguir ocupando mi puesto.
Tuvimos dos hijos varones. Buenos chicos. Se portaron bien, estudiaron una carrera cada uno. Estoy orgullosa: tengo un Inspector de Hacienda y un profesor de Instituto. El mayor tiene dos niños y una niña. El pequeño solo tiene una niña. Todos mis nietos cumplen entre seis y dos años. Es decir, la revolución cuando están juntos.
Mi esposo, empleado de banca, insistió en comprar una casita, un hotelito, un chaletito, una torre… dependiendo de la región en donde Vds. se hallen. Y lo hicimos. Es una casa de dos alturas, grande, con bastante jardín –en aquel momento no había comenzado la salvaje especulación que nos ha alcanzado luego y pudimos comprarla.
La casita tiene un terreno trasero donde mi esposo, jubilado ya, todos los años planta lechugas, ajos, acelgas, tomates, pimientos. Todo en pequeña cantidad pero le mantiene entretenido.
Al principio, venirnos a la casita era una liberación. El sábado de buena mañana cogíamos el coche y hasta el domingo después de cenar estábamos allí. Yo era joven. Trabajaba toda la semana, arreglaba los niños, cocinaba, arreglaba la casa y el fin de semana rompía esa monotonía y me venía al chalet, donde tenía que traer comida, seguir guisando para todos, limpiar y arreglar el jardín. Mi esposo, aunque ahora ya no sea obvio, es hombre, y, claro, todas esas labores no van con él. Trabajaba en el banco, traía el dinero a casa y ya tenía toda su tarea hecha. Ahora, una vez retirado no voy a cambiar sus costumbres, así que ni siquiera lo he intentado. Sigue con su rutina: se levanta, va a controlar su huertita, si tengo suerte riega con la manguera el jardín, limpia un poco la piscina y ya se sienta a leer o a ver la televisión.
Cuando llega agosto me dan vacaciones en la ferretería y, todos los años, me vengo con la ilusión de cambiar de aires, de descansar y, también cada año, me doy cuenta de que descanso menos y me acuesto más tarde y más agotada. Vienen a comer, un día y otro también, y cuando no uno el otro o los dos, mis hijos y sus familias. Llegan, como es lógico a la hora justa de sentarse a la mesa, y me ayudan a sacar los platos. Después se sientan en el jardín. ¡Como hay lavaplatos! Pues yo me como el marrón de arreglar la cocina, después de comerme el de prever y comprar todos los alimentos que voy a necesitar para tanta gente. A la poca fresca que nos trae la noche se van y a mí me queda la casa sucia: mis nietos han entrado tierra a la casa con sus zapatos, han hecho guerras dentro de la casa y los muebles han servido de barricadas, el helado de media tarde se ha derramado encima del sofá, el cuarto de baño, con esa manía que tienen los hombres de marcar el territorio, huele a meados que echa de espaldas…
Me siento en la butaca del porche, derrotada en una guerra que no es la mía, y trato de hallar la causa de que resulte invisible para los demás, y nadie se percate de que mantener todo aquello en medianas condiciones de higiene cuesta esfuerzo, que no he podido leer nada en todo lo que llevo de mes, que no he visto a ninguna amiga con la que poder charlar un rato… y no digo nada. Mi esposo, único testigo que queda en la casa, no entiende lo que me pasa y, si me quejo, solo comenta: Pues diles que no vengan.
Dios… es que eso tampoco lo quiero. Deseo y necesito ver a mis hijos y a mis nietos y, si me apuran, también a mis nueras, pero me gustaría que, por una vez en la vida, me vieran ellos a mí en mi realidad. Me perciben como algo –ni siquiera una persona- a su servicio que, por amor, ha de aguantarlo todo sin pedir nada a cambio.
Así que deseo con todas mis fuerzas que venga septiembre y reintegrarme a mi querida ferretería, en la que me libero de estas ataduras, me pagan por mi trabajo y, cuando llega mi hora, me voy a mi casa sin que a nadie le parezca mal.
Si un día vinieran mis hijos y yo, sin estar enferma ni nada, les dijera: Hijos míos, he comprobado reiteradamente que no sabéis apreciar lo que os doy, así que he decidido no volver a guisar ni limpiar la casa. Ya os arreglaréis vosotros y vuestro padre para tener la ropa limpia, la comida hecha y la casa aseada. Yo dimito. No lo entenderían. Seguramente dirían: la mamá no está bien, hay que llevarla al médico, como si con unas pastillas volviera a ser el robot invisible al que están acostumbrados.
(Esta entrada se la dedico a todas las mujeres que en España les pasa lo mismo que a la protagonista. Yo les diría que no esperen agradecimiento por lo que hacen, pero que no se quejen tampoco. No conduce a nada. Lo que mejor entiende la gente son los hechos. Que hagan solo lo imprescindible y, cuando, alguno de la tropa les pregunte qué pasa que no está hecha alguna cosa, diga simplemente: no he podido y no voy a poder hacerlo. Sin más. Y si las molestan cuando leen o ven la televisión pidiendo algo que ellos mismos pueden obtener, tranquilamente que digan: Ahora no puedo; estoy leyendo. Ve y cógetelo tú mismo. No lo van a entender pero lo van a aceptar y se van a acostumbrar, seguramente sin cuestionarse el incidente, más pronto de lo que creen.)

