martes, 22 de junio de 2010

A todos los que tienen un familiar afectado de Alzheimer

-         Señor, ¿Vd. sabe que tengo un hijo que es escritor?
-         Sí, papá, claro que lo sé. Soy yo.

Dice el hijo mientras le limpia una baba, espesa y blanca, que resbala por la comisura de sus labios. Su padre no le conoce. Le diagnosticaron un Alzheimer hace seis meses y, en tan corto espacio de tiempo, ha ido perdiendo la conciencia de lo que le rodea. No es capaz de recordar la cara de su hijo pero tiene presente y se siente orgulloso de que sea escritor; por eso se lo dice a todos los que ve.
Todo comenzó hace un año. Una mujer se perdió en un supermercado. Hacía tiempo que su esposo y su hijo no la veían bien: se le olvidaban las cosas que tenía que hacer, no participaba en las conversaciones, estaba triste… Una profunda depresión, dijo el médico. Pero ella seguía yendo sola a comprar, arreglaba la casa, cocinaba, cosía… hasta que un día llamaron al esposo desde el supermercado de debajo de su casa para decirle que su mujer estaba dando vueltas por el local, con lágrimas en los ojos, diciendo que no sabía por dónde salir ni adónde ir. Cuando él llegó la tenían en la pequeña oficina del comercio, sentada en una silla. No lo conoció. Él le preguntó, sorprendido y levantando un poco la voz qué le pasaba. Se levantó de la silla y trató de esconderse en un rincón de la diminuta oficina. Entonces, la cogió dulcemente de la mano, dio las gracias al personal que la custodiaba, y la llevó a casa. Ella se dejó llevar. A partir de ese día recuperó a ratos la memoria para reconocer, por un instante, a su esposo o a su hijo. Después ya cayó en un profundo autismo y no volvió a articular palabra.
Hacía unos seis meses, el hijo entró en casa a medio día para comer y volver a su trabajo. Era escritor pero no podía comer de lo que publicaba, así que trabajaba como Abogado en una multinacional, lo que incomprensiblemente, a su padre le parecía un trabajo con menos enjundia que el de escritor. Encontró a su padre llorando sentado a la mesa del comedor de su casa. Cuando le vio, le dijo:

-         Hay una mujer en la habitación que no se encuentra bien, no habla y si yo le digo que se vaya a su casa, llora. Ya no puedo más, se lo he explicado de todas las maneras posibles pero no se va.
-         Papá, es mamá, que está enferma de Alzheimer y por eso no te entiende.

El padre miró al hijo de hito en hito, sintiéndose incomprendido y ninguneado e insistió en que aquella mujer necesitaba ayuda. Ya nunca más la reconoció como su esposa, la que había compartido la vida con él desde hacía más de treinta años.
Ninguno de los dos cónyuges sobrepasa los cincuenta y cinco años. Los dos afectados de Alzheimer. La madre quieta, hierática, autista. El padre inquieto, andando como un autómata que tiene un resorte por el que cuando encuentra un obstáculo cambia de dirección y sigue su andadura.
El hijo ha dejado de escribir porque, antes de irse a su trabajo, los levanta, los lava, los asea, los viste, y los lleva a un centro de día cercano a su casa. Es en ese trayecto, cuando cada día su padre le cuenta, orgulloso, que tiene un hijo que es escritor. Después, por la tarde, les recoge, los lleva a casa, les da la cena, les desnuda, les pone el pijama y los acuesta. Ya no le queda tiempo ni ganas para coger la pluma.
Son dóciles los dos pero ¿cuánto tiempo podrá soportar el hijo esa dedicación tan completa sin volverse loco?
Ha conocido una chica y se han enamorado. No pueden compaginar su próxima vida de pareja con la atención de sus padres. Así que les llevará a una residencia adonde todas las tardes acudirá para darles él mismo la cena. Su padre sigue con la misma cantinela de siempre: ¿Sabe Vd. que tengo un hijo escritor? Ya no dice otra cosa.
El hijo se consuela convenciéndose a sí mismo que esos dos cuerpos no son sus padres. Sus almas han sido abducidas por algún ser incorpóreo e imperceptible y ha quedado el cascarón animado aun de vida, de una vida grotesta y sin sentido, Una vida física, automática, que durará mientras la máquina tenga sus piezas enteras y engrasadas pero a la que le falta el hombre que la dirige, y ella, no faltándole la energía que la hace funcionar, sigue marchando sin sentido, sin propósito definido y consciente.
Yo creo que aun esas vidas, vacías de lo que nosotros llenamos la nuestra, tienen un sentido cósmico. Están ahí por algo aunque nosotros no lo comprendamos. Como el personaje de nuestra historia, aceptémoslos, hagamos por ellos todo lo que podamos pero cuidándonos a nosotros mismos con el mismo mimo que a ellos. Lo contrario sería acometer una cruzada perdida de antemano.

