domingo, 9 de octubre de 2011

La traición de los gestores

 
            Hace muchos días que no escribo ninguna cosa en este blog y no es porque no existan en nuestra sociedad motivos sobrados para comentarios.
            Soy un mirón que se queda estupefacto viendo lo que nos rodea. Y ahora me rompo el cacumen intentando averiguar la causa de la traición de los gestores que nosotros mismos pusimos al frente de nuestra nación. Sí, ya sé que no es un asunto hispano únicamente. Para comprobarlo basta ver el panorama que ofrece Italia y que cuando salte Berlusconi aparecerá en toda su crudeza, contemplar lo que acontece en Grecia, Y otros países que irán apareciendo.
            Aquí no estamos como en Grecia, qué duda cabe. Allí se ve que han enchufado a todos los conocidos no acostumbrados a llevar traje y corbata –nada que ver con la preparación profesional que acrediten- y los han puesto de conductores de coches oficiales –se dio la noticia de que había cincuenta chóferes por cada automóvil- o de jardineros –también trascendió que para cuidar las plantas de una rotonda pequeñita que había a la puerta de un hospital tenían a cuarenta y cinco jardineros. Aquí no nos andamos con esas caridades.
            En España –y en otros lugares- lo que ha pasado es que los que nosotros elegimos para que nos representaran se han pasado por el forro nuestro mandato que era tomar las decisiones necesarias para que el país entero tuviera un mejor nivel de vida y lo que han hecho ha sido tomar las decisiones necesarias para asegurarse ellos un alto nivel de vida.
            En un principio, el mandato de los diputados a Cortes no era representativo sino que los electores los enviaban allá con un encargo determinado ya decidido de antemano. Cuando se planteaba cualquier otra cuestión, el diputado debía ponerlo en conocimiento de sus electores para que estos decidiesen y él hacía de portavoz de todos ellos. Pero, claro, eso era cuando el sufragio, llamado universal, solo concedía el voto a los que superaran un cierto nivel de rentas o a determinadas profesiones. Era universal para todos estos pero no para los demás. Cuando, por fin, se consigue que todos los mayores de una cierta edad puedan votar se hace engorrosísimo el ir de acá para allá pidiendo opiniones y trasladándolas, máxime cuando la complejidad de las cuestiones públicas se va enredando. Fue en ese momento cuando, para resolver la cuestión, se ideó el mandato representativo. Es decir, nosotros elegimos a una persona y ella se encarga de decidir por nosotros. Y lo que, en un principio, pareció que solucionaba el problema, se ha vuelto contra nosotros. Nuestros diputados han elegido, sí, lo han hecho, pero han elegido lo mejor para ellos mismos no para quienes les elegimos y les estamos pagando, prostituyendo así el mandato representativo, que se ideó para simplificar los trámites. Hasta tal punto que el representante ya no tiene ni siquiera la obligación de residir en la demarcación por la cual ha salido elegido. ¿Quién de nosotros conoce a los diputados que representan a su provincia? ¿Quién sabe dónde viven? ¿Quién puede enviarles su opinión sobre uno o varios asuntos que les competen? Poquísimas personas, por no decir nadie.
            Y no me digan que esto es cosa de las derechas o las izquierdas. ¿Dónde estaban los de Izquierda Unida, los Verdes, el Partido Comunista de las Tierras de España y otros del mismo talante, cuando los diputados de nuestro país aprobaron la ley que les otorgaba unas pensiones dobles que la máxima de la seguridad social con solo siete años de cotización, cuando lo exigido para ello a todos los demás, son treinta y cinco años? ¿Quién nos avisó de que lo estaban haciendo? Ni lo hicieron los de derechas, ni los de izquierdas, ni los que tenían escaño y votaron la ley ni los que no lo tenían pero pretendían tenerlo.
            No fue una jugada limpia. Nos traicionaron. Porque seguramente si el mandato no fuera representativo y nos hubieran tenido que preguntar nuestra opinión, ninguno de nosotros habríamos consentido tamaña desvergüenza.
            Pero no son solo los políticos. El asunto ha pasado de este sector al de las grandes empresas. Los accionistas eligen a los gestores y éstos, en lugar de hacer rentable la empresa para repartirles beneficios, lo que hacen es blindarse ellos mismo los contratos y fijarse salarios impensables para cualquier directivo de una empresa cuyos dueños son conocidos. En el anonimato de los socios está su desgracia. Está tan atomizado el capital que nada pueden porque no están unidos. Igual que los ciudadanos. Circunstancia que unos y otros aprovechan para su propio beneficio.
            Recientemente nos han dado la noticia de que ciertas Cajas de Ahorros, que tienen serias dificultades, han tenido que suspender su obra social. Dios mío, si se crearon precisamente para que no tuvieran beneficios y que éstos revirtieran precisamente en obras sociales. ¿Cómo se ha tergiversado su fin y su objeto? Sin embargo, ello no ha obstado para que sus directivos, depuestos por su mala gestión, hayan sido indemnizados con las cantidades estipuladas en sus contratos millonarios.
            Es decir, no solo no se exigen responsabilidades civiles y/o penales a los gestores –sean de donde sean- que por su mala gestión han malversado cientos de miles de euros dejando las arcas de sus empresas o instituciones con telarañas, es que encima se les premia cuando se van con indemnizaciones millonarias que pagamos entre todos a los que nos han dejado sin blanca (ciudadanos, socios, impositores, vecinos, etc.).
            Y aunque se ha dicho hasta la saciedad, es preciso decirlo una vez más. Ellos no van a pagar la crisis que han creado. La vamos a pagar Vd. y yo sin quejarnos y sin hacer nada por evitarlo.

1 comentario:

  1. ¿Sin hacer nada? Pues sr. Arnau, dentro de un mes tenemos elecciones y al menos uno puede votar aquellas opciones menos culpables de esta situación, en vez de hacerlo a las más culpables o abstenerse echando la culpa a "los políticos"

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