7 comentarios:

  1. Sr.de la Torre: No sabe lo reflejada que me siento en sus palabras, nos conoce Vd. muy bien a todas nosotras, solo tengo una cosa que decirle: MUCHAS GRACIAS

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  2. Sr. de la Torre sea usTed mas optimista.
    Cuantas sesentonas que trabajan como su protagonista,piensan en pasar unas vacaciones de locura. Les parecen cortasy adem´´as con los hijos criados.
    Salga diviertase,que la vida son cuatro dias.
    Haga el proposito de que mañana en cuanto se levante saldrá a buscar a alguien que le alegre la vida. Si lo logra se sentira con una vitalidad terrible.
    Siga mi consejo.
    Es la mejor medicina,0

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  3. es la mas pura realidad. Es mi propia historia

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  4. Excelente escrito, sr. Arnau. Bien narrado, bien argumentado, con la "moraleja" final reivindicando los derechos de las mujeres.
    Ha hecho Vd. un buen retrato de las mujeres de la generación de nuestras madres. No es difícil reconocer a alguien así en nuestro entorno.
    Sólo hay un pequeño pero, y es que, la generación citada, en su mayor parte, no trabajaba ( se entiende fuera del hogar ). Lo cual cambia por completo las reglas del juego, y, lo que es más importante, la mentalidad de las protagonistas. Como es bien sabido, no tiene la misma mentalidad una mujer que trabaja que un ama de casa.
    ESto no supone un descargo de las conductas retratadas de los varones, hijos sobre todo, que tienden, con mucha facilidad, a abusar de sus madres a poco que éstas se dejen.
    También ocurre esto, entre otras razones, porque nuestras madres siempre quieren ser "las buenas". No se enfrentan con nadie, no reivindican nada, siempre quieren ser abnegadas, amables, serviciales, no decir nunca que no...
    Mi consejo a estas mujeres - similar al suyo - sería: atrévanse a ser "malas", reivindiquen sus derechos, o al menos el derecho a que no abusen de ellas. Pretender que a uno le traten de igual a igual, y que no se aprovechen de uno ( normalmente haciendo chantaje emocional ) no es ser mala...
    Una pequeña puntualización; cuando, en el 4º parrafo, se dice "... el sábado, gracias a Dios, me releva..." , eso no es exacto. No es gracias a ningún dios, sino a las luchas de los trabajadores, que han conseguido implantar un nº máximo de horas de trabajo a la semana, y otros derechos laborales.
    Que seguramente Vd. conoce mejor que yo.
    Jose Luis

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  5. A todos Vds. les agradezco sus comentarios. José Luis, ya sé que en la generación citada lo normal no era que las mujeres trabajaran pero hago constar esa singularidad en el cuento. Respecto a que nuestras madres siempre quieren ser las buenas, no sé qué decirle; yo no creo que "quieran" hacerse las buenas, es que están convencidas que ser buenas es hacer eso que detallo.
    Y en cuanto a lo de Dios, se trata de una expresión coloquial, pero su comentario no cambia un ápice lo dicho: Dios ha permitido que los trabajadores hayan tomado conciencia y hayan conseguido la fijación de una jornada máxima legal.
    ¿Ve como todo es compartible?
    Con cariño y respeto,

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  6. Sobre los temas tratados, ahí va un chiste :

    http://blogs.publico.es/manel/

    realmente no sé si se puede poner aquí un enlace, pido disculpas si no es así.
    Jose Luis

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  7. Por supuesto que se puede poner un chiste, video o lo que quiera uno. Gracias,
    Por cierto, el chiste muy bueno y adecuado.

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