5 comentarios:

  1. Cuando se tiene a alguien querido padeciendo esta cruel e incomprensible enfermedad, creo que este realato llega más allá del alma, si es que existe ese más allá...
    Las lágrimas han acudido a mis ojos al leerlo, no por los que están ya enfermos, si no por los que los cuidan y se desviven por ellos olvidándose de su propia existencia, ¿ cómo hacerles comprender el final de tu historia...?
    Ojalá quien lo lea esto y esté en esa situación tenga el convencimiento de que antes que el enfermo, es el cuidador, pues sin él, el enfermo no se podría atender.
    ¡¡¡ Cuantas cosas incomprensibles hay en esta vida que no es más que un camino, un paso hacia otra o hacia nada, cada cual..., pero que escrabroso y duro es ese camino cuando te encuentras con la mirada perdida de un ser querido...!!!
    Impotencia es lo que se siente ante ese ser al que has conocido en sus cabales y ahora, es como el realto dice, como un casacarón vacío.

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  2. me gusta mucho.Dauel la impresión que has pasado la experiencia. miguel

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  3. Pienso varias cosas:
    Creo que el cuidador debe cuidarse, y hay que cuidarle.
    Que es más fácil pensar que ahí hay solo un cascarón que una persona, sobre todo cuando esa persona-cascarón interfiere en la "vida" de los otros.
    Que la medicina alarga de forma anormal la vida de seres humanos que están desahuciados.
    Que no querría para mi esa existencia pero que un segundo de lucidez o incluso el poder abrazar el cuerpo de un ser querido me haría llegar a soportar lo insoportable, aunque mi abrazo no sea correspondido. Hubo abrazos y cariño para colmar una vida.

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  4. Hoy he leido por primera vez tu blog,y tengo que felicitarte.
    Por desgracía el mal del que hablas cada vez es más evidente, en mi familia parace como si fuera hereditario, aunque por el momento sólo lo han padecido mujeres. Lo que más me asusta es que cada vez se les detecta más jóvenes.
    Hace unos años mi madre cuidaba en casa a mi abuela (su madre) y a una hermana de esta pero pese a que todos los demás le hacían ver que aquello estaba debilitandola cada día ella no se queria resignar a internarlas en una residencia.
    Mi madre tiene hoy 64 años y mi abuela cumple en unos días 89, la hermos internado y siento mucha tristeza al ver que mi madre comienza con los mismos síntomas que tenía mi abuela hace tan sólo 5 años, en mi abuela la enfermedad fue poco a poco pero creo que en el caso de mi madre va ha ser más rápido pues las lagunas son en ocasiones muy grandes.

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  5. Duro, si muy duro. Duro para los cuidadores del enfermo, pues al fín y al cabo este último vive en su mundo. Duro porque tienen ahí al ser querido, lo tocan, lo abrazan, pero este no da muestras de reconocerlo... ¡¡ alguien tan cercano como un padre o una madre !!

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