lunes, 23 de agosto de 2010

Con mangas y a lo loco

Todo el personal se ha quedado estupefacto. Abren los ojos como platos, redondos, como si se les fueran a salir de las órbitas. Y a pesar de la muchedumbre que hay, la Iglesia se ha quedado en absoluto silencio durante un instante. Luego se ha comenzado a oír un murmullo creciente. Después se miraban unos a otros sin saber muy bien qué hacer.
El cura que oficiaba se ha levantado de la sede, ha cruzado el presbiterio y, con una señal de su mano, ha mandado subir a una señora mayor, rubia -¡cómo no!- quien se ha acercado al libro de lecturas de la Misa y ha seguido leyendo lo que yo me he dejado. Bastante mal, por cierto.
Todo comenzó la semana pasada cuando asistí a la misa en una parroquia que no es la mía. Estamos en Agosto. Me senté en el segundo banco. Al poco y antes de comenzar la Eucaristía de la Solemnidad de la Asunción de la Virgen, se acercó un señor que parecía mangonearlo todo y le dijo a otro señor que estaba a mi lado si saldría él a leer. Rechazó la propuesta alegando que no había traído sus gafas.
Me ofrecí a sustituirlo. El tipo me miró de arriba abajo. No nos conocíamos. En su rostro se marcó una expresión de “¿quién es ésta que se mete en nuestro terreno?”, dilató un instante su respuesta y dijo: “No, Vd. no puede subir a leer porque lleva un vestido sin mangas”. Se dio la vuelta y se fue.
Miré atentamente mi vestido. Es un vestido largo que me llega a media pantorrilla y, si bien es cierto que no lleva mangas, tampoco es de tirantes. Los hombros, anchos, unen las piezas de la espalda –sin escote de ninguna clase- y la del pecho –descotado con prudencia. En el templo, grande, hacía el calor propio de la estación y la gente se abanicaba sin parar. Me fijé en la cola de la comunión y vi chicas en pantalón corto, tops y escotes palabra de honor. A ninguna le fue negada la forma consagrada.
Cuando el cura nos echó la bendición, esperé a que entrara en la sacristía y fui tras él. Iba decidida a darle la enhorabuena por la homilía que había pronunciado, ya que hacía mucho tiempo que no escuchaba algo tan valiente. El tipo que había despreciado mi ofrecimiento nos vio hablar. Cuando salí estaba fuera disimulando que realmente me esperaba. Se acercó a mí y me dijo: “Discúlpeme, no sé por qué le he dicho que no saliera a leer. Es cierto que va sin mangas pero no va indecente.”
Por un momento creí que había reconsiderado su actitud pero después caí en la cuenta de que, al verme hablar con el sacerdote, había pensado que yo podría haberle comentado algo. O sea, que lo que pasaba era que no quería perder su posición de “poder” de rata de sacristía.
Este domingo he vuelto a misa a la misma Iglesia –estoy de vacaciones en el lugar- y llevo un vestido con el dobladillo de la falda por debajo de la rodilla. Asimétrico, lleva una manga por el codo y el otro brazo queda al descubierto.
He hablado con el tipo “ratón” y le he preguntado, humildemente, si hoy podría leer. Me ha dicho que leería la segunda lectura: Carta a los Hebreos, 12, 5-7, 12-13: “Habéis echado en olvido la exhortación que, como hijos, se os dirige: Hijo mío no menosprecies la corrección del Señor ni te desanimes al ser reprendido por él pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? Cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella”.
Quedaba parte de la lectura pero no he seguido. He dicho en voz alta y clara, vocalizando para que me entendiera todo el mundo: “El domingo pasado, este señor –y lo he señalado con el dedo- no me dejó leer porque mi vestido no llevaba mangas. Como hoy llevo un vestido de una sola manga, leo hasta aquí. El resto no me permito leerlo por la falta de la manga, así que lo acabe otro que lleve las dos o, al menos, una”. Supongo que se habrá tomado a bien la “corrección”.
(La anécdota solo es cierta en la primera parte, hasta la disculpa, pero ¿qué habría pasado si la afectada hubiera tenido el coraje de hacer y decir esto?)

6 comentarios:

  1. Pues no sé lo que hubiera pasado, pero no hubiera estado mal. Como en la entrada anterior, es cuestión de ser valiente y atreverse.
    En fín, eso le pasa por ir a lugares de perdición y juntarse con malas compañías.
    No, no es broma.
    Jose Luis.

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  2. Francamente Sr. Arnau: hoy no ha estado a la altura normal en usted, encuentro su comentario un poco forzado, aunque la moraleja sea perfecta.
    Lo sientoO

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  3. Bueno, no puede ser a gusto de todos. Eso ya se sabe. Muchas veces echo de menos un mayor atrevimiento en la gente.

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  4. La interesada en este caso, o sea yo,tiene algo que decir al respecto: AJAJAJJAJAJAAJ.NO TE PODRIA HABER SALIDO MEJOR, PASASELO AL RATON.

    JIMENA DE DIAZ

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  5. Sr. Arnau, hay muchas más ratas de sacristía de las que la gente ve y cree que hay. Las ratas somos unos animales que vivimos (y bastante bien) ocultándo y moviéndonos por la oscuridad, manejando con maestría los intersticios institucionales, para así medrar más y mejor. En realidad, no somos sino una manifestación de la clericalización del laicado. Ahora que cada vez hay menos curas, somos las ratas laicas las que nos levantamos reclamando omnímodamente el poder y, como no, so capa de las buenas costumbres. ¡Ratas del mundo, unámonos para arrojar de nuestras iglesias a los que osen atentar contra nuestro sagrado poder! Y, por supuesto, también a los curas que no nos tratan regaladamente. ¡Cerremos las iglesias a los que no osen reconocer nuestra potestad clerical!

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  6. Sr Arnau, creo que si se hubiera atrevido la cosa no hubiera acabado bien y quien sabe si habria vuelto a la iglesia el siguiente domingo; pero reconozco que quedarse con la duda de que habria pasado si... es un fastidio...porque se lo merececia...jeje!!
    Saludos desde la farmacia...Ana

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