viernes, 6 de agosto de 2010

Una tarde en el campo

Hacía ya muchos días que chateaba todas las noches con él. El primer día vi su nick y me gustó: Odiseo. Me recordó la antigua Grecia y aquellos hombres, atletas, guerreros, aventureros, con aquel cuerpazo con el que salen en las películas y que yo me quedaba mirando con un poquito de deseo. Pero lo que me cautivó de su nombre fue comprender que sabía quién era Ulises y cuáles eran sus aventuras. Le abrí un privado y comenzamos la conversación. Era rápido en sus respuestas, señal inequívoca de que sólo hablaba conmigo. No utilizaba la jerga de los teléfonos móviles y de internet, por lo que colegí que se trataba de alguien con cierta edad. Me gustó su forma de contestar, su respeto, su capacidad para entender mis frases de doble sentido... y también el que no tuviera faltas de ortografía o acentos. Para mí es importante todo eso.
La noche se alargó hasta que asistimos juntos -cada uno en su casa- a las primeras luces del alba.
No quedamos, pero a la noche siguiente, me senté frente a mi ordenador con la esperanza de volver a verle. Fue él quien me encontró a mí. Y charlamos, charlamos... durante bastante tiempo.
Yo quería caerle bien y, cuando supe que vivía en mi propia ciudad, mi interés se incrementó. Yo ya procuraba decir todo aquello que pudiera agradarle, darle una versión de mí misma que le interesara. Por supuesto, no hablé de sexo porque pienso que si comienzo por ahí, el interés se pierde pronto. Eso ya llegará si ha de llegar pero no puede ser la única base de una relación. Yo lo siento así. Y él tampoco abordó el tema, lo cual le agradecí. Parecía un hombre interesante y no interesado.
Fue esa estúpida noche cuando hablábamos de aficiones comunes cuando tuvo que comentarlo:
- "Mañana me voy de pesca al pantano de ...."
- ¿Te gusta la pesca?
- Ah, me encanta.
Y entonces lo dije. Dije lo que creí que él quería oír.
- Uy, a mí también me gusta pescar.
- ¿No me digas? ¿Es cierto? ¿Puede haber una mujer que pesque?
No sé cómo quedamos para el próximo sábado en que iríamos con nuestras respectivas cañas a pescar al mismo pantano. Los dos solos.
Por supuesto no tengo caña ni sé absolutamente nada de las artes de la pesca deportiva. Pero bueno, ya iría improvisando sobre la marcha.
El día D, a la hora H, yo le esperaba en la esquina de la acera de mi casa. Mi estulticia superó todos los límites y, para que me viera guapa, me atavié perfectamente para una tarde en el campo: Cabello peinado en la peluquería, maquillaje perfecto, vestido y zapatos de tacón.
Le reconocí porque era igualito a las fotos que había enviado. Nos saludamos y su expresión denotaba diversión y estupor. Me preguntó por las cañas. Le dije que no había podido traerlas pero que le acompañaba igualmente.
Aparcó el coche frente a la ladera de la montaña que se sumergía en la verde agua. Ahora teníamos que bajar hasta la orilla. No sé qué hice, pero a dos metros de la orilla, el tacón se me dobló, me caí con las posaderas en el suelo y fui resbalando por la gravilla, con las piernas abiertas y la falda en la cintura hasta que, con estrépito y mil salpicaduras, quedé sentada como en una bañera con el agua llegándome al pecho.
Anselmo -Odiseo- dejó las cañas que portaba y vino, sin poder contener la risa, por mí. Metió sus pies, protegidos por botas altas de goma, y me ayudó a salir.
Mi vestido, estampado de flores rojas sobre blanco, salió de un color indefinido entre beige y marrón, había perdido los zapatos pues uno salió despedido en mi caída y vi el otro cómo se alejaba hacia el centro del lago.
Me quería morir. El primer día que salía con un hombre interesante se iba a hacer puñetas por mi culpa. ¿Por qué le había dicho que me gustaba la pesca?
Anselmo me aconsejó que me quitara la ropa para que se secara. En el coche llevaba una camisa y un pantalón de repuesto por si acaso, así que me dejó llorando en la empinada ribera y fue en su busca.
El paraje estaba desierto. Me desnudé y Anselmo no volvió la cabeza sino que vino hacia mí con una sonrisa pícara e irónica, a ayudarme en la tarea.
Y en ese momento comenzó todo.
Hoy tenemos tres hijos y pronto nacerá el cuarto. He aprendido a pescar con caña y nuestros hijos también lo harán. Y siempre que recordamos nuestra primer salida, no sé qué pasa pero me vuelvo a quedar embarazada... si es que ya no lo estoy.

3 comentarios:

  1. me encanta, tanto el tema como la redaccion.
    juan

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  2. Querido Arnau: Hoy no te comento a ti sino a tu capacidad como brujo con las palabras, como, solo por mis comentarios, has podido retratar tan fielmente a Anselmo? No creía yo que fuera tan descriptiva, y tan comunicadora. Anselmo es tal cual en el cuento, su estadía, sus formas, su todo, es tal cual. Por ello y con tu permiso Arnau, solo quiero añadir una cosa. Anselmo no cambies jamas. Un beso a los dos

    Jimena de Ruiz

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