viernes, 23 de julio de 2010

Un amor roto

Soy un hombre joven y guapo, trabajo en la empresa de mi padre y el dinero no me falta. No soy rico, rico, pero tengo un buen pasar y, además, expectativas bastante fundadas de que mi situación irá mejorando. En la empresa fabricamos y arreglamos depósitos para gasolineras y no nos falta el trabajo. La vida me sonríe, chico, pero, a pesar de todo, no era completamente feliz. Siempre me faltaba algo para sentirme pleno, para respirar hondo. Hasta que apareció ella. Aun cuando soy consciente de que debo ser una pieza codiciada, mi timidez me obliga a pensar que ninguna mujer se interesará por mí.
Ella. Ella me abordó en el metro. Me preguntó por la parada donde quería bajar. Morena, cabello liso y muy negro, desparramado en una melena larga, brillante y sedosa. Los ojos un poquito achinados y los pómulos marcados. Las carnes prietas y oscuras, en su exuberancia, saltaban fuera de la ropa en el escote. La falda corta dejaba ver unas piernas corrientes, nada del otro mundo. Pero, ah! ah su sonrisa!  Solo para hablar de una parada de metro su rostro me sedujo. Su voz, dulce y melosa, me transportó al mundo fantástico donde todo es bueno y uno quiere quedarse para siempre.
Quizá porque la vi inmigrante –se notaba que era descendiente de los incas- fui capaz de bajar tras ella en su parada, intentando por todos los medios que no se me escapara. En un mes éramos novios. Y me contó su historia: en su país le era imposible vivir, el salario no les alcanzaba para comer. Tenía dos hijos de una única pareja anterior, que cuidaban sus padres y que no había visto desde hacía más de dos años. Su voz, pausada, cantarina, amable, me envolvía a la vez que denotaba su sumisión para conmigo.
La llevé a casa para presentarla a mi padre. Mi madre murió hace tiempo. Papá, reservado siempre, la trató con educación y exquisitez pero guardando las distancias. Cuando nos quedamos solos ya me habló sin ambages:

- Hijo: Yovana es una trepa y no te conviene en absoluto.
- Pero papá ¿Por qué dices eso? ¿No has visto su actitud mansa, tierna y bondadosa? Ha venido en busca de una vida mejor para sus hijos…
- Haz lo que quieras, por mí que no quede pero ya me darás la razón.

Quedé sorprendido y humillado por el vaticinio de mi padre. No obstante, yo era el que iba a casarme con ella y a adoptar formalmente a sus hijos, así que su opinión, valiosa para mí en cualquier otro asunto, no apartó ni un ápice mis intenciones del plan que me había trazado. De momento le daría trabajo en mi empresa como administrativa, y podría tenerla siempre a mi lado.
Un año trabajó para mí. Y mi vida dependía por completo de la suya: ella constituía mi alegría, sus problemas y vivencias eran los míos, y no concebía su ausencia. Mi padre se opuso a que conviviéramos, así que, además del salario tuve que pagarle un apartamento para que pudiera residir dignamente. Hasta entonces había malvivido en un habitación alquilada en un piso compartido. Y, claro, le di dinero todos los meses para mantener a sus hijos, tan lejanos. Freddy y Magaly, de tres y cinco años, eran ya mis hijos moralmente, y ansiaba que llegara el día en el que fuéramos a recogerlos para que se vinieran a vivir con nosotros. Pero mi padre seguía torciendo el morro. Algo seguía sin encajarle aunque no se opuso a nada de lo que quise hacer.
Me convenció de que sería mucho mejor que fuera ella sola por Freddy y Magaly. De momento, los niños no tenían que asustarse por mi presencia; al fin y al cabo habían crecido sin padre y habría que prepararlos para que aceptaran esa figura paterna que tanta falta les hacía. Le di mi beneplácito. Iba a estar unos dos meses en su país y luego volverían los tres juntos. Yo mismo me ofrecí a ir a la Agencia de Viajes para preparar los pasajes de todos pero ella era un encanto y no me dejó.

- ¿Para qué te vas a molestar? No es trabajo tuyo. Ya has hecho bastante por mí. Dame el dinero que yo misma lo concierto todo.

Y así lo hizo. Más aun. Para que me saliera todo más barato lo arregló por internet. Yo solo tuve que poner el dinero.
Y se fue. Y llevé muy mal su ausencia porque la echaba de menos, porque no podía vivir ya sin ella, porque formaba parte de mí y me sentía como si me hubieran arrancado un miembro de mi cuerpo. No era la castidad impuesta por la lejanía, que también, era algo mucho más profundo. Yo no era un hombre cabal sin su compañía. Nos llamábamos por teléfono todos los días y, con esa voz que me subyugaba me fue contando cuál era su vida allí, cómo encontró su país, pobre y sucio para casi todos mientras una elite de privilegiados eran los más ricos del mundo, y las ganas que tenía de volver a estrecharme entre sus brazos. Le pedí hablar con los niños pero dijo que no era buen momento, que no quería contarles nada hasta llegar a España.
Un mes llevaba sólo cuando recibí la llamada.

- Hola, buenos días, ¿es la empresa …?
- Si, señor, aquí es, ¿qué quería?
- Bueno, mire, yo soy … de la seguridad social de Málaga y, en realidad, busco a una trabajadora de Vds. Y me dio su nombre.
- Sí, es aquí.
- Pero ¿trabaja ahí?
- Sí, sí, diga Vd.
- ¿Puedo hablar con ella?
- Es que ahora no está.
- Perdone, pero ¿Vd. quién es?
- Yo soy el Gerente.
- Ah, fantástico. ¿Cuándo puedo llamarla para hablar con ella? Es que tengo un problema.
- ¿Qué pasa? ¿Pasa algo?
- Hombre, es un problema relativo pero me ha llamado la atención. Esta señorita aparece de alta en la Seguridad Social en empresas de tres provincias diferentes, aquí en Málaga, en Barcelona y ahí en Zamora y en todas partes a jornada completa. Es evidente que debe haber un error. Lo de aquí de Málaga yo creía que era un fraude para que consiguiera “los papeles” porque el contratante es su novio pero, al darme cuenta de que hace un año que está de alta en esa empresa he desechado la idea.

Mi mundo se rompió en pequeños pedazos que cayeron todos, como un cristal hecho añicos, a mis pies. Apenas pude balbucear:

- ¿Cómo su novio? ¿Cómo su novio? Su novio soy yo.

Se hizo un silencio interminable al otro lado de la línea y el funcionario comenzó a disculparse:

- Bueno, eso fue lo que me dijo su asesor pero, claro, pude entenderlo mal. Seguramente fue eso, he trabucado dos expedientes diferentes. Discúlpeme porque no estoy seguro. Me he equivocado.

Reaccioné con toda prontitud.

- Haga el favor de decirme todo lo que sepa, por favor. Tengo 35 años y estoy a punto de casarme con ella y adoptar a sus dos hijos. Creo que tengo derecho a saber qué está pasando. Por mí y por mi padre, al que nunca le ha gustado mi novia y que, como se confirmen sus sospechas, me mata. Le pido por favor que me diga lo que sabe. Ella se ha ido a su país durante dos meses para traer ya a sus hijos. Es preciso que me informe.
- Señor, hágase cargo, no puedo decirle nada. Ya he dicho demasiado.
- Le juro que no diré de dónde he obtenido la información pero póngase en mi lugar. Me ha dejado Vd. atónito y desesperado y he de confirmar lo que sospecho.
- Lo siento, no puedo decirle nada.

Y colgó. Y el mundo se acabó para mí, y comencé a llorar allí mismo, de pie junto al teléfono. Y las sacudidas de mis sollozos cada vez eran más violentas. Y todo el mundo en la oficina me miraba y me di cuenta de que habían oído mi conversación porque tenía la puerta abierta. Hasta que perdí el control y grité como un animal herido y acorralado. Y acompañé mi alarido con un golpe de brazo que lanzó, primero contra la pared y luego al suelo, todo lo había encima de mi mesa.
Fue entonces cuando entraron los tres administrativos que estaban fuera de mi despacho. Luché a brazo partido para que me dejaran seguir destrozando los papeles, el ordenador, los muebles, hasta que uno de los obreros, fiel como un perro y del que jamás me lo habría esperado, me dio un puñetazo que acabó con mi explosión histérica. Le lancé la maldición: ¡Te acordarás de esto! Se acercó a mí, me acarició la cabeza, y me musitó al oído: cálmate, Carlos, vámonos a urgencias; no estás en condiciones de seguir aquí.
Deseché la idea y no quise ir. Por fortuna, mi padre estaría ausente hasta la tarde. Cuando me calmé les pedí que no le contaran nada, que ya se me había pasado y no quería preocuparle.
Esa tarde, como todas, la llamé. Su actitud fue la misma de todos los días pasados. No le dije nada. Esperaba a tener fuerzas para preguntarle y, si era preciso, enfrentarme a ella.
Dos días más tarde, recibí una llamada de teléfono. El que llamaba preguntó por el Gerente, el hijo, sin más. Reconocí su voz al instante, era el mismo funcionario a quien, por más que lo intenté, no conseguí localizar en los dos días que habían pasado desde su anterior llamada.

- Dígame ¿qué pasa?
- Hola buenos días. Mire soy el mismo funcionario que le llamó hace dos días. Me preocupaba Vd. y quería saber cómo se encontraba.
- Estoy bien.
- Bueno, y quería decirle otra cosa. Su actitud aguijó mi curiosidad y establecí contacto con la empresa de Barcelona para ver si realmente trabajaba allí o no.
- Es un puticlub ¿verdad?
- No lo sé. La de Málaga es un bar normal pero ella no está aquí. Me lo ha dicho el asesor. El que me dijo que el dueño del bar era su novio.
- Pero tengo una cosa que le puede interesar aunque siempre negaré, si Vd. lo dice, que he sido yo el que se lo ha proporcionado. Pero amigo, me compadezco de Vd. y si me pasara a mí, querría que alguien me ayudara a investigar las cosas. Es muy serio lo que le pasa.
- Gracias por su comprensión. ¿Qué es lo que sabe?
- Tengo el teléfono de la empresa donde trabaja. Llámela por la noche.
- Ya me ha dicho bastante. Gracias, muchas gracias.

La tarde la pasé con una tristeza infinita pero no lloré ni la llamé. Me quedé en el despacho alegando que tenía trabajo y le pedí a mi padre que no me esperara para cenar. A las 11 de la noche, tembloroso y asustado, me decidí a marcar el número, y una voz de hombre, cansina y desinteresada, contestó.

- Hotel La Polvorosa, dígame.
- Páseme con recepción.
- Bueno, aquí no tenemos recepción.
- Pero ¿eso no es un hotel?
- Sí, según se mire. Te puedes quedar a dormir si quieres.
- ¿Y por qué no hay recepción?
- No hace falta. Los clientes pasan primero por el bar. A elegir.
- Escuche, ¿es eso un puticlub?
- Pues eso mismo, sí señor.
- ¿Conoce Vd. a una chica morena  -le di la descripción-….?
- ¿Alejandra?
- Bueno, no sé cómo se llama. - En todo caso, podía ser su nombre de guerra-.
- Sí, debe ser ella, porque las demás son todas de países del este y son rubitas y eso. La única que tenemos morena y un poco india es Alejandra, que, por cierto, tiene mucho éxito.
- ¿Me puede pasar con ella?
- Pues está con un cliente y, como comprenderá, no se lo puede dejar a mitad.
- Sí, ya comprendo. ¿Le puede dar un recado cuando acabe?
- Desde luego.
- Pues dígale que llame a su novio. El de Zamora.
- Sí que es Alejandra porque un día la oí decir que venía de Zamora.

Ni ese día, ni el siguiente ni todos los que siguieron hasta hoy he recibido su llamada. La he dado de baja en la empresa por abandono de trabajo. Y supongo que me pasará el disgusto con el tiempo. De momento, parezco un zombi, un muerto –porque muerta tengo el alma- que se arrastra por la vida sin esperanza de volver a vivir. Yo la llamaba siempre a un móvil de su país. No sé cómo se las arregló. Ni quiero saberlo.
Mi padre no ha pedido explicaciones. No dijo nada. Se lo agradezco.


(El cuento es cierto. Sé que es políticamente incorrecto. He de decir que los inmigrantes que vienen a nuestro país no acuden a engañarnos sino, casi siempre, a buscar una vida mejor ganándose la vida honradamente. Esto mismo le podía haber pasado con una española. Pero fue así y así lo cuento.)

3 comentarios:

  1. ¡Qué estupenda narración! Si la presentas a un concurso, estoy seguro de que te dan el premio. Haz la prueba y se confirmará mi profecía. Escribes y llegas muy hondo. Tu comentario final da el toque de realismo y veracidad a lo descrito. Muy bien al indicar que una generalización sería injusta. Pero, sin duda, casos así ha de haber más de uno. Te felicito por el rato que nos haces pasar leyéndote. Cordialmente. Carpio.

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  2. ME HA GUSTADO. TIENES EL PURO ESTILO DE AZORIB.
    HASTA AHORA SOLO LO ADIVINABA, HOY LO HE VISTO CLARO.
    ES VERDADERAMENTE INTERESANTE, TE MANTIENE HASTA EL FINAL

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  3. Sonrojado me tenéis. Me gusta más cuando me dais caña. Debo ser masoca. En fin...